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Carta del director
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El Gobierno es el mensaje, y al mercado le suena bien

Donde se temía al populismo apareció la meritocracia. No hay programa, pero eso puede ser una ventaja

La ministra de Economía, Nadia Calviño; la de Hacienda, María Jesús Montero; y el de Exteriores, Josep Borrell
La ministra de Economía, Nadia Calviño; la de Hacienda, María Jesús Montero; y el de Exteriores, Josep BorrellPABLO MONGE
Ricardo de Querol

El dirigente mediocre o inseguro suele rodearse de gente que no vaya a brillar más que él, que solo le diga lo que quiere escuchar. El líder juicioso intenta tener cerca a personas mejores que él, de esas con criterio propio con las que discutirá, quizás agriamente, y de ese debate saldrán decisiones más afinadas; gente que le advertirá cuando se equivoque, porque la verdadera lealtad es esa.

El cambio político iba en serio, y nadie lo vio venir. El cliché del Gobierno Frankenstein, que sería diseñado para contentar a Podemos y a los secesionistas, un barullo que no podría durar más que unos pocos meses, se ha derrumbado en una semana. Donde se temía al populismo ha aparecido la meritocracia. Eso ha tranquilizado mucho al mercado: la Bolsa española (alcista esta semana) y la prima de riesgo (estable) se han despegado al fin de Italia, cuya suerte parecíamos condenados a compartir a ojos de los inversores, otra vez bajo el estigma de los pigs.

El goteo de nombramientos de ministros de Pedro Sánchez, una jugada maestra de comunicación que ha ido dando unas horas de protagonismo a cada uno de ellos, ha resultado en un equipo de personas con peso en las carteras clave. Con peso político o con peso como tecnócratas, que los dos perfiles hacen falta. Un Gobierno pensado para durar al menos un año, en contra de lo que se pensaba tras el triunfo inesperado de la moción de censura.

Unos y otros se han ido dando cuenta de que necesitan tiempo. El PSOE el primero, claro, para mostrarse como opción sólida de Gobierno, sensación que no ha transmitido en todos estos años. El PP, para reconstruirse en torno a un nuevo liderazgo. Podemos, para asentarse y suavizar sus aristas tras haberse desgastado en guerras internas y por su proximidad a los que querían romper el Estado.

Solo Albert Rivera tenía prisa, y esa prisa asustó al PNV hasta empujarle a cambiar de bando, y esa prisa le ha llevado de ser favorito en las encuestas a enfrentarse a la irrelevancia, segunda fuerza de la oposición en vez de aliado decisivo, al final retratado junto a Rajoy en su caída cuando solo querían esperar a ver cómo se abrasaba. Si la legislatura no está acabada, las encuestas ya no valen nada. Rivera sabe, teme, que en uno o dos años el voto útil de la derecha puede volver a agruparse en torno al PP.

Este Gobierno no tiene un programa: su primer y por ahora único mensaje, y ha sido poderoso, es el de los nombres que lo integran. Tiene un grado de ambición muy modesto, dada su posición en el Congreso. Eso no le viene mal porque lo poco que haga en el terreno social se verá como un regalo. Nadie va a exigirle que lleve a cabo el programa electoral de hace dos años, ni siquiera el que Sánchez planteaba hace unos meses. Tendrá que buscar apoyos para todo, no necesariamente en los que han votado la moción. Cuenta ahí, como arma, con la llave de las urnas: convocará a ellas cuando le interese, más pronto si le bloquean todo, más tarde si las demás fuerzas políticas echan una mano.

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Hoy el Parlamento es líquido, pero La Moncloa parece inesperadamente sólida. Si el gran mensaje es el Gobierno mismo, podemos dividirlo a su vez en estos:

Ni una broma con la economía. Sánchez va a respetar los compromisos de reducción del déficit, aunque sepa que eso le deja un margen de actuación muy estrecho. Desoye la petición de Podemos de renegociar esa meta con Bruselas, porque sería un mensaje malo para los mercados. Nadia Calviño viene precisamente de la gestión presupuestaria en la Comisión Europea; su nombramiento para Economía parece una garantía.

El Presupuesto lo gestionará María Jesús Montero en Hacienda, un puesto decisivo porque ella atará en corto a los demás ministros. En Andalucía ya se ocupaba de cuidar cada euro y ha dejado el déficit en el 0,22% en 2017, muy por debajo del objetivo del 0,6%.

Sánchez defendía hasta hace poco un notable aumento del gasto público y de ciertos impuestos, un giro que de producirse tendrá que esperar a los Presupuestos de 2019, si es que son viables. Si los dos aumentos de gasto e ingresos no son parejos, podría dudarse del rigor fiscal. Por ahora, todo apunta a que se contienen las tentaciones de abrir el grifo al gasto social, salvo algunos capítulos con más simbolismo que impacto financiero.

En el corto plazo, el PP ya había cedido a subir las pensiones con el IPC, lo que iba a financiarse con una tasa al sector tecnológico. O Montero retoma esa idea o habrá que retocar otras figuras tributarias. El impuesto de sociedades puede volver a dar sustos antes de fin de año, como ya los dio con el decreto Montoro en 2016.

Más a largo plazo, la estabilidad presupuestaria se juega en la reforma de las pensiones. Es un reto mayúsculo para la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, que intentará renovar el Pacto de Toledo. Sin demasiado tiempo por delante, y para salvar el perfil social del nuevo Gobierno, cabe temer que se dejen para más adelante las medidas de calado, que quizás tengan que ser impopulares. Al fin y al cabo, PP y PNV ya habían atrasado a 2023 el desagradable factor de sostenibilidad.

Ni una broma con Europa. La Unión Europea vive momentos convulsos. Macron ha puesto entusiasmo a su propuesta de reforma del euro, a la que se resiste Merkel, y ante la que España adoptó antes una postura timorata. El Gobierno italiano, con un discurso antieuropeo y xenófobo, se ve con aprensión, en medio de una ola reaccionaria que erosiona el Estado de derecho en Hungría o Polonia. La irrupción del Gobierno Sánchez, con una figura tan reconocida como Josep Borrell en Exteriores, se recibe en las instituciones comunitarias como una inyección de optimismo. Quedan negociaciones muy complejas, como el escenario presupuestario posbrexit (2021-27). Calviño propuso con su camiseta anterior recortes en la Política Agraria Común, la duda es si ahora defenderá otra cosa.

Uno de los cambios más notorios: habrá un mejor alineamiento con los objetivos de la UE en política energética. Teresa Ribera tendrá que buscar un difícil equilibrio para avanzar en renovables, e ir abandonando nucleares y carbón, sin que se disparen los precios de la luz. Las empresas temen por ese factor decisivo de competitividad.

En sentido contrario, a Bruselas le disgustaría un retroceso en la reforma laboral, que fue una de las condiciones implícitas del rescate de 2012. En todo caso, no se espera que esa reforma sea derogada, como se decía desde la oposición, sino corregida en aquellos aspectos que dispararon la precariedad. Por ejemplo, no es previsible que se recupere la protección ante el despido anterior. Cualquier cambio será difícil de negociar, porque ni Podemos va a contentarse con retoques menores ni PNV o PDECat apoyarían un regreso a la rigidez del modelo laboral del siglo pasado.

Ni una broma con la unidad de España. Twitter ha sido el termómetro: el nombramiento de Borrell enfureció a Puigdemont; el de Grande-Marlaska hizo recordar a Otegi que le metió dos veces en la cárcel. Así que lo de los pactos ocultos con los independentistas queda rotundamente desmentido. Borrell se convirtió en héroe del unionismo en aquellas manifestaciones en las que la rojigualda tomó Barcelona. Es el político que mejor ha construido un discurso (y un libro) contra la aventura secesionista.

Pero este Gobierno busca la distensión, y de ella se ocupará Meritxell Batet. Como primer gesto, se ha levantado la intervención de las cuentas de la Generalitat, a la vez que el artículo 155 decaía solo, y se va a citar a Quim Torra en La Moncloa. Tiene sentido dar algunos pasos hacia la normalización, pero desde el otro lado harán falta largas zancadas. Marcó claramente el terreno de juego Margarita Robles, ministra de Defensa: “Con la Constitución, todo; fuera de la Constitución, nada”.

Si Torra y Puigdemont se apean de su mesianismo y admiten de una vez que el procés ha fracasado, como es evidente, podría avanzarse en el diálogo sobre lo posible: financiación autonómica (otra tarea para Montero) e inversiones ahora, y posibles reformas constitucionales mucho después, pues son complejas y requerirían el visto bueno del PP. A corto plazo, podría apaciguar las cosas una revisión de la situación penitenciaria de los exconsellers, pero el mayor enemigo de los presos siguen siendo sus compañeros huidos a Bélgica, Suiza y Alemania.

Ni una broma con las mujeres. La idea de las cuotas ya es vieja: este Ejecutivo incumple la recomendación de la ley de paridad (60%/40% de cada sexo), porque son mujeres 11 de 17 ministros, un 61,1%. Que nadie hable de floreros: claro que hay mujeres bien preparadas para puestos relevantes si se las busca. Sánchez conecta con una marea social en la que ha calado fuerte el feminismo, como se vio el 8M. La de igualdad será una de las políticas más visibles, como lo fue con Zapatero. También en esto el Gobierno es el mensaje, un aviso contundente al sector privado.

Viendo a este Consejo de Ministras más que de Ministros, chirría más que solo haya dos presidentas en las 35 empresas del Ibex, solo un 19% de consejeras en las 133 compañías cotizadas o, eso ya clama al cielo, que en 15 de ellas no se oiga una sola voz femenina. Las mujeres están derribando todos los muros y techos. Se equivocarán mucho los que reaccionen tarde. Ya es tarde.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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