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Carlos Duarte: “Ahora es más rentable invertir en capital natural que en inmobiliario”

El científico español desarrolla un mercado para la inversión en activos basados en los servicios que ofrecen los ecosistemas marinos. El proyecto, que prevé lanzar este año, comenzará en Bahamas

El oceanógrafo Carlos Duarte, con el Premio MadBlue Cinco Océanos en Madrid.
El oceanógrafo Carlos Duarte, con el Premio MadBlue Cinco Océanos en Madrid.Juan Lázaro (Juan Lázaro)
Denisse Cepeda Minaya

El científico español nacido en Lisboa (1960) Carlos Duarte, reconocido por sus investigaciones sobre los ecosistemas marinos, atendió en exclusiva a CincoDías en Madrid horas antes de recibir el Premio MadBlue Cinco Océanos.

Duarte, que reside en Arabia Saudí –es titular de la Cátedra de Investigación Tarek Ahmed Juffali en Ecología del Mar Rojo en la Universidad de Ciencia y Tecnología King Abdullah (Kaust)– y huye de los escenarios catastrofistas porque “generan apatía”, confía en que en 2050 se recupere la abundancia de vida marina. Además, habla sobre su proyecto estrella para dar valor al mar y que espera lanzar este año.

P. ¿Cómo están los océanos?

R. Su estado no es peor ahora que a principios de siglo. Hay una atención que no existía hace 20 años, ahora el océano está en el centro del debate político, público y de la acción civil. Luego, las políticas que se introdujeron en los ochenta han empezado a dar sus frutos tras 20 años de aplicación, y vemos un rebrote de vida marina tanto de grandes animales, como las ballenas, que se están recuperando debido a la moratoria de caza introducida a finales de los setenta, como de otras especies que estaban en peligro, entre ellas, las tortugas marinas, que se han beneficiado de otra normativa, la convención sobre Cites, que prohíbe el comercio de especies amenazadas, y otras leyes que han reducido los problemas de contaminación, par­ticularmente, la que manda que todos los barcos petroleros tengan doble casco, lo que ha disminuido los accidentes de vertido a un 10% respecto al año 2000. También las regulaciones en Europa y en Estados Unidos para reducir la contaminación por nitratos y fosfatos de las zonas costeras y atajar el problema de las zonas muertas, que no se han recuperado, pero no están creciendo al ritmo que lo hacían. Y, más recientemente, los compromisos de conservación y recuperación, que son, por ahora, compromisos políticos y que todavía se han de desplegar. En ese sentido, hay un marco para la recuperación del océano que no teníamos hace 20 años.

Los mares no están hoy peor que a principios de siglo. Hay esperanza de que se recupere la abundancia de vida en 2050

P. ¿El balance es más positivo que negativo?

R. Sí, pero el cambio climático es una de las presiones en la que no conseguimos avanzar. Tenemos temperatura récord en todo el océano, como en tierra, y esto es una amenaza importante para ecosistemas vulnerables y, aparte, está reduciendo su productividad, lo que amenaza la sostenibilidad futura de las capturas pesqueras. Los progresos, sin embargo, en la caza, la pesca, la destrucción de hábitats en la costa y la contaminación hacen albergar la esperanza de que podamos recuperar la abundancia de vida en 2050, en la que trabajo. Incluso, en cuanto a la sobrepesca, el porcentaje de stocks que se está pescando de forma sostenible está aumentando a escala global.

P. El último pacto alcanzado para preservar el 30% de la superficie marina, ¿es suficiente?

R. El problema es la implementación, porque en todas las convenciones de la ONU, sobre todo en la del clima y la de biodiversidad, nuestro registro de cumplimiento de los compromisos no es bueno. En el marco del Acuerdo de París, no estamos consiguiendo reducir emisiones al ritmo necesario para alcanzar los objetivos y el caso de la Convención de la Biodiversidad Biológica, donde se fijan metas cada 10 años, estamos en la tercera década y se acaban de fijar las metas con dos años de retraso debido al Covid, ya que no se pudo celebrar la cumbre prevista para 2020, y en las dos décadas anteriores no se cumplieron los objetivos. Aunque hay otro acuerdo que no ha recibido tanta atención pero que es relevante, el que se adquirió en 2022, en el marco del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, para desarrollar una normativa legalmente vinculante para frenar la entrada de plásticos en el océano. Tuvimos un retraso por el Covid: se proyectaba que la producción global iba a caer un 20% y acabó subiendo un 18%. Se espera que el mecanismo entre en vigor en 2024.

P. ¿Qué se puede hacer?

R. La ONU no tiene herramientas punitivas para penalizar los incumplimientos. Podríamos fijarnos en la UE, con un proceso mucho más robusto porque el incumplimiento de directivas medioambientales va seguido de grandes sanciones a los países. De hecho, el Brexit empezó por una gran multa al Reino Unido por vulnerar el objetivo de mantener sus praderas submarinas saludables. Ese mecanismo sancionador tendría que extenderse a los acuerdos globales. O que se amplíe el club del clima, que propone el Premio Fronteras del Conocimiento, en la categoría de cambio climático, y Premio Nobel de Economía, William D. Nordhaus., al club del planeta. Esto lo puede hacer la UE y consistiría en un consorcio de países comprometidos con alcanzar una serie de acuerdos medioambientales y donde el comercio tiene incentivos y beneficios siempre que se cumplan los objetivos. Si un país lo incumple, podría haber un periodo de moratoria de cumplimiento y, si no sale del club, tendría que pagar tasas para comerciar con esos países. Eso sí sería efectivo.

