El reto de fabricar enzimas de gusano para degradar plástico
La saliva del insecto de las colmenas puede ayudar a descomponer el polietileno. Existe interés internacional
A grandes males, grandes remedios. Este aforismo resume bien esta historia de ciencia, esperemos que con final feliz. En la cara del problema, un planeta enterrado en plástico. En la otra, parte de la solución: el descubrimiento de Federica Bertocchini, bióloga italiana y científica del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, CIB-CSIC, gracias a su pasión por la apicultura. “Yo manejaba colmenas habitualmente. Al empezar la temporada, en marzo, y sacarlas de nuevo, las encontré repletas de larvas de gusanos, que recogí y metí en una bolsa de plástico, como venía haciendo con otros bichitos. Al poco, advertí que la habían agujereado y escapado”, cuenta la experta.
El insecto al que la investigadora se refiere es el gusano de la cera o de la miel (Galleria mellonella), asiduo a los panales de abejas. Los “otros bichitos” son invertebrados, como los caracoles, con los que estuvo años, en Inglaterra, testando su capacidad para alterar las bolsas plásticas. El material utilizado, el polietileno, “el más producido y de los más resistentes”, puntualiza. Y el mes de marzo que cita, el de 2012. Desde entonces, unos cuantos años de observación para consolidar lo que ya intuyó trascendente.
Sobre algas, bacterias y hongos, aliados naturales anti plástico, hay varios estudios en marcha, no solo en España
No se equivocó. En 2017, tras su primera publicación científica, medios nacionales y extranjeros dieron cobertura al hallazgo. “Dejé de financiar de mi bolsillo con el apoyo de la Fundación Roechling (Alemania) y el CSIC”. “Entre 2017 y 2022 hemos invertido 450.000 euros en el trabajo de Bertocchini. Si queremos poner fin a la contaminación del plástico, necesitamos este tipo de acciones inmediatas y efectivas”, comentan desde la institución alemana.
Por parte del CSIC, al tiempo, se convocó una plaza específica, “Biodegradación del polietileno por sistemas biológicos”, y se creó la Plataforma SusPlast, “precisamente en torno a mi proyecto, cuya coordinación se puso en manos de la investigadora Auxiliadora Prieto. Sin embargo, me he quedado al margen de ambas propuestas”, declara. Desde CSIC, no se ha querido dar respuesta a este reportaje.
Proteína
Colaboradores tampoco le faltaron. María Solá, investigadora del Instituto de Biotecnología Molecular de Barcelona, del CSIC, dice que “tan pronto como leyó sobre el tema, entendió que debía y quería estar ahí, dadas mis inquietudes hacia este tipo de contaminación” y se unió a la que considera “una autora de referencia”. Durante más de un año fraccionó las muestras de la saliva del gusano, “aislando la proteína para purificarla e identificar el principio activo. Fue un éxito. No hablamos de bacterias, sino de que el mismo gusano, al predigerir externamente, escupe la saliva con las enzimas que degradan el material”, explica.
“Impulsa así esa primera fase costosa y compleja que hace que el proceso ruede y ahorra mucho gasto energético al realizarse a temperatura ambiente”, detalla. De hecho, sobre los aliados naturales –algas, bacterias y hongos– contra el plástico, hay varios estudios en marcha; entre estos, en Alemania analizan cómo la bacteria Pseudomonas sp. TDA1 ataca los enlaces químicos del poliuretano; en Japón, en el Instituto Nara, con la Idonella sakaiensis, y en el Instituto Real, de los Países Bajos, con la Rhodococcus ruber. Incluso en España, como los del grupo de Manuel Porcar, responsable del estudio de las bacterias de los chicles.
En mi laboratorio, con menos de un millón de euros, trabajando cinco personas dos años, esto saldría adelanteFederica Bertocchini, bióloga italiana y científica del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, CIB-CSIC
Para Tomás Torroba, también colaborador de Federica Bertocchini y profesor de Química Orgánica de la Universidad de Burgos, “es interesantísima esta técnica por reducir de días a horas algo que puede proseguir luego de esa forma igualmente natural”, comenta. Él, quien se ha ocupado de estudiar al microscopio (“uno especial que provoca la dispersión dela luz”) la caracterización de la saliva, “viendo cómo y dónde varía esa superficie que ataca el gusano”, asegura que “pronto Federica hará una nueva publicación de otro avance del proyecto, una vez identificada la enzima”.
Ahora, el futuro pasa porque esta se clone de la mano de una biotecnológica. “Sale caro encargarlo a pequeña escala, como ya he hecho. En mi laboratorio, con medio millón de euros o bien, uno como tope, y unas cinco personas trabajando dos años, esto saldría adelante”, deja caer la investigadora.
Sin embargo, de momento, se ha quedado sin plaza en el CSIC y sin financiación. “Creo que me ha perjudicado entrar en la Plataforma SusPlast que se creó en torno al proyecto”, considera la investigadora.
CSIC, ¿trampolín o muro?
La imperiosa necesidad de poder biodegradar tanto material contaminante ha situado al plástico en preferente dentro del ranking sostenible. De alguna manera, se ha puesto de moda en lo profesional. No sobran expertos para este desafío colosal, pero la carrera por llevarse el gato al agua hace que las rivalidades y competencias se acentuen, en este de por sí peculiar mundo de la ciencia tan parcelado y, por desgracia, no falto de intereses (y no solo científicos).
Federica Bertocchini asegura haberse quedado “fuera de juego, de un mes para el siguiente, como consecuencia de un cambio en el organigrama que nadie me ha explicado aún”, asegura. Y eso, paradójicamente, conforme crece el interés por el proyecto fuera de España. “Lo que iba a ser un trampolín se ha convertido en un muro infranqueable, algo chocante en una entidad de carácter público”, opina, mientras expresa esa inquietud hacia su futuro.
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