¿Inflación bajo control? Un poco de cautela
Las proyecciones del BCE pintan un cuadro desafiante. Para alcanzar el objetivo del 2% en 2025, la entidad se enfrenta a una volatilidad en los precios que no cede fácilmente
Inmersos en la complejidad de las cifras económicas, la inflación se erige como uno de los protagonistas ineludibles de estos últimos años en el escenario financiero de la eurozona. Tras la reducción de la inflación en dos décimas en el mes de febrero (hasta el 2,6%), el Banco Central Europeo (BCE) ha de replantearse nuevamente si mantener una política monetaria más restrictiva o abrazar un enfoque más flexible. Detrás de los números resuena una pregunta crucial en los pasillos financieros europeos, ¿es hora de que el BCE suavice su política monetaria?
En febrero, la inflación en la eurozona dista sustancialmente del máximo del 10,6% de octubre de 2022, lo que ha permitido superar parcialmente las preocupaciones generadas por el repunte que había sufrido en diciembre de 2023. Esto, unido a una inflación subyacente que se situó en el 3,1%, parece sugerir que la política monetaria actual está siendo efectiva, si bien no acaba de clarificarse su capacidad para abordar la volatilidad de los precios a la velocidad adecuada.
En España, la inflación (IPCA) se situó en el 2,9% en ese mismo mes, ligeramente por encima de la media de la eurozona. La disparidad entre la tasa de inflación de los distintos países subraya la complejidad de gestionar una política monetaria única para naciones con realidades económicas tan diversas. En este contexto, es esencial considerar si la actual política contractiva del BCE está siendo suficientemente efectiva para hacer converger la tasa de inflación al 2% y mantener la estabilidad de la economía al mismo tiempo.
Las proyecciones del BCE pintan un cuadro desafiante. Al buscar alcanzar el objetivo del 2% en 2025, la entidad se enfrenta a la realidad de una inflación que no cede fácilmente. La gradualidad en la reducción de las presiones sobre los costes de producción y los efectos de la política monetaria contractiva indican la necesidad de evaluar otras opciones para estimular la economía y contrarrestar los riesgos de estancamiento.
Las incertidumbres geopolíticas añaden un matiz adicional. La guerra en Ucrania y el conflicto palestino-israelí plantean la posibilidad de un repunte en los costos de materias primas, la energía y el transporte, factores que podrían desencadenar una escalada de precios en toda Europa. La necesidad de anticiparse a estos riesgos y de adoptar medidas proactivas se convierte en un factor crucial al considerar el camino futuro.
Otro elemento fundamental es la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores. En 2022, muchos aceptaron aumentos salariales por debajo del crecimiento del IPC, lo que generó una pérdida significativa en su capacidad adquisitiva. El BCE debe analizar en los próximos meses si los trabajadores realmente están recuperando parte de ese poder adquisitivo y si ello podría incrementar los costes de las empresas y estimular en mayor medida de lo debido el consumo de las familias; fomentando nuevamente una espiral inflacionaria, a través de los denominados efectos de segunda ronda.
La desaparición o relajación de las medidas gubernamentales destinadas a controlar ciertos precios también es un factor a considerar. Si bien estas medidas pueden haber sido efectivas para amortiguar el impacto de la inflación en los hogares, su retirada podría exponer a la población a mayores aumentos de precios, generando tensiones adicionales en la economía.
Todos los factores anteriores parecen poner en dificultad la reducción de las tensiones inflacionarias en la eurozona y dan soporte a la posición de los halcones del BCE, que abogan por no tener prisa en relajar la política monetaria.
De otro lado, a pesar del mínimo histórico del 6,4% de desempleo en la zona euro –por debajo incluso del nivel prepandemia-, el estancamiento del PIB de los países de la eurozona– que creció el -0,1% y el 0 %, respectivamente, en los dos últimos trimestres de 2023- plantea serios interrogantes sobre la sostenibilidad de una política monetaria rígida durante mucho más tiempo. A ello se une el incremento de los costes de financiación de la deuda pública, en unas economías cuyos Estados están fuertemente endeudados y que buscan retornar a una política de estabilidad presupuestaria. Sería peligroso mantener simultáneamente una política fiscal y monetaria contractiva en un momento de debilidad económica como el que estamos atravesando.
En este contexto, los mercados están anticipando claramente una reducción de los tipos de interés, lo que refleja la necesidad percibida por los agentes económicos de una política monetaria más flexible, que facilite la reactivación de la economía. Así se observa que el euríbor muestra una clara tendencia decreciente desde el mes de octubre (ha pasado del 4,1% al 3,67%). De igual modo, la curva de tipos de la economía se ha invertido, mostrando tipos de interés a largo plazo menores que a corto, señal inequívoca de que los mercados ya están descontando la próxima relajación de la política monetaria. Estos argumentos apoyan las tesis de los representantes de los países denominados palomas, que defienden el adelantamiento en la relajación de la política monetaria.
Considerando este complejo panorama, aquellos que argumentan a favor de que el BCE relaje su política monetaria basan su posición en la necesidad de estimular la economía, contrarrestar los riesgos de estancamiento y anticiparse a factores externos como la inestabilidad geopolítica. De otro lado, están aquellos que justifican la necesidad de mantener mayor firmeza para prevenir nuevos riesgos inflacionarios descontrolados.
Debemos, pues, esperar a los próximos meses para ver cuál de las dos posiciones se impone.
Alfonso Jesús Torres es director del grado de ADE en UNIE Universidad
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