El trilema de Roubini
Hoy los problemas económicos se presentan de tres en tres y con soluciones incompatibles entre sí. Hay que huir de análisis y recetas simplistas
Se cuenta que Nouriel Roubini fue uno de los pocos economistas que anticipó la crisis de 2008. Desde entonces, anda oteando el horizonte por si puede volver a distinguirse señalando nuevas catástrofes y, ahora, por fin, parece haber detectado una situación que acabará, según él, en un “aterrizaje forzoso, otro crash económico y financiero”.
El asunto tiene que ver con el trilema en que se encuentra hoy la economía mundial. La idea de trilema, en economía, se refiere a cuando hay tres problemas que no pueden resolverse de manera simultánea y ello obliga a elegir de dos en dos buscando, a menudo, el mal menor. Entre los más famosos, el de Mundell (tipo de cambio fijo, libertad movimiento de capitales y autonomía monetaria) y el de Rodrick (globalización económica, soberanía nacional y democracia).
El trilema de Roubini resume la imposibilidad de conseguir, a la vez, lo que parecen ser los principales objetivos de la política económica actual: reducir la inflación, estabilidad financiera y crecimiento económico. Todo ello aderezado, además, por la creciente tensión geopolítica en que nos estamos instalando de nuevo (¿segunda guerra fría?). Veamos, por separado, cada elemento del trilema.
La rápida subida de tipos de interés se ha convertido en la única reacción posible para los bancos centrales ante un súbito incremento de la inflación tras más de una década preocupados, más bien, por la deflación existente a pesar de los aumentos producidos en la liquidez mundial. En apenas unos meses, tanto la FED, como el BCE han situado los tipos de referencia en cifras moderadas, comparadas con las de principios de siglo, pero muy elevadas respecto a las de hace apenas tres años.
Con ello se ha pretendido hacer frente, con la misma medida, a dos tipos distintos de inflación: la de EEUU, más vinculada a una de demanda (pleno empleo y fuerte inyección de gasto público herencia, todavía, de la pandemia) y la que aqueja a la UE, clara inflación de costes consecuencia de la guerra de Ucrania y muy centrada en la fuerte subida de precios en dos productos básicos con gran efecto desborde: energía y alimentos.
La subida de tipos que, en la eurozona, se une al proceso previo de retirada de financiación excepcional por parte del BCE, empieza, con los retardos correspondientes, a tener efectos sobre el crédito, con suaves restricciones que pueden afectar al consumo y a la inversión. En EEUU, sin embargo, es más apreciable este efecto sobre la actividad, aunque los nuevos paquetes de estímulo aprobados por la Administración (la famosa Ley de Reducción de la inflación) pueden estar compensándolo.
En todo caso, la inflación ha iniciado un proceso descendente. Tanto a nivel mundial (desde el 8,8% en 2022, hasta el 4,9% previsto para 2024), como en EEUU (de un 6,5%, al actual 5%) y en la eurozona (que pasa del 10,9% al 5,3%). El problema hoy, sobre todo en la eurozona y España, está en la subyacente que mantiene una fuerte resistencia a la baja como consecuencia no de la espiral de salarios, sino del mantenimiento de los márgenes empresariales en amplios sectores en los que es posible trasladar a precio las subidas de costes.
La fuerte ralentización del crecimiento económico en 2023, corre paralela a la política monetaria antiinflacionista sin que, todavía, se pueda establecer causa-efecto. El FMI acaba de actualizar sus previsiones y habla de “las perspectivas más débiles desde la década de 1990″ sobre todo, en las economías avanzadas, con EEUU creciendo al 1,3% este año y la eurozona al 0,8% (con España a la cabeza y Alemania en negativo). Por su parte, China estaría en un 5,2% y la India cerca del 6%.
Este crecimiento lánguido está vinculado a la fuerte pérdida de poder adquisitivo provocado por la elevada inflación (con España destacada en retroceso salarial) y las dudas que sobre la inversión están generando las subidas de tipos y, sobre todo, los cambios que en las cadenas globales de valor puedan introducir las fuertes tensiones políticas mundiales (fragmentación).
De momento, el efecto más nocivo de este débil crecimiento en el antiguo primer mundo está siendo la fuerte apertura de la brecha social que se está generando y que amenaza con cronificarse hasta excluir, en la práctica, a un tercio de la población del sistema económico lanzándola en manos de una escasa política social, el enfado y los populismos.
La tercera pata del trilema es la estabilidad financiera puesta en cuestión por los graves problemas de bancos como Silicon Valley Bank, Credit Suisse y, más reciente, First Republic Bank. Sin embargo, todos los analistas comparten que no hay riesgo de un problema global como el ocurrido en 2008; los problemas están surgiendo, sobre todo, en bancos pequeños americanos cuya actividad fue desregulada por Trump y, las dificultades suelen darse en entidades que combinan mala gestión previa y un manejo imprudente de su actividad con captación de activos a corto e inversiones a largo, sobre todo en deuda pública, lo que les ha llevado a acumular importantes pérdidas latentes con la subida de tipos.
No se descarta que surjan otras entidades en dificultades (junio es clave porque se devuelve liquidez en la eurozona al BCE), pero nadie anticipa una crisis financiera global, aunque, como recordó Larry Fink, hay casi 4.000 bancos medianos solo en EEUU.
Así pues, según Roubini, seguir subiendo tipos para reducir inflación, sería negativo para el crecimiento y para la estabilidad financiera. Y si queremos primar estos dos últimos objetivos, habría que suavizar la política monetaria y estar dispuestos a soportar una elevada inflación durante más tiempo. Difícil trilema.
Valga este ejercicio para reflejar la complejidad del momento que estamos viviendo. Cargado de incertidumbres sí, pero con varias disrupciones pendientes de una eventual escalada de tensiones entre potencias. El mundo, hoy, es todo, menos sencillo. Y los problemas se presentan, al menos, de tres en tres y con soluciones incompatibles entre sí. Por eso, en este año electoral, huyamos de los análisis y de las recetas simplistas.
Jordi Sevilla es economista
Sigue toda la información de Cinco Días en Facebook, Twitter y Linkedin, o en nuestra newsletter Agenda de Cinco Días