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50 años de lucha medioambiental

El 5 de junio de 1973 se celebró la primera cita; hoy se cumple medio siglo. La sensibilidad ciudadana respecto a la protección del medio ha transformado la toma de decisiones públicas y privadas 

Activista del medio ambiente en una tierra azotada por la sequía.
Activista del medio ambiente en una tierra azotada por la sequía.Hindustan Times (Hindustan Times via Getty Images)

El mundo libra una guerra despiadada, implacable y sin sentido contra la naturaleza”, advirtió hace apenas unos meses el secretario general de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, ante los desafíos que tiene la humanidad por delante este 2023. Dicha guerra ni está equilibrada ni parece que esté lejos de acabar: la acción humana provoca nueve millones de muertes prematuras cada año a causa de la contaminación, más de un millón de especies vegetales y animales están en peligro de extinción y la degradación de los ecosistemas afecta en la actualidad a más de 3.000 millones de personas, según datos de la propia ONU.

A ello se suma que la intensificación de los fenómenos climáticos extremos en los últimos 50 años ha causado dos millones de muertes y ha supuesto pérdidas superiores a los 4.000 millones de dólares (3.748 millones de euros), según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Fue justo hace medio siglo cuando, bajo el lema “Una sola Tierra”, se celebró el primer Día Mundial del Medio Ambiente. “Una verdad que sigue vigente”, opina Daniel Cooney, portavoz del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Naciones Unidas alerta de que más de 3.000 millones de personas habitan ecosistemas degradados con impacto en sus vidas

Al igual que lo era aquel 5 de junio de 1973, la Tierra sigue siendo el “único hogar” para la raza humana, “y protegerlo es un reto global y una responsabilidad que traspasa fronteras”, manifiesta Cooney desde la sede del PNUMA en Nairobi (Kenia). Este organismo, creado en la acuñada como Cumbre de la Tierra de Estocolmo en 1972 (de donde surgió la idea de celebrar, al año siguiente, dicha efeméride), identifica a día de hoy una “triple crisis medioambiental”: el cambio climático; la pérdida de la biodiversidad y la naturaleza, y la contaminación y los residuos. Todas generadas por una actividad humana basada “en pautas insostenibles de consumo y producción”.

Para contrarrestar el derrotismo, el Día Mundial del Medio Ambiente se constituyó como una plataforma mundial que sirva de cambio de tendencia. Actualmente, personas de más de 150 países participan de manera activa en sus actividades, centradas (según se puede leer en su página web) en celebrar “la acción medioambiental y el poder de Gobiernos, empresas y particulares para crear un mundo más sostenible”.

Niña llamando la atención sobre el planeta.
Niña llamando la atención sobre el planeta.Alistair Berg (Getty Images)

Para Hugo Morán, secretario de Estado de Medio Ambiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) del Gobierno español, los avances en la protección del entorno en este medio siglo “son indiscutibles” y se aprecian, explica, en que la necesidad de cuidarlo “está cada vez más presente en los debates, tanto a nivel social como político”, si bien “queda mucho por hacer” para lograr el objetivo de evitar una subida de la temperatura planetaria por encima de los 1,5 grados.

Algunos hitos relativamente recientes ponen de relieve que esa sensibilización acaba trasladándose a la aprobación de distintas normativas internacionales y nacionales, como por ejemplo, menciona Xabier Ezeizabarrena Sáenz, director del Máster en Derecho Ambiental de la Universidad del País Vasco (UPV), la resolución aprobada en julio de 2022 por la Asamblea General de la ONU que reconocía la salud medioambiental “como derecho humano”. Aunque coincide con Morán en que ha habido grandes avances en la concienciación “política, social y jurídica”, matiza que aún queda “un gran trecho por recorrer” en cuanto a niveles de aplicación y cumplimiento de las normativas.

La salud medioambiental es, desde el año pasado, un derecho inherente a todo ser humano

Cooney también se refiere a algunos logros quizá impensables en la década de los setenta, como el Acuerdo de París de 2015 o el Marco Mundial sobre la Biodiversidad aprobado en diciembre del año pasado. Y destaca otros “avances significativos”, como la unión de los países en 1987 para impulsar el Protocolo de Montreal con el fin de eliminar progresivamente las sustancias que destruyen la capa de ozono y aceleran el calentamiento global. Ejemplos que, asegura, reflejan “el compromiso de los líderes mundiales para proteger el planeta y, a su vez, a la humanidad”.

“Antes navegábamos solos y ahora navegamos acompañados”, celebra la responsable del área de biodiversidad de Greenpeace España, Celia Ojeda Martínez, en referencia a un contexto social “muy cambiante” compuesto no solo ya, como podía ser hace 50 años, por organizaciones ecologistas, sino también por “muchísimas plataformas sociales, vecinales, de individuos o colectivos que se han organizado, que están luchando y pidiendo un cambio” del contexto geopolítico ante los retos globales que afectan al entorno.

La ONU negocia para alcanzar un acuerdo vinculante respecto a la contaminación por plásticos

Eso aplica también, agrega Ojeda, a las empresas. Aquellas que “hacían impactos sin tener en cuenta las consecuencias ambientales y sociales” han dado lugar a otras que valoran “cómo paliar esos daños o cómo evitarlos” e, incluso, nuevas exclusivamente nacidas con el objetivo de reducir a cero esas consecuencias para el entorno natural.

“Soluciones a la contaminación por plásticos”, el tema elegido este año

El Comité de Estados Miembros de la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA, por sus siglas en inglés) de la Unión Europea votó en abril a favor de prohibir los microplásticos añadidos de manera intencionada en productos de consumo, sobre todo en cosmética. Según sus estimaciones, en los próximos 20 años se podría evitar el vertido en la naturaleza de alrededor de medio millón de toneladas de estos plásticos de reducido tamaño (inferiores a cinco milímetros), cuyo coste económico rondaría los 19.000 millones de euros. 

“Ya se ha visto que incluso aparecen en placentas. Están en nuestra sangre, están en nuestra cadena trófica”, sentencia Celia Ojeda, de Greenpeace, en referencia a diversos estudios que han detectado estas micropartículas en el organismo. A eso añade que los de un solo uso (“los que tenemos minutos en nuestras manos y tardan cientos de años en degradarse”) engloban un tercio de los en torno a 400 millones de toneladas de plásticos que se fabrican cada año en el mundo. El PNUMA estima que aproximadamente el 85% acaba en vertederos o como residuos no separados. 

Precisamente, António Guterres, secretario general de la ONU, incide en un mensaje con motivo de este día en la urgencia de adoptar “medidas inmediatas de reutilización, reciclaje, reorientación y diversificación” para reducir la contaminación por plásticos en un 80% para 2040, tal como se recoge en un reciente informe del PNUMA.

Este “problema transversal”, que, como recuerda Daniel Cooney, (PNUMA), afecta a la salud, a la economía, a los medios de subsistencia y al bienestar humano en general, es el tema de este Día Mundial del Medio Ambiente 2023. Ya en 2022 la Asamblea de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente adoptó una resolución para alcanzar un acuerdo internacional legalmente vinculante frente a esta contaminación. Las negociaciones, en marcha, se prevé que concluyan en 2024. 

Al respecto, desde Greenpeace instan a establecer mecanismos para que las empresas “dejen de producir plásticos al nivel que lo están haciendo”. Aunque la magnitud de la presencia de estos materiales en los océanos preocupa, Ojeda precisa que la “lucha” está en tierra: en la ingente cantidad de envases de un solo uso que se ponen en el mercado a diario, con un ritmo de producción y uso tan altos “que el sistema de reciclaje tocó techo hace muchos años”.  

Para Cooney es una emergencia que compete a “todos”: a los Gobiernos para alcanzar acuerdos; al sector privado, para que innove, abandone el uso de “plásticos vírgenes” y rediseñe sus productos; al sector financiero, para que inyecte dinero para esa transformación, y a los ciudadanos, para que utilicen “sus voces y sus votos” en impulsar el cambio. 

Ingeniería y gestión ambiental para paliar el problema

Proyecto. La presencia de pellets plásticos procedentes de vertidos o fugas producto de la actividad industrial se ha convertido en uno de los mayores peligros en océanos y mares como el Mediterráneo. Un proyecto en ciernes, que desarrolla la doctora en Ciencia y Tecnología de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), María Isabel Cerezo, mapeará los microplásticos en el medio marino, con el apoyo de la propia VIU y en colaboración con la Universidad de las Islas Baleares. 
Macroplásticos. Otra consecuencia de la aparición de los microplásticos es la degradación previa de macroplásticos no gestionados correctamente y que derivan en restos de tamaño milimétrico, algunos solo perceptibles a nivel microscópico, con un “impacto sobre los ecosistemas muy grave, y cuyas consecuencias reales aún se desconocen”, reflexiona Cerezo, licenciada en Ciencias del Mar.
Soluciones. La doctora coincide en que cualquier medida para revertir la actual situación pasa por “establecer una regulación que prohíba la utilización” de los microplásticos. “Es necesario educar a la sociedad en la importancia de leer la composición de lo que compran”, agrega.


Derecho Internacional. Teniendo en cuenta que “los recursos naturales desbordan la soberanía estatal”, Xabier Ezeizabarrena Sáenz, de la Universidad del País Vasco (UPV), aboga por el derecho internacional. Aunque este no facilite una “auténtica protección global de los bienes comunes” (océanos o biodiversidad), regula que cada Estado se haga responsable de ellos en sus límites soberanos.


CFC. Quizá uno de los mayores hitos de las últimas décadas en regulación internacional del medio ambiente ha estado en el Protocolo de Montreal, que acordaba la prohibición del uso de clorofluorocarburos (CFC), especialmente dañinos para la capa de ozono, que ha registrado una progresiva restauración del agujero causado por estos compuestos. Más allá de este punto, se ha conseguido abordar otros retos “más primarios”, recuerda Celia Ojeda, de Greenpeace, como la gestión de los residuos nucleares o la lucha frente a la caza de ballenas o de focas. 

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