El cambio climático es una de las presiones en la que no conseguimos avanzar y amenaza a los ecosistemas vulnerables

P. Otro tema pendiente es la financiación.

R. Es un problema en todos los desafíos ambientales: climáticos, de biodiversidad y contaminación. En el caso del clima, se va a resolver porque el Acuerdo de París abre la puerta a la participación del sector privado, que es clave para alcanzar cualquier objetivo que suponga crear nuevas economías. El de biodiversidad, lamentablemente, va muy retrasado, porque la Convención de Diversidad Biológica demoniza su participación. En diciembre, en la COP15 de Montreal, el sector privado ni siquiera podía registrarse como participante; lo ven como el causante del problema, cuando el sector privado somos todos, incluidos los ciudadanos.

P. ¿Es la razón del poco interés en el ODS del océano?

R. Sí, en parte, pero también por su declaración en el Código de Justiniano como terra nullis, tierra de nadie. Eso significa que nadie se responsabiliza y que no tiene valor, y en economía, lo que tiene valor cero no se puede regular; nadie lo cuida.

P. ¿Hay que cambiar ese estatus?

R. Trabajo en un programa de mitigación y adaptación al cambio climático, a la vez que de recuperación de la biodiversidad a través del capital natural azul. Un concepto más amplio al invertir no solo en carbono, sino también en naturaleza para darle valor. Mi objetivo es que el océano sea tierra de todos, que nos corresponsabilicemos y la vida marina tenga valor gracias al desarrollo de una nueva clase de activos basados en el capital natural azul.

P. ¿Puede ampliar este concepto?

R. Carbono azul es un término que se refiere a la estrategia para contri­buir a mitigar y adaptarnos al cambio climático a partir de la conservación y restauración de hábitats costeros, que son los sumideros de CO2 más intensos de la ­biosfera, como las marismas, las praderas submarinas y los bosques de manglar. Una pradera de posidonia oceánica como las que tenemos en Baleares secuestra, por ejemplo, una cantidad de carbono anual equivalente a 17 hectáreas de bosque amazónico prístino. Hay empresas que están invirtiendo en máquinas que capturan CO2 a un coste de 1.000 dólares por tonelada, mientras que la conservación y restauración de estos hábitats retira CO2 a un coste aproximado de 20 o 30 dólares por tonelada, a la vez que genera muchos cobeneficios (aumentan la abundancia pesquera y la biodiversidad). Mi amigo Barry Sternlicht, hijo del fun­dador de los hoteles Starwood, dice que el capital natural es el nuevo real state. Ahora es más rentable invertir en capital natural que en inmobiliaria.

Carlos Duarte, antes de la entrevista.
Carlos Duarte, antes de la entrevista.

P. ¿En qué consiste el proyecto?

R. Lo que estamos haciendo Ralph Chami, un economista amigo que dejó en abril el FMI para dedicarse plenamente a la economía de la naturaleza, y yo es cambiar la forma en que se computa el valor del capital natural, que hasta ahora se basa en el shadow pricing, en valores monetarios de bienes arbitrarios basados en técnicas como la voluntad de pagar, lo que ha impedido que la economía de la naturaleza vaya al mercado. Los precios que van al mercado deben estar codificados y regulados y el valor de los servicios ecosistémicos no lo estaba. Ahora existe, por fin, uno que está regulado, el del carbono, y que, además, es cuantificable.

P. ¿El precio del carbono será entonces la referencia para invertir en dichos activos?

R. El problema es que hay otro mercado voluntario que no está regulado. Por eso trabajamos en que ese valor no oscile dependiendo de la geografía: que una tonelada de carbono eliminada por un sumidero natural en Gabón valga 5 dólares por tonelada y dentro de la UE se revenda a 100 euros; tiene que ser homogéneo, también porque no es ético.

P. ¿Cuándo espera que esté en marcha este mercado?

R. Ralph Chami y yo estamos empezando a desarrollar este mercado en Bahamas, en los pequeños Estados insulares en desarrollo, porque son los que están en una situación más crítica por los impactos del cambio climático, están en riesgo de desaparecer engullidos por el mar, y también porque, aunque tienen menos del 1% de la población global, son responsables del 30% de toda la superficie de los océanos. Allí hemos descubierto la pradera submarina más grande del mundo, y la idea no es que se compre la pradera submarina o el manglar, sino los servicios climáticos y de biodiversidad que soportan estos países. Queremos que 2023 sea el año de lanzamiento de este nuevo modelo de economía positiva de la naturaleza. De hecho, el pasado día 23 presentamos nuestro trabajo al Banco Central Europeo, que ha creado un centro de cambio climático, pero que está interesado también en el valor de la naturaleza como una nueva clase de activos que, además, puede permitir mantener economías acíclicas: evitar los movimientos y tendencias inflacionistas que tenemos ahora.

