Al Tesoro se le van acabando los comodines
Los Gobiernos deben dejar claro el compromiso con la senda presupuestaria antes de exponerse a que un brote de desconfianza pueda disuadir a los inversores
Vaya por delante que, incluso en lo más agudo de la crisis del euro, allá por 2011 y 2012, los equipos del Tesoro lograron a duras (y hasta la caída de Bankia) penas no solo financiarse, sino también contener el coste de la deuda española. Desde 2013, no obstante, han conducido con el viento de cola y cuesta abajo. El BCE se erigió en garante de último recurso en caso de dudas sobre el euro (whatever it takes), ha comprado deuda a manos llenas y mantenido los tipos en el 0% durante muchos años. En este contexto, el gestor de la deuda ha podido rebajar el coste de financiación: de más del 4% en 2011 a un mínimo del 1,64% en 2021, consiguiendo, además, elevar el vencimiento medio hasta el entorno de los ocho años.
La inflación provocada por la invasión de Ucrania ha cambiado el escenario. El próximo bono del Tesoro que vence tiene un rendimiento del 4,4%, mientras que las nuevas emisiones de deuda se están cerrando en el 4%. Los días de vino y rosas han terminado, y el contexto a futuro será aún más exigente, en la medida en que las nuevas emisiones a 10 años se compararán con bonos vendidos en contextos mucho más benignos que las de los ejercicios 2011, 2012 o 2013.
La inflación está ayudando, a España y a todos los países endeudados, pues el Estado recibe ingresos de una economía inflacionaria para pagar una deuda estática. En este sentido, el porcentaje de deuda sobre PIB ha caído al 113,2% de 2022 lo que, también, ayuda a sobrellevar el endeudamiento. Pero es un alivio ficticio y, sobre todo, temporal, porque los precios altos terminan derivando en tipos de interés altos y, por tanto, en un mayor coste de la deuda. El trabajo del Tesoro, precisamente, consiste en anticipar estas tendencias para mantener a raya la carga financiera partiendo de un volumen de deuda que le viene dado.
En este sentido, nunca sobra recordar que por más benevolentes que sean las condiciones de mercado, nunca son eternas y, por tanto, no se pueden extrapolar al futuro. El viento de cola para la financiación de España se está agotando, y dentro de unos trimestres, no muchos, la comparativa será más complicada: la Airef prevé que el coste de la deuda suba en 2026 al 3,4%, el doble que cinco años antes. En un mundo donde la deuda estadounidense paga casi el 5%, los Gobiernos deben dejar claro el compromiso con la senda presupuestaria antes de exponerse a que un brote de desconfianza pueda disuadir a los inversores.
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