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Para Pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Dogmatismo’ o ‘negacionismo’ medioambiental

30 años ‘combatiendo’ el cambio climático para acabar acordando una meta tan endeble como la neutralidad de emisiones en 2050 no parece un gran éxito

world economic forum
GIAN EHRENZELLER (EFE)

Dogmatismo medioambiental del Gobierno (y de Bruselas) es la explicación acusatoria que tanto la derecha extrema, como la extrema derecha española han encontrado para justificar, en el Parlamento, el profundo malestar agrario que se ha extendido por Europa y España en forma de tractoradas, cortes de carreteras y destrucción de productos agrarios procedentes de otros países: los franceses echan los nuestros, aquí, se destruye los marroquíes. Y en ambos casos con las mismas acusaciones: supuesta competencia desleal y la misma solución: nacionalismo agrario y retardismo medioambiental.

Comoquiera que el uso de la misma expresión por parte tanto de Feijóo como de Abascal llamara la atención, responsables del PP señalaron que hay una diferencia básica: el PP “no discute el cambio climático” como hace Vox, pero ambos comparten la necesidad de relajar la normativa medioambiental en algunas cuestiones para ser sensible con las necesidades del campo, porque “el cambio climático no se puede combatir abandonando a las personas, para priorizar a las plantas” (sic). Y con esta afirmación, pasaron a dar muestras de una profunda ignorancia respecto a qué es el cambio climático, cómo combatirlo y, sobre todo, por qué estaos llegando tarde para combatirlo.

En breve: para defender a las personas y a su hábitat, necesitamos hoy, priorizar a las plantas, los animales, los ecosistemas, el equilibrio medioambiental del Planeta que hemos alterado profundamente con nuestras políticas de emisión de gases de efecto invernadero, generación incontrolada de basuras, o destrucción abusiva de bosques y suelos fértiles.

La actual crisis ecológica del planeta, incluyendo el clima extremo que ya vivimos, ha sido señalada como el primer riesgo para la humanidad, en el informe elaborado para la reciente reunión del Foro de Davos. Según Naciones Unidas, los impactos climáticos adversos provocarán más de 200 millones de desplazados en el 2050 y ya en las últimas dos décadas se han contabilizado más de 300.000 muertos por fenómenos climáticos solo en América Latina y el Caribe de entre 250 millones de afectados, según la OMM. Los efectos adversos del cambio climático no es algo que vendrá, sino algo que ya está aquí, incluyendo la escasez creciente de agua también en Europa. Quienes proponen acelerar la lucha contra el cambio climático y la crisis ecológica (entre ellos, los casi 200 países que se acaban de reunir en la COP28), están defendiendo a los seres humanos y su hábitat. Y no entenderlo así, es ignorancia medioambiental, mucho más peligrosa, incluso, que el dogmatismo.

Si la crisis ecológica ha sido provocada por una manera supremacista de entender el papel del ser humano en la Tierra y, sobre todo, por un modelo de sociedad como el puesto en marcha en los últimos 200 años, en los que, además, la población de la Tierra se ha más que quintuplicado, o cambiamos ese modelo, o será la crisis ecológica quien provocará un profundo cambio en la sociedad humana, en vidas y en empobrecimiento que, por lo visto, afectará más a quienes se han visto excluidos de los frutos del modelo económico causante del problema.

Fue en 1992, en la Convención de Río organizada por Naciones Unidas, cuando se acordó reducir emisiones de gases de efecto invernadero como forma principal de luchar contra el cambio climático detectado y en marcha. Y, acorde con ello, hemos tardado treinta años en comprometernos, en la reciente COP28, a abandonar los combustibles fósiles… en 2050. ¡No parece, pues, que la velocidad en los cambios introducidos por el dogmatismo medioambiental pueda señalarse como problema!

Mientras tanto, el cambio climático ya está aquí, vivimos sus primeros efectos (el enero más cálido, escasez estructural de agua…) y todas nuestras aspiraciones como países consiste en intentar mantenerlo dentro de un margen de calentamiento del planeta que, siendo desastroso, no sea catastrófico. Y, vistos los resultados, estamos muy lejos de lograrlo, entre otras cosas, porque no conseguimos reducir las emisiones de CO2 al ritmo comprometido, por ejemplo, en el Acuerdo de París y porque no estamos ayudando a los países más pobres en el esfuerzo que les estamos pidiendo que hagan. ¡Tampoco parece, pues, que las políticas impuestas por el dogmatismo medioambiental estén teniendo el rigor y la intensidad requerida para cumplir con sus objetivos! Treinta años combatiendo el cambio climático, para acabar acordando una meta tan endeble como la neutralidad de emisiones en 2050 y resignándonos a que la temperatura de la tierra suba solo 2ºC, no parece que pueda considerarse un éxito del dogmatismo mediambiental, sino, más bien, de los retardistas medioambientales.

Cuando pedimos, en defensa de los humanos, un nuevo modelo económico compatible con el medioambiente, no nos referimos a comunismo bolivariano o a batallas culturales de los progres. Estamos hablando de una sociedad que se guíe por los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030, aprobados por 193 países en la Asamblea de Naciones Unidas en 2015 y hechos suyos por todas las grandes empresas del mundo y que han sido reforzados desde foros como el de Davos con iniciativas como el llamado capitalismo de stackholders que los tiene en cuenta. Por cierto, esa Agenda 2030 contra la que algunos han levantado sus críticas estos días, se define como “un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad”, no antepone, como se ha dicho, “las plantas a las personas”. Tal vez por eso, el Papa Francisco la acogió como “un importante signo de esperanza”. ¿Dogmatismo medioambiental en la Iglesia?

El problema no es, pues, el exceso, sino la lentitud y la ineficiencia de los Gobiernos en la aplicación de las medidas, que incluye, no compensar adecuadamente ni a los damnificados por el deterioro ecológico, ni a aquellos damnificados por las políticas de transición hacia el nuevo modelo incluidos, en su caso, los agricultores europeos. Compensar, no ralentizar. Porque entre el dogmatismo y el negacionismo, lo peor hoy para la supervivencia del hábitat humano en la Tierra es, sin duda, el negacionismo retardista.

Jordi Sevilla es economista

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