P. ¿Conseguirán que el precio del carbono sea homogéneo en todo el mundo?

R. Trabajamos en ello. Desde luego, no se venderá ni una tonelada de carbono secuestrada para conservación y recuperación de praderas submarinas en Bahamas a un precio que no sea el de referencia en el país del que viene el inversor; no es ético. Trabajamos en estructurar un crédito que no sea uno de carbono puramente, sino de capital azul, es decir, que, junto al carbono, haya un valor de mejora de biodiversidad que el propio inversor reconoce en su actividad. Por ejemplo, cuando una empresa invierte en proyectos de carbono para alcanzar sus objetivos de neutralidad climática, ese crédito va acompañado de uno de biodiversidad, también verificado y cuantificable, y que ese inversor puede reportar frente a sus compromisos contra los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y eso tiene mucho más valor para el sector privado de lo que los reguladores están pensando. Estamos desarrollando sistemas que funcionen en una economía de mercado.

No tenemos un sistema tecnológico para extraer minerales que esté libre de consecuencias negativas para el océano ni el conocimiento para restaurar los ecosistemas que hayan sido explotados por esta actividad

P. ¿Qué opina sobre otra amenaza como es la minería submarina?

R. En el acuerdo de marzo lo que se ha pactado es que no se podrá hacer minería del océano profundo sin un estudio de impacto ambiental. Creo que es insuficiente. El problema es que no tenemos un sistema tecnológico para extraer minerales que esté libre de consecuencias negativas sobre el medio ambiente, ni el conocimiento para restaurar los ecosistemas que hayan sido explotados por esta actividad.

P. Vemos el deterioro de Doñana o el mar Menor, ¿en España hay poca cultura de cuidado del mar?

R. No me anima en absoluto que los temas que ocupan nuestros titulares estos días sean la muerte del mar Menor y de Doñana, que son dos ecosistemas costeros fundamentales, por políticas que podemos resumir con el dicho “pan para hoy y hambre para mañana”. Que sigamos instalados en esa filosofía en 2023 en nuestro país me duele como ciudadano español, ya no como investigador, y me causa una tristeza profunda. En el fondo no estamos pensando en lo que es importante, por debajo de los ODS lo que subyace es la justicia intergeneracional. No estamos pensando en nuestros hijos y nuestros nietos; es de un egoísmo absoluto y realmente avergonzante. De hecho, la sostenibilidad es un concepto ya vacío, porque desde hace unos años todo es sostenible y hay que volver a la raíz, a la definición de que es el uso de recursos por una generación sin comprometer el derecho de las generaciones futuras a también abastecer sus necesidades.

P. ¿Cómo se puede revertir esta situación?

R. La única solución es educación, educación, educación. Es lo que nos falta; nuestro sistema educativo deja mucho que desear. Tenemos que invertir más en educación e invertir en una que genere ciudadanos con principios éticos, solidaridad y colaboración entre nosotros.

P. ¿Cree que hay que divulgar más cuáles son los beneficios de preservar los océanos?

R. Sí. Hay una parte utilitaria y otra espiritual, que es reconocer la belleza de la vida, de los océanos, admirar una ballena, a eso no le vamos a poner un valor económico, pero debe ser una motivación tan importante como la utilitaria.

P. ¿Estamos a tiempo de revertir el deterioro?

R. Sí, el mayor riesgo es dejar de creer que un océano saludable es posible. En el momento en el que eso suceda, es cuando el océano estará condenado. Algo que hemos hecho muy mal desde el punto de vista de la comunicación en torno al problema climático, de biodiversidad y del océano es la apelación al miedo, a generar futuros horribles pensando que así se haría algo y lo que hemos conseguido es que mucha gente se instale en la depresión o la apatía. Al final, caminamos como sonámbulos a esos futuros horribles que nos han puesto delante, desde Greta Thunberg a António Guterres. En psicología social está claramente entendido que esos mensajes mueven simplemente al cinismo, a la apatía y a la inacción.

P. ¿Se ha calculado el valor económico del daño al océano?

R. Sí, pero no sé cuál es ese valor. Te lo digo en positivo. Se ha calculado que por cada euro invertido se recuperarían 10 y los sector más beneficiados serían la producción de alimento marino, la pesca, porque se podrían duplicar las capturas pesqueras; el de seguros, los daños a bienes asegurados disminuiría enormemente, y el turismo.

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Sobre la firma

Denisse Cepeda Minaya
Periodista especializada en energía, medio ambiente, cambio climático y salud. Máster en Economía verde y circular por el Inesem y Máster en Periodismo por la UAM/El País. Con más de 20 años de experiencia en periodismo económico. Anteriormente trabajó en República Dominicana como reportera de economía en los periódicos El Caribe y Listín Diario.

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