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Pélets de plástico que se ingieren e incluso se inhalan: se pierden 250.000 toneladas por segundo

El riesgo de los microplásticos proviene de sus aditivos químicos. El Europarlamento acaba de aprobar una norma que exige a los operadores planes de riesgo para evitar derrames

Vertido de granza del carguero ‘Toconao’, el pasado diciembre en Galicia.
Vertido de granza del carguero ‘Toconao’, el pasado diciembre en Galicia.Foto cedida por la ONG SURFRIDER

No existe un rincón de la biosfera sin pélets de polímeros sintéticos, esas minibolitas que en español se denomina granza. Pequeñas, pero no inofensivas, pues son una de las mayores fuentes de contaminación por microplásticos –los inferiores a los cinco milímetros de diámetro–. Su vertido involuntario por parte de las empresas transformadoras ha aumentado las denuncias de organizaciones ecologistas, que lo consideran algo crónico y recurrente.

“Se habla de accidentes cuando puede prevenirse”, incide Xavier Curto, coordinador de la ONG Surfrider Foundation en España. Se refiere, sobre todo, a la marea de pélets de plásticos que llegó a las costas gallegas en diciembre, “poniendo foco sobre el asunto, más por el momento electoral que por su envergadura real, y logrando la inclusión del trasporte marítimo en el reglamento europeo”, indica.

Y parece que no solo, “también ha servido para que la Fiscalía haya reabierto el caso de Tarragona, a raíz del informe de responsabilidad ambiental que presentamos tras estudiar la contaminación de la zona desde 2018. En el Mediterráneo occidental se concentra al menos el 60%”, añade Jordi Oliva, cofundador de otra ONG, creada por surfistas, Good Karma Projects.

Los microplásticos que planean sobre el cielo de Madrid a los dos días pueden estar sobrevolando el sur de Inglaterra

La Comisión Europea presentó un texto legislativo en octubre de 2023 para fijar unos requisitos mínimos para todo operador de la cadena de valor del plástico, la tercera fuente de emisiones de microplásticos de la UE: al año se pierden unas 160.00 toneladas de estos gránulos (250.000 al segundo). Dicha normativa salió adelante el pasado martes y exige a las empresas medidas para evitar pérdidas y asumir su contención y limpieza cuando haya derrames.

También, contar con un plan de evaluación de riesgos para las instalaciones que manipulen más de 1.000 toneladas al año y un etiquetado claro con información sobre su peligro, etc. “Su aprobación es un buen avance, pese a las lagunas que vemos”, coinciden ambos. En concreto, no entienden que ni afecte a empresas que manejen menos de cinco toneladas anuales ni que tampoco se exija certificación a las que mueven más de mil.

Tal y como destaca Roberto Rosal, catedrático de Ingeniería Química en la Universidad de Alcalá (UAH), los catalogados como primarios (purpurina, de dentífricos y exfoliantes) ya están regulados, a pesar de ser menos. “Vivimos rodeados de muchos otros agentes de riesgo, sin embargo, el plástico lo convertimos en un residuo por nuestra mala gestión; todos lo generamos a diario, es extraordinariamente democrático y dotado, además, de una gran movilidad”. Para corroborarlo da un dato de sus muestreos dentro de la red EnviroPlaNet: los microplásticos que planean sobre el cielo de Madrid a los dos días pueden estar sobrevolando el sur de Inglaterra.

La legislación europea deja fuera a las firmas que mueven menos de cinco toneladas de granza al año

Y otro más: por cada litro de agua se detectan 50 nanogramos, “que suelen provenir de fibras textiles sintéticas. Es poco, habría que beberse 100 millones de litros para tomar cinco gramos de plástico”, matiza. El experto cree que es importante conocer a partir de qué tamaño el material ya no se detecta con técnicas actuales. “No moriremos, pero su degradación puede generar una toxicidad química que se une a la de otros contaminantes que diseminamos en el medioambiente”.

Ricardo Beiras, investigador de la Universidad de Vigo que estudia desde hace años la incidencia en organismos marinos, también opina que “es en ese menor porcentaje de aditivos donde está el riesgo de toxicidad y no en el polímero, que es es inocuo. Es lo que hay que vigilar y tenemos las herramientas de evaluación ambiental necesarias”. Para él es más preocupante la inhalación que la ingesta. “Es erróneo asociar este tipo de contaminación solo a la dieta. Centrémonos en reforzar su seguridad y no demonicemos un material tan imprescindible como el plástico”, subraya.

Hasta en la sopa, en sentido literal

Alimentación. Ya son muchos estudios de universidades, también internacionales, los que constatan que no hay dieta a salvo de microplásticos. En la de Heriot Watt calcularon que cada plato de comida puede albergar hasta 100 fibras de plástico, sobre todo, provenientes del océano: pescados y mariscos. Y no solo, otro informe reciente de la Universidad de Toronto aseguraba que el 90% de la carne que se consume contiene microplásticos, en concreto, en 16 fuentes de proteína (pollo, vaca, cerdo, tofu y carnes de origen vegetal). Por supuesto, sume a esto la cantidad importante de plásticos minúsculos que concentra el agua, y si se quiere, el porcentaje casi del 100% que la Universidad de Alicante ha identificado en la sal española. Además, incluso sin comer ni beber, lo puede inhalar, porque plagan el entorno habitual, sea tierra, agua o aire; su incidencia en los pulmones centra las investigaciones actuales”.

Antártida. “Hemos estudiado muestras de un riachuelo al que solo acceden excepcionalmente los científicos y comprobado que hasta allí llegan estos contaminantes”, revela Roberto Rosal, catedrático de Ingeniería Química en la UAH. A principios de este mismo año, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA, en inglés) anunciaba una operación para buscar e investigar los microplásticos en la Antártida en cooperación con organismos argentinos especializados. 

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