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Carta del director
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El año en que pararon los pies al populismo

Los enemigos de la democracia liberal han sufrido algún revés, pero el riesgo político sigue elevado

El presidente francés, Emmanuel Macron; el de Estados Unidos, Donald Trump;el líder chino, Xi Jinping,y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, han sido algunos de los protagonistas internacionales del año 2017.
El presidente francés, Emmanuel Macron; el de Estados Unidos, Donald Trump;el líder chino, Xi Jinping,y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, han sido algunos de los protagonistas internacionales del año 2017.
Ricardo de Querol

Corremos el riesgo de convertirnos en una nación de ingenuos, en un mundo de niños a disposición del primer charlatán que nos pase por delante”. Carl Sagan escribía así en uno de sus últimos libros (El mundo y sus demonios, 1995) sobre los peligros que veía venir:el nacionalismo y la xenofobia, el declive del pensamiento crítico, la frivolidad de los medios de comunicación, la disociación entre la ciencia y la democracia, que ya iban de la mano en la Grecia clásica.

Los que creemos en la democracia liberal, con todas las críticas posibles a su situación actual, terminamos 2016 angustiados. Donald Trump, un demagogo y xenófobo peligroso para el mundo, había conquistado la Casa Blanca. El brexit había fracturado la Unión Europea. En nuestras pesadillas salía Marine Le Pen en el Elíseo o los nazis volviendo al Bundestag. Más cerca, las instituciones catalanas daban pasos hacia la ruptura con el Estado, y hacia la fractura interna en la comunidad, aunque entonces nos agarrábamos al “no se atreverán, no llegará la sangre al río”.

La ola populista global estaba en su punto más alto al empezar este 2017. El desprestigio del sistema tras la crisis de 2008, la polarización política alentada por el mundo digital (donde vivimos en burbujas de opiniones que nos dan la razón), una eficaz maquinaria propagandista de desinformación y la ansiedad ante la revolución tecnológica son algunas explicaciones del fenómeno.

¿Cómo terminamos este 2017? Cuando menos, no peor. El populismo sigue crecido, en unos sitios más que en otros, pero la democracia liberal parece estar conteniendo la marea. Y allí donde se impusieron, los populistas han tardado poco en tropezar con la realidad, como le había ocurrido antes a Tsipras, el primer ministro griego rendido al pragmatismo.

La Europa de 2017 ha dado motivos para el alivio. Macron logró una contundente victoria ante Le Pen con un discurso cosmopolita, entre liberal y socialdemócrata, europeísta. Es el hombre del año: simboliza lo contrario que Trump o el brexit. En Alemania, la irrupción de la ultraderecha en el país que en teoría estaba vacunado contra ella es alarmante;también el contagio de euroescepticismo a los liberales, que impidió su alianza con Merkel. Ahora la canciller negocia otra Gran Coalición y los socialistas ponen como primera exigencia, agradable sorpresa, el federalismo europeo. Y el brexit parece estarse encauzando por las vías más razonables, lejos de la demagogia de los Farage o Johnson. Mejor aún, ante la salida del Reino Unido, que era quien echaba el freno, los 27 dan pasos adelante. Europa puede encarar un año prometedor, aunque preocupa el retroceso del Estado de derecho en Polonia o Hungría. Ojo a Austria, con los ultras en el Gobierno.

Hoy parece contenido, que no disipado, el riesgo para España (y Europa) del separatismo catalán. Porque también los impulsores del procés han topado con la dura realidad, en su caso en forma de encarcelamientos e intervención de la autonomía. Resulta que era mentira el cuento de la independencia pacífica y reconocida por el mundo. Aun así el independentismo mantiene una sólida base social, algo menos de la mitad de la población. La pregunta es si insistirán por la vía del desafío o si, más bien, tenemos conflicto para largo pero sin que se salga más de los márgenes del orden constitucional.

En EE UU, Trump está resultando un presidente tan poco ejemplar como temíamos (basta leer sus tuits). Pero están funcionando los checks and balances, el equilibrio de poderes que impide que campe a sus anchas. La justicia bloqueó algunos de sus dislates (el veto migratorio a los países musulmanes que no son aliados clave), otros los están parando los republicanos (el muro con México no tiene fondos, fracasó la derogación del Obamacare). Se investigan sus vínculos con Moscú, un proceso de inciertas consecuencias para él. Lo que sí ha logrado es sacar a su país del pacto mundial contra el cambio climático e inflamar Oriente Medio con un apoyo incondicional a Arabia Saudí y a Israel que inhabilita a Washington como mediador en la región.

Trump se acaba de apuntar su mayor triunfo: una reforma fiscal que favorecerá inmensamente a los muy ricos y a las corporaciones, en casi nada a la clase media que le vota, y que de rebote perjudica a las empresas europeas que operan allí. Se quiere así calentar una economía que ya estaba caliente. Eso implica beneficios muy inmediatos para Wall Street (qué ingenuos los que creían que Trump no era de los suyos), dado el acelerón a los beneficios. Pero necesariamente llevará a un déficit gigantesco y a un ritmo mayor de subidas de tipos de interés en EE UU, factores que pueden desestabilizar la todavía frágil economía global. Esta no es, en todo caso, una medida propia del nuevo populismo, sino del neoliberalismo de los ochenta. En este terreno (y alguno más), Trump no es un antisistema, sino un discípulo de Reagan.

El mayor peligro global de 2018 no está en Corea del Norte, sino en la tensión entre Arabia Saudí e Irán

En un mundo así de revuelto, los mercados están instalados en la complacencia. De Trump gusta el chute de la reforma fiscal, porque en el parqué se mira ante todo el corto plazo. Wall Street está en máximos históricos y mantiene una racha alcista de ocho años. ¿Sostenible? Algunos expertos vaticinan una corrección brusca –una caída del 20% se consideraría digerible, puede ser peor–. Pero el mercado, por ahora, no escucha a los agoreros.

Y eso que el riesgo político sigue ahí. Que eso cotiza lo demuestra la Bolsa española, descolgada en bastantes puntos de las alzas en Europa por la crisis catalana, aunque esta se vive con serenidad:se ha visto que el Estado tiene instrumentos para mantener la estabilidad.

Mientras en España estábamos paralizados con lo de Cataluña han pasado muchas cosas en el mundo. Por ejemplo, que el líder chino Xi Jinping ha reforzado su poder hasta el nivel del mismísimo Mao; que Putin se dirige sin rival hacia otra reelección sin dejar de enredar en Occidente. Que la arruinada Venezuela ya no se parece en nada a la democracia que fue; que Macri puede ser el Macron latinoamericano, el hombre con un discurso capaz de ganar al populismo. Atentos a México y Brasil, que elegirán presidentes en 2018.

Un factor de riesgo seguirá siendo el terrorismo. El ISIS, casi derrotado en Siria e Irak, podrá dar nuevos zarpazos en Occidente. Mientras sean atentados low cost, esos de los lobos solitarios, el impacto será limitado. Otro riesgo mayúsculo sería ese apocalipsis nuclear con que se amenazan mutuamente Trump y el norcoreano Kim Jong-un. Pero no se da mucho crédito a esas bravatas.

Un importante gestor de inversiones opina que es mucho más real el peligro de un conflicto entre Arabia Saudí e Irán. Riad ha vivido tímidas reformas y duras purgas que buscan reforzar al heredero Mohamed Bin Salmán; su guerra fría con Teherán está detrás de casi todos los conflictos en Oriente Medio. Un choque directo, opina ese gestor, dispararía el petróleo a 150 dólares y arrastraría al planeta a otra recesión.

No se piensa hoy en eso en Wall Street, que sigue de fiesta. Para las Bolsas, salvo catástrofe bélica, la clave de 2018 será el ritmo de la normalización monetaria, primero en EE UU y en Europa después, con caras nuevas al frentede la Fed y el BCE. Veremos si la economía mantiene la calma sin sus adictivas dosis de estímulos.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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