Prejuicio mata ideología y también a la democracia
El trumpismo sustituye normas e instituciones internacionales por fuerza, miedo y arbitrariedad
![Público de un mítin de Trump en Macon (Georgia), en 2020.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/IY7SH2OQDZBS5DW2D6UOI4UALM.jpg?auth=b497b11e59e02321932768f9eaf8fb25387d2e24deb803a265f2bb81fbd92e05&width=414)
Deroga Trump 40 años de ideología neoliberal, usando un pastiche de prejuicios, estereotipos y mentiras. El método es viejo: creo miedo en torno a un falso problema, utilizo la amenaza (en la guerra fría, era la destrucción nuclear) para forzar una falsa solución que nunca nadie evaluará y, como controlo los canales de comunicación, mis votantes creerán que por fin tienen al líder que merecen. Y es que es más fácil tener prejuicios que ideología, ya que lo segundo requiere armarse de un pensamiento complejo, mientras, para lo primero, basta con repetir consignas simples. Trump es el paradigma de los prejuicios: afirmaciones que no necesitan demostrarse, ni contrastarse; solo repetirlas, que ya luego la desinformación te convencerá de que la verdad no es otra cosa que aquello que coincide con tus prejuicios. Trump simula que vence, porque no puede convencer.
Una ideología exige pensar, mientras que los prejuicios ofrecen la seguridad del ignorante. Tal vez por eso, vivimos una época en la que el populismo se ha impuesto a golpe de prejuicios: porque ofrece certezas en momentos en que demasiadas cosas están en cuestión, tras el fracaso estrepitoso de la ideología neoliberal que ha imperado en el mundo desde la caída del muro de Berlín.
El actual neoproteccionismo trumpista surge de las equivocaciones de esa ideología, explícita en su propuesta de globalización: el libre comercio global incrementa la riqueza y el bienestar en todos los países participantes y, con ello, promueve la democracia como forma superior de organización política tras el fracaso del comunismo. Lo que hemos visto es que la globalización aplicada ha hecho a unos mucho más ricos que a otros, incrementando la desigualdad en los países desarrollados y llenando las calles de damnificados cabreados porque se han sentido abandonados. Además, el fuerte crecimiento de China, el país que mejor ha aprovechado la globalización, no se ha traducido en democracia, sino en amenaza frontal a los valores de Occidente, en su pugna por la hegemonía mundial con USA.
La vuelta del Estado como agente esencial de la política económica que se ha producido desde su intervención masiva para rescatar a los sistemas financieros mundiales tras la crisis de las subprime y que se confirma ahora con el apoyo trumpista a la intervención pública mediante aranceles, subvenciones o apoyo a proyectos privados como el programa Stargate de IA o a las criptomonedas, constata el fracaso de la ideología expresada por Reagan cuando dijo que “el Estado era el problema”: cuanto menos Estado y más libre mercado, mejor. Trump, como los oligarcas que le apoyan, defiende todo lo contrario: cuanto más Estado, siempre que lo controle con mis amigos, mejor, porque más beneficios obtendrán. También la Unión Europea, en su política de autonomía estratégica, recupera un papel para el Estado emprendedor como herramienta esencial para colaborar con el sector privado, superando la vieja ideología de una relación de suma cero entre ambos.
Reducir la dependencia exterior en productos estratégicos para la seguridad nacional aspirando a una autosuficiencia relativa es algo que pone fin a la ideología neoliberal de las bondades de la interrelación económica mundial como mecanismo eficiente de desarrollo (teoría de los costes comparativos) e instrumento para reducir las tentaciones de confrontaciones bélicas: no combates contra tu proveedor o comprador de bienes y servicios esenciales. Falso.
La especie humana hace frente hoy, por primera vez, a dos amenazas globales, el cambio climático y la inteligencia artificial, ante las que no somos capaces de articular respuestas colectivas, por lo que resulta más confortable negarlas, y el tiempo dirá. Con ello, y regresando a las energías sucias, Trump entierra décadas de ideología basada en la ciencia, aunque aplicada con formas del despotismo ilustrado: como tenemos razón, no hace falta convencer, ni tener en cuenta a los damnificados, ni prever compensaciones para los perdedores del cambio de paradigma social y económico que encierran compromisos como los asumidos (y no cumplidos) en el Acuerdo de París, del que también se desliga el presidente americano.
Algo similar ha hecho al dejar el desarrollo de la inteligencia artificial en manos de empresas privadas (casualmente financiadoras de su campaña), en contra de las evidencias existentes sobre los riesgos que su modelo de negocio representa para la convivencia democrática. Da la espalda, con ello, a la propuesta europea de regular el uso de la IA, como se hace con otras industrias como las alimentarias, el juego o el transporte, argumento que acababa de ser recogido por Naciones Unidas, que reclama, también, una regulación global de la IA. El efecto DeepSeek pincha la burbuja, no solo bursátil, de los socios americanos del trumpismo: inversiones multimillonarias, para chips ultrasofisticados.
La visión del mundo de Musk y asumida por Trump queda reflejada en su ambición marciana: mientras dan la espalda a los millones de personas que, en todo el mundo, necesitan ayuda y apoyo exigible a un país líder como USA, pero a los que ya no consideran necesarios, ni como trabajadores, ni como consumidores, vuelcan sus ambiciones narcisistas en huir del planeta Tierra hacia la colonización del espacio, siempre que se pueda pagar el billete, claro. El resto, ¡que espabilen! ¡Es la libertad, carajo!
El trumpismo sustituye normas e instituciones internacionales por fuerza, miedo y arbitrariedad, abandonando la idea de que es posible gobernarnos con procedimientos pactados y reglados. Tirando de prejuicios, el populismo trumpista no solo entierra la ideología neoliberal en un viaje a un pasado fracasado, sino que también reactiva en cierta izquierda la sustitución de ideología por sus propios prejuicios populistas. Y así, sin tolerancia, evidencias, ni pensamiento crítico, pero con desinformación populista, es como mueren las democracias.
Trump entiende el mundo como si fuera la película Solo ante el peligro. Pero, aunque quiera que lo veamos como el sheriff Kane (Gary Cooper), en realidad es el bandido Miller, acompañado de sus tres pistoleros. Ojo con este trilero, sobre donde está la verdadera amenaza.
Jordi Sevilla es economista