A menor fuerza, mayor inteligencia artificial
La productividad mejora mediante la tecnología, la educación, el capital o una combinación de los tres
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Cada cuatro años desde 1997 el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU entrega al nuevo presidente, antes de su toma de posesión, el informe Tendencias Globales, un meritorio esfuerzo para ayudar al Ejecutivo entrante a vislumbrar cómo podrá ser el mundo dentro de dos décadas. El ánimo del informe no es realizar predicciones mirando una bola de cristal, sino identificar las fuerzas estructurales clave que darán forma al futuro. El último extenderá su mirada al mundo hasta 2045, pero no es preciso apuntar tan lejos para ver que la tendencia demográfica actual y su efecto en la productividad, combinada con los avances tecnológicos y la electrificación de la economía, van a tener en el planeta un efecto similar al de un “palo a la pajarera”, una expresión metafórica utilizada en la jerga de la gestión de personas para ilustrar la alteración de los comportamientos en las organizaciones cuando se producen cambios en los niveles directivos.
La demografía anticipa que el aumento de la longevidad y la sustitución de la generación del baby boom por cohortes de menor tamaño supondrán un lastre del 8% sobre el PIB per cápita en promedio en la OCDE durante las próximas tres décadas. Algunos países afrontarán hasta un 20% de caída, como es el caso de España según los datos de la OCDE. Con las proyecciones demográficas del Instituto Nacional de Estadística, desde 2023 hasta 2050 la población en edad de trabajar se reducirá en España en más de 800.000 personas. Para revertir esta situación y aumentar el PIB per cápita, bien se incrementa el número de personas que producen, algo difícil con la caída prevista de la fuerza laboral, o bien se avanza en la productividad. Las mejoras en la capacidad de producir son también la respuesta para los que sostienen que el crecimiento económico continuo agotará los recursos finitos de nuestro planeta, porque cuando la productividad aumenta es posible mantener o subir los niveles de vida y, al mismo tiempo, conservar recursos, incluidos los naturales, como el clima y la biosfera. Al mismo tiempo, los países que presentan los niveles de productividad más elevados, tanto por hora como por ocupado, se corresponden con aquellos donde los niveles de PIB per cápita son mayores.
La productividad mejora mediante la tecnología, la educación, el capital o una combinación de los tres. Pero en el contexto actual, en el que el número de trabajadores cae en relación con la población general, aumentar la producción por trabajador parece aún más urgente. La relativa buena noticia es que la IA y las tecnologías asociadas ofrecen la posibilidad de compensar ese descenso de la fuerza laboral, a pesar de que esa automatización puede aliviar la escasez de mano de obra de forma un tanto incierta. Primero, porque a medida que la tecnología sustituye cada vez más a la mano de obra, presiona los salarios a la baja; y segundo, porque la recaudación fiscal basada en el ingreso personal crece más lentamente que las economías o incluso puede disminuir en términos reales.
En esta revolución tecnológica los trabajadores tendrán menos tiempo de adaptación comparado con épocas anteriores, como sucedió con el automóvil, que no sustituyó a los conductores de carruajes a caballos hasta que se asentó en la sociedad; una transición que llevó casi 40 años. Esa vinculación entre productividad y tecnología ha beneficiado a Estados Unidos. Según los datos de Deutsche Bank, la productividad laboral estadounidense es hoy casi un 25% más alta que en Europa, mientras que a mediados de la década de 1990 la diferencia era sólo de un 5%. Además, en 2022 la administración Biden puso a disposición fondos públicos adicionales por más de un billón de dólares para infraestructuras importantes. Muchos miles de proyectos están todavía en su fase inicial y es probable que algunos continúen en la década de 2030.
España se encuentra entre los países más rezagados en productividad de Europa, según el Consejo General de Economistas: es el quinto de la UE con menor aumento real en la última década; apenas alcanza el 0,4% medio anual. Una menor productividad por ocupado (-1,9%) frente al aumento registrado en la UE (+1,3%) explica la pérdida de convergencia real en España en el último quinquenio. En 2023 la renta per cápita relativa española frente a la de la UE se situó en el 89,2%, cuando en 2018 llegó a alcanzar el 92,5%. Básicamente, la productividad por hora en nuestro país ha crecido por debajo de la registrada en la UE, al tiempo que la duración de la jornada ha caído más aquí que en la UE. Por tanto, España debe mejora respecto a la UE y Europa con relación a Estados Unidos, y para eso debe rebajar significativamente tanto los precios de la energía, como su dependencia de los productos básicos o las tecnologías clave.
Para todo esto, y como es conocido, el volumen de inversión adicional a largo plazo propuesto por el plan Draghi asciende a 800.000 millones de euros anuales. Y ahí es donde entra en juego la electrificación de la economía, porque si esta va a ser menos intensiva en petróleo, lo será más en metales, y si aumentan las tensiones comerciales entre EEUU y China, que controla de lejos la oferta de metales clave necesarios para la transición energética, será más fácil ver un shock de energía sobre los metales que sobre el petróleo.
El ritmo de la innovación tecnológica es clave, pero la realidad es que la transición a nuevos combustibles será lenta porque las tecnologías actuales son inadecuadas para reemplazar la arquitectura energética tradicional en la escala necesaria, y las nuevas probablemente no serán comercialmente viables ni generalizadas en 2025. De hecho, en el sector energético se estima que para que una nueva tecnología de producción sea ampliamente adoptada se necesita un promedio de 25 años. En definitiva, aun suponiendo que la IA pueda resolver los problemas del descenso de la fuerza laboral en España, para avanzar en productividad se necesita un “mapa de competencias” de toda la población para ajustar las expectativas creadas de mejora a las capacidades reales. Hasta la fecha, ese mapa no forma parte de un debate público generalizado, por lo que es de temer que ocurra como cuando se habla de los desequilibrios de la vivienda, que a las administraciones se les dibuja en el rostro una expresión de asombro y traspasan la responsabilidad a los ciudadanos ¿Ocurrirá lo mismo en el caso del invierno demográfico y la baja productividad?
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín.