Pasajeros molestos de la nave espacial Tierra
Necesitamos adaptar nuestro modelo de sociedad a una utilización prudente, eficiente y racional de los recursos naturales
El tasazo de basura ha sido el último episodio que ha enfrentado a los municipios españoles con el Gobierno, generando gran inquietud entre los ciudadanos que deberemos pagar más por el servicio de recogida de basuras -aunque los residuos urbanos no llegan al 10% del total de los residuos totales, su gestión es la más compleja- a partir de 2025, en aplicación de una Directiva europea que establece para los Ayuntamientos la obligación de pagar el cien por cien del coste de recoger, transportar y tratar las basuras, bien cargándolo a los ciudadanos (como decidió el Gobierno), bien por cualquier otro medio (según prevé la Directiva). No se trata de ninguna aproximación novedosa. El principio de recuperación de costes, junto al de quien contamina, paga, lo viene aplicando también la UE a la gestión del agua, con la obligación (no cubierta en España todavía) de pagar el coste total de la extracción, almacenaje, transporte, distribución y depuración del agua, tanto urbana, como para riego. El agua tampoco puede ser gratis si en 2050, según informe de la ONU, tres de cada cuatro personas se verán afectadas por la sequía y sus efectos.
Todo parte del reconocimiento de que necesitamos adaptar nuestro modelo de sociedad a una utilización prudente, eficiente y racional de los recursos naturales, bien por ser escasos, bien porque, de no gestionar adecuadamente los residuos generados por nuestra actividad, la vida sobre la nave espacial Tierra se va haciendo imposible. Preocuparnos por la grave crisis ecológica que estamos generando sobre el planeta la especie más depredadora de todas, la humana, el cambio climático y la acumulación incontrolada y creciente de basuras y residuos, no es cuestión de ecologistas progres, sino de sentido común, que debe incluir una mínima preocupación por las generaciones futuras. Si queremos conservarles el hábitat, hay que dejar de hacer lo que hacemos, como lo hacemos. Una gestión sostenible de los residuos, por ejemplo, permite mantener el medio ambiente y la salud humana. Varios datos recientes concluyen que, en esta asignatura, estamos suspendiendo.
Como en tantos asuntos, sabemos lo que hay que hacer, pero lo difícil es hacerlo. Por ejemplo, desde hace 25 años tenemos establecido un sistema integrado de gestión de residuos de envases y de envases usados –contenedor amarillo- que, a estas alturas, debería asegurar que el 70% de los mismos se reciclan. Pues bien, el Miteco (Ministerio para la Transición Ecológica) acaba de publicar un estudio, según el cual la realidad es que no llegamos más allá de un 42%, razón por la que se estudia aplicar el sistema alternativo de depósito, devolución y retorno.
A nivel mundial, sin embargo, las dos grandes preocupaciones por el elevado nivel de contaminación que generan son los plásticos, y, a continuación, los textiles. Es conocida la existencia en el Pacífico de una isla de plásticos con una extensión que triplica a la de Francia: 80.000 toneladas de residuos de bolsas, botellas y microplásticos que contaminan la cadena alimentaria de los peces y, así, se traslada a los humanos.
Los residuos plásticos han sido definidos por la ONU como una de las mayores amenazas contaminantes para el planeta y sus habitantes. Y, pese a eso, tras dos años, han fracasado las negociaciones para un tratado mundial sobre plásticos, a fin de consensuar medidas que mejoren su gestión. La solución es conocida: prohibir los plásticos de un solo uso, reducir el consumo y producción de bolsas y botellas de plástico, elevando el precio mediante una tasa (si contaminas, pagas); reciclar (solo un 10% se hace hoy) y valorizar como energía (un 12% actualmente). Los países productores –petroleros- se han negado a reducir producción. En paralelo, avances científicos como el reciente del plástico, en fase experimental, que se desintegra en agua salada sin dejar micropartículas, también son de ayuda.
El textil contribuye al 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y al 20% de la contaminación del agua. Cada año, solo la UE genera unos 13 millones de toneladas de residuos textiles, de los cuales 6 millones corresponden a ropa y calzado, lo que equivale a unos 16 kilos por persona, de los cuales, 12 acaban en la basura, es decir, en grandes vertederos en África, Asia después de recorrer 9000 km de media. Nada hace prever que, a pesar de las medidas ya aprobadas por la UE para mejorar la gestión de residuos textiles -que van a representar un vuelco a la situación del sector europeo, al introducir la responsabilidad del productor a la hora de cubrir los costes de recogida y tratamiento de productos usados y residuos de una manera establecida-, la moda de comprar, usar y tirar vaya a ir a menos.
En poco más de 150 años, la especie humana está sometiendo a la nave espacial Tierra a una prueba de estrés extrema: multiplicando por seis el número de habitantes y adoptando un modelo de vida donde los recursos se utilizan como ilimitados, aunque no lo sean; y de los residuos nos deshacemos dejando que la naturaleza se ocupe, aunque no pueda y se generen efectos negativos como el calentamiento global, de los que somos los principales damnificados. Si, en algún momento, las condiciones de vida en la nave espacial Tierra se vuelven adversas para los humanos, tal vez una minoría escapará en busca de otros planetas. Pero la mayoría tendrá que adaptarse a un medio nuevo que, hoy, parece distópico y que requerirá migraciones masivas, desaparición de islas y costas, así como reducir el número de humanos. Aceptar un modelo de economía circular es, pues, cuestión de supervivencia para la mayoría. Y el tiempo corre en contra nuestra. De momento, el Tribunal Penal Internacional de La Haya ha abierto procedimiento consultivo a “los Estados” por el daño causado por estos a un pequeño país insular del Pacífico por el cambio climático que no están controlando.
Jordi Sevilla es economista