Cuenta atrás para el cierre definitivo de la central nuclear de Almaraz
El apagón, en tres años, sigue en pie tras el anuncio en junio de Enresa para licitar las obras de desmantelamiento pese al rechazo del sector. Extremadura teme el daño al PIB de la zona
Noviembre de 2027. Es la fecha prevista para el apagón del primer reactor de la central nuclear de Almaraz, que opera desde 1983 en este municipio cacereño. De hecho, Enresa, la empresa pública responsable de la gestión de los residuos radioactivos, dio un paso más para su futuro cierre. A finales de junio, anunció el inicio del proceso de licitación de los servicios de ingeniería para su desmantelamiento por unos 28 millones de euros.
“Un trámite normal”, admiten desde la central, que confirma que el Gobierno mantiene el calendario de cese hasta 2035 pese al rechazo frontal de las empresas del sector, que abogan por alargar su vida útil. Incluso, en la actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), enviado esta semana a Bruselas y que endurece los objetivos, se mantiene la exclusión de esta fuente, aun cuando el Parlamento de Extremadura pidió su preservación durante el periodo de alegaciones.
Mientras, en la planta, que genera 2.900 empleos directos e indirectos, el 90% de Navalmoral de la Mata, los trabajadores y sus ejecutivos albergan aún la esperanza y trabajan en dos hipotéticos escenarios: su clausura –el de la segunda unidad está fijado para octubre de 2028– o su continuidad.
En el primer caso, la central dueña de Iberdrola (53%), Endesa (36%) y Naturgy (11%), y que produce en conjunto 16.252 gigavatios hora de energía neta, dato de 2023, contempla la construcción de otro almacén temporal individualizado, el denominado ATI 100, adicional al existente, para albergar todos sus elementos combustibles, después de que el Ejecutivo descartara el año pasado el depósito centralizado en Villar de Cañas (Cuenca). Con una capacidad para 125 contenedores –15 para los elementos combustibles gastados y 10 para los residuos especiales–, la inversión ronda los 40-45 millones de euros sin los contenedores, calculan en la central.
Se prevé que su ATI actual, una estructura de hormigón a cielo abierto en el exterior de la planta, con 20 cápsulas cilíndricas metálicas colocadas en posición vertical, con seguridad extrema (doble vallado, contraseña para entrar y un sistema de detección de metales y explosivos), se llene en el primer semestre de 2025 –ya hay 17 completos–. “Se necesita más capacidad para los dos escenarios”, admite Enrique González Mogort, jefe de ingeniería del reactor y resultados de la central, durante una visita de prensa a la instalación en mayo gracias al Foro Nuclear.
En el segundo caso, si se amplía su operación, algo que hasta ahora descarta el Ejecutivo, se espera la comunicación del Ministerio de Transición Ecológica –previo informe del Consejo de Seguridad Nuclear– en el primer trimestre de 2025, o en 2026 como muy tarde, para planificar su extensión. “Lo ideal es saberlo tres años antes tanto para su cierre como para su continuidad” por razones organizativas y de licencias”, comenta el director de Almaraz, Rafael Campos.
Su cese supone un impacto negativo de 91 millones de euros anuales en el PIB extremeño, calcula un informe del catedrático de economía, Juan A. Vega, de la Universidad de Extremadura, que se proyecta en la pantalla del centro de información del recinto.
Por dentro
Entrar a este macroemplazamiento (1.683 hectáreas), el más grande, con estrictas medidas de seguridad al ser una infraestructura crítica –la custodian la Guardia Civil en el exterior y la seguridad privada de Eulen en su interior–, es como viajar a los años setenta. Sus dos salas de control idénticas, de color dorado y verde fosforescente, lo delatan, evocando el estilo psicodélico de la época –su construcción se inició en 1972– o las míticas películas, y ahora series, en las que se proyectan las clásicas megacentrales soviéticas con una maraña de botones y luces rojas de emergencia parpadeando.
Es imposible evitar que el pulso se acelere, en una mezcla de miedo y fascinación, al recorrer –ataviado con un equipo de protección individual– también la sala de turbina, el ATI o sus alrededores, con un embalse para su refrigeración, el de Arrocampo del río Tajo, clave para su funcionamiento. Por eso no es extraño avistar aves y ciervos en el recinto. O al ver desde fuera el centro alternativo de gestión de emergencias, un edificio parecido a un búnker, con capacidad para albergar a 120 personas durante siete días, que se construyó a raíz del accidente de Fukushima, así como los generadores portátiles diésel y los equipos de energía y refrigeración para usarse en casos como este.
No obstante, esta instalación se sitúa en la categoría más alta de la Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO) “por su desempeño ejemplar y excelentes estándares de funcionamiento”. En 2023, por ejemplo, no se registró ningún accidente con baja en la central, recoge un informe. Y ya se contabilizan más de 600 días sin incidentes, un récord de 1.100 jornadas, resalta una pizarra informativa. La implantación de su Plan A-Cero (cero accidentes) de riesgos laborales también ha contribuido a que sea un referente internacional, una de las más seguras.
Almaraz destina cada año 50 millones de euros en renovación tecnológica, de equipos y en seguridad, apunta Campos. De ahí que afirme que la central está preparada para operar otros 40 años tras acometer mejoras.
Curiosidades
Diseño. La tecnología y el diseño de la central nuclear de Almaraz, con una potencia total instalada de 2.094 megavatios eléctricos, es de la compañía estadounidense Westinghouse.
Rendimiento. En verano, por el calor, su redimiento baja un 3%, aproximadamente 30 megavatios, porque el vapor que proviene de la turbina condensa mejor en invierno, ya que el agua del circuito de refrigeración, que viene del embalse de Arrocampo, está más fría que en la época estival por las altas temperaturas. No obstante, mantiene su potencia.
Combustible. La empresa Enusa suministra el uranio enriquecido a Almaraz. Se adquiere en Estados Unidos y se ensambla en su fábrica de Salamanca.
Coste. Cada elemento combustible, 157 en cada reactor, cuesta un millón de euros.
Residuos. Los almacenes temporales de la planta, el ATI y el ATI 100 –en planes–, albergarán el combustible gastado en la central hasta que se construya el almacén geológico profundo, previsto para 2073, según el séptimo plan de residuos radiactivos aprobado en diciembre pasado por el Gobierno.
Huella ambiental. La central evita la emisión de unos 5,5 millones de toneladas de CO2 al año, cifra de 2023.