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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hacia dónde debe ir la política económica del nuevo Gobierno?

Quien gobierne debe empeñarse en corregir los defectos: productividad decadente, industria declinante y una bomba fiscal

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (2d), junto a su mujer Begoña Gómez (i), el cabeza de lista del PSN al Congreso de los Diputados, Santos Cerdán (2i), la ministra de Hacienda, María Jesús Montero (3i), y la presidenta del PSOE, Cristina Narbona (d), se dirige a los militantes y simpatizantes socialistas que han acudido a la sede del PSOE, durante el seguimiento de la noche electoral de los comicios generales de este domingo en España.
El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (2d), junto a su mujer Begoña Gómez (i), el cabeza de lista del PSN al Congreso de los Diputados, Santos Cerdán (2i), la ministra de Hacienda, María Jesús Montero (3i), y la presidenta del PSOE, Cristina Narbona (d), se dirige a los militantes y simpatizantes socialistas que han acudido a la sede del PSOE, durante el seguimiento de la noche electoral de los comicios generales de este domingo en España.Rodrigo Jiménez (EFE)

Los españoles decidieron ayer diseñar un Congreso con endemoniadas posibilidades de formar mayorías, donde podría replicarse un Gobierno de coalición como el actual. El nuevo Ejecutivo deberá recomponer la marcha de la economía, aprovechando las inercias virtuosas que tiene, que no son muchas, y corrigiendo las viciosas, que de forma lenta y soterrada están llevándola a una situación cuya enmienda será más costosa cuanto más se demoren las decisiones.

El Gobierno de coalición ha consolidado la necesidad de corregir las desigualdades no imputables al esfuerzo personal; ha hecho bandera de un giro en la generación energética, aunque abusando a veces de algunas decisiones integristas; ha identificado dónde actuar para cambiar el modelo productivo hacia la industria, con ayuda de Bruselas, aunque todo siga siendo un proyecto, y ha ensayado fórmu­las para ­aliviar vulnerabilidades en tiempos difíciles.

Pero ha errado el tiro en cuestiones que deben corregirse cuanto antes para que los problemas que engendran no exploten cuando sean irresolubles. La economía crece a mayor ritmo que la UE: sí, pero ha sido la última del club en recuperar el nivel de riqueza agregada previa al Covid, intensificando el diferencial negativo de renta por persona con la zona euro. Un lastre creciente desde 2007, que se debe a registrar año tras año pérdidas de productividad, mientras que los socios a los que gustan de imitar han avanzado.

Ahora 20,8 millones de empleados hacen el mismo PIB que en 2019 hacían solo 19,6 millones. Seguramente hay unos cuantos nuevos empleos con más productividad que en aquella fecha, pero en términos agregados se ha registrado un descenso muy preocupante de la que es variable clave del progreso, porque la creación de empleo ha sido solo aparente: se han creado muchos empleos, pero muy poco empleo; de otra forma: se ha repartido buena parte del empleo ya existente antes, con puestos de trabajo de menos horas.

La declinante productividad es una de las grandes fallas de la economía. Y solo puede ser sorteada con un giro más acelerado e intenso hacia un modelo de crecimiento basado en la industria, en las manufacturas exportables, sin por ello despreciar a los servicios que, como el turismo, han sostenido la actividad en tiempos. Solo se revertirá la situación con más formación, más digitalización y más intensidad tecnológica en los procesos productivos.

El nuevo equipo económico debe aprovechar los fondos que Bruselas proporciona para poner el aparato productivo en posición de competir con los que mejor compiten, salvando sectores que el revisionismo industrial pone en cuestión y donde siempre ha tenido España liderazgo: automóvil, agroalimentación, farmacia, energía, máquina herramienta, equipamiento personal.

Este objetivo exige una apuesta ganadora por una atracción más intensa de inversión extranjera, que solo se logra con seguridad jurídica, certidumbre de costes y libertad de adquisición de activos, con la única salvedad de los estratégicos de verdad. Recursos en el mundo hay muchos y deseos de generar valor, más; y para poder competir por ellos solo se precisan purgar las incertidumbres fiscales, laborales, administrativas y logísticas.

Reforzar la seguridad jurídica y abrir los mercados para ensanchar el crecimiento potencial de la economía exige el diseño y ejecución de una nueva ofensiva reformista que toque todos los palos. La lista es larga, pero es lógico en una economía globalizada y en abierta competencia entre naciones reformar lo ya reformado para evitar la obsolescencia permanente. Política hídrica, energía, movilidad, sistema judicial, educación, formación profesional, adaptación tecnológica, mercado de trabajo, Estado del bienestar, competencia, unidad de mercado.

A nivel macroeconómico, el saneamiento de las finanzas públicas es capital, puesto que de su situación depende que puedan financiarse ambiciosos programas de inversión o que se tengan que utilizar los recursos en el repago de la hipoteca. España tiene casi el