Sembrar 10.000 plantas de posidonia mediterránea en Formentera, un plan para recuperar esta especie en peligro de extinción
El biólogo marino Manu San Félix impulsa la iniciativa por la pérdida de un tercio de ejemplares en las últimas décadas. El turismo masivo es la principal causa de su deterioro
Es junio y un sol radiante da la bienvenida a Formentera. El termómetro marca unos 25 grados. Cálido, pero no tórrido. Un día perfecto –tampoco hay viento excesivo– para bucear entre las praderas de posidonias oceánicas de cinco o seis metros que revisten el fondo marino de esta coqueta y acogedora isla mediterránea. Pero la inmersión no es solo recreativa. Es también para sembrar a ocho metros de profundidad esta planta acuática endémica en peligro de extinción.
El biólogo marino Manu San Félix impulsa desde 2021 un proyecto de restauración que busca cultivar este año 10.000 ejemplares mínimo. La tarea no es sencilla. “Hemos perdido un tercio en las últimas décadas pese a su importancia; es una barbaridad. Solo en la isla de Espalmador, entre 2008 y 2012, había desaparecido el 44%”, lamenta. Su papel en la absorción de carbono es vital: puede retener hasta 40 veces más que un bosque mediterráneo. También favorece la biodiversidad y la recuperación de los ecosistemas marinos.
En las últimas décadas se ha perdido un tercio de esta especie autóctona clave para absorber carbono
Pero ¿cuál es la causa de su declive? “Este lugar maravilloso atrae a un montón de gente en barco. Llegan y tiran el ancla. Uno, no pasa nada; dos, tampoco, pero ya hay miles y miles de embarcaciones”, cuenta en la presentación de la iniciativa gracias a un viaje de prensa organizado por la coreana LG. La multinacional, a través de su movimiento Smart Green Seas en España, apoya este proyecto que el también buceador y fotógrafo submarino promueve mediante su asociación y escuela de buceo Vellmarí (que significa foca monje, un mamífero marino extinguido en la zona).
“¡Lo que puede hacer un barco grande en 24 horas! Todos somos culpables, debajo del agua suceden las cosas, como no las vemos. Pero cubrir [por ejemplo] un círculo de ocho metros [de posidonia destruida] tarda unos 150 años”, apostilla. Por eso San Félix lanza un mensaje de advertencia: “Qué fácil es destruir y qué difícil es restaurar; lo más importante es proteger”.
La investigadora Aurora M. Ricart, junior leader La Caixa Fellow Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC), explica por correo que las principales amenazas son por la acción mecánica del anclaje de embarcaciones turísticas, las obras portuarias u otras acciones en la costa, la regeneración de playas que modifican la dinámica de sedimentos, la contaminación por aguas residuales y grandes tormentas, entre otros. “Se calcula que hubo un declive importante hasta los ochenta, sobre todo por el deterioro de la calidad del agua y el desarrollo costero. Las pérdidas alcanzaron su punto máximo en las décadas de 1970 y 1980, pero hay reportes de daños del 13% al 50% del área total en el Mediterráneo desde los años sesenta”, recuenta.
No obstante, indica que la situación ha mejorado en el Mediterráneo Noroccidental debido a los cambios en la legislación ambiental y a la instalación de depuradoras, lo que ha favorecido la calidad de aguas. “Hay datos de monitoreo a largo plazo en áreas marinas protegidas en Cataluña, por ejemplo, de 40 años en las islas de Medas, que muestran bastante estabilidad en lo que a extensión de hábitat se refiere. Aun así, hay otras regiones que muestran declive y otras muchas sin información”, agrega.
El agua está fría, cristalina. Los rayos de sol traspasan y forman una especie de cortina en un fondo marino diáfano, en calma. Solo se escucha el silencio. De pronto, tras unas suaves patadas, aparecen las praderas de posidonias, mal llamadas algas –cuando es una planta que tiene raíz, tallo, hojas y la capacidad de producir flores y frutos, aclara San Félix antes de la inmersión–, moviéndose de un lado a otro por la corriente, como bailando al unísono. Hay una variedad en Australia, la australis.
Recolección y siembra
Los nuevos ejemplares se cultivan en las zonas afectadas por el fondeo de los barcos, aún en identificación. Las semillas, que aparecen en la arena de la playa arrastradas por la marea –aunque no todos los años–, se recolectan tras la floración en otoño. Son como las aceitunas, pero más grandes, y huelen parecido, ilustra el también explorador de National Geographic. Además, al ser una planta protegida, han de contar con un permiso, tres en concreto, de las autoridades baleares, puntualiza. “Se da la paradoja de que los servicios del ayuntamiento, cuando limpian las playas, se las llevan sin más”, critica.
En 2023, la asociación Vellmarí recogió unas 22.000 para su germinación dentro de unas cámaras o cestas móviles de 50 centímetros cuadrados sumergidas en el mar. Esta primera etapa de recolección se realiza entre abril y junio con voluntarios –alumnos de su escuela de buceo en su mayoría–. Los brotes se podan y se separan los dañados. En dos meses desarrollan raíces y tienen el tamaño idóneo para ser plantados. Se puede germinar también a partir de fragmentos o esquejes rotos por la acción erosiva del oleaje. “Nos cuesta unos 22 euros cada uno entre combustible, barco y recogida; son muchas horas de agua”, apunta.
Las investigaciones se centran ahora en buscar las técnicas de regeneración más efectivas
Lo más difícil es su obtención y fijación, señala, para el cual utilizan masillas o anclajes para asegurar su supervivencia. Prueban su colocación en cuadrículas con mayor o menor densidad o en distintos sustratos: suelo rocoso o mata de posidonia donde han desaparecido las plantas. “Es algo muy nuevo, poco practicado hasta la fecha y con escaso éxito”, reconoce. La iniciativa se lleva a cabo bajo la dirección del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Imedea).
La investigadora del ICM-CSIC coincide en que su recuperación se intenta desde hace años y que no se ha logrado, en parte, por su crecimiento lento. Sin embargo, añade que ahora hay mucha investigación para encontrar las técnicas más efectivas. “En los últimos cinco años han proliferado proyectos de centros de investigación, ONG y empresas privadas. Y habrá más con la nueva ley europea de restauración de la naturaleza que pretende recobrar al menos el 20% de las zonas terrestres y marítimas de la UE en 2030 y los ecosistemas degradados para 2050″. Las iniciativas se enfocan en el trasplante de haces (individuos) o con semillas. Entre los retos menciona su seguimiento y evaluación a 10 años, “lo ideal”, algo que no se hace porque la financiación termina pronto, dice. Otro desafío es si son capaces de reproducirse y expandir el hábitat, no solo si sobreviven de un año a otro o si sus hojas crecen. “Esto, hasta donde a mi me consta, no se ha conseguido”.
Más protección
Ricart sugiere conservar la posidonia existente –Patrimonio de la Humanidad por la Unesco– y aplicar medidas para su regeneración natural. “Pese a ser una especie de alto interés y con elevado nivel de protección nacional y europeo, hay muchas áreas que no están protegidas. No vale solo con declararlas como tal, hay que asegurarse de que lo están”, avisa. Tampoco vale cualquier sitio. “Hay que restaurar donde se sabe que había o hay poca, como la costa del Maresme, y donde los factores de estrés que llevaron a su desaparición ya no están; quedan años de investigación y muchas pruebas para que sea efectiva”.
Una nueva ley europea fija en 2030 recobrar el 20% de las zonas marinas y los hábitats degradados en 2050
Como uno de sus lemas es proteger, Vellmarí cuenta precisamente con una aplicación, Posidonia Match, premiada en 2018 por el Govern balear, que informa de las zonas donde está presente para evitar así el anclaje de los barcos. “Estamos lejísimos de poder igualar la capacidad superlativa que tiene la naturaleza; la educación es la solución”, zanja San Félix. Además, aspira a conseguir un millón y medio de firmas para preservar el 30% del Mediterráneo antes de 2030 con su iniciativa Reserva 30. El objetivo es recuperar la pesca local y evitar el colapso de sus ecosistemas. “Recuperarlo es salvar nuestra esencia mediterránea”.
Entre las hojas se pasea un banco de peces de tonos amarillos. Uno gris, pequeño, solitario, se cruza. Sorprende la escasa exuberancia, la poca vida. El biólogo refiere un dato desolador publicado en la revista Nature. “Hemos matado al 90% de los grandes peces del planeta; 9 de cada 10 en el Mediterráneo”. En Formentera ya no se ven tiburones ni meros por la sobrepesca. Incluso, el 80% del pescado que se come en la isla viene de fuera, prosigue. El bogavante, por ejemplo, se importa de Canadá. Irónico, ¿no?
Tecnología y acción individual
Apoyo empresarial. La intención de LG Electronics de crear con la asociación Vellmarí un vivero submarino con nuevos ejemplares de posidonia en Formentera, además de recuperar las praderas afectadas por el fondeo de los barcos, nace por la convicción de su presidente y CEO en España, Jaime de Jaraíz, un asiduo visitante a la isla. Hace cinco años sufrió en sus propias carnes una tormenta atípica en pleno verano mientras navegaba en barco con su familia. Casi no vive para contarlo. Desde entonces comprendió que “había que hacer lo correcto”, como manda la filosofía coreana, y luchar contra el cambio climático. No solo con proyectos, sino también convenciendo a otras compañías a sumarse a esta causa global.
Smart Green Seas, abierta a instituciones, empresas y particulares, no es la única iniciativa. Smart Green Trees, centrada en la reforestación, y Smart Green Bees, enfocada en la abeja ibérica, son las otras dos en las que trabaja. Su apoyo –cuyo aporte económico no fue divulgado al ser “un proyecto altruista”– consiste en aplicar lo que denominan sostenibilidad 2.0: uso de la tecnología, a partir de la réplica de procesos naturales y desde la acción individual, para que la repoblación, en este caso, se haga de forma sencilla y a bajo coste.
“El impulso y las ganas por crear Smart Green Seas en la zona del Mediterráneo nace de nuestra preocupación por conservar los mares y océanos, entornos naturales que producen más de la mitad del oxígeno que respiramos y albergan una cuarta parte de la vida que hay en nuestro planeta. El suelo marino es uno de los ecosistemas que más sufre los efectos de la masificación turística, la sobrepesca y el calentamiento global, y, es por ello, que trabajando con optimismo y valentía, como proclama nuestro lema Life’s Good, queremos movilizar a instituciones, empresas e individuos en una lucha que nos afecta a todos”, subraya De Jaraíz.
Otros estudios. Una investigación realizada por el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA, CSIC-UIB), el Sistema de Observación y Predicción Costero de las Illes Balears (ICTS SOCIB) y la Aarhus University de Dinamarca, y publicada en octubre del año pasado, avanza en el conocimiento y comprensión de cómo los frutos y semillas de posidonia se dispersan en el mar, así como su interconexión en diferentes áreas de las Islas Baleares. Esta información, obtenida gracias a modelos matemáticos de simulación y análisis de redes de conexión, puede ser clave para su conservación y restauración, consideran.
"Mediante la integración de modelos hidrodinámicos de alta resolución y biológicos, el equipo científico logró simular cómo los frutos y semillas de estas especies se desplazan en el mar debido a las corrientes y el movimiento del agua. Esto les permitió predecir dónde podrían llegar esas semillas y cómo se mueven en el océano", puntualizan en un comunicado de prensa. Los frutos viajan arrastrados por las corrientes y, cuando se pudren, liberan una semilla que cae al fondo marino. Si tiene una profundidad (3-4 metros y no más de 40), estabilidad y sedimento idóneos, germina y nace una nueva planta en un proceso natural lento.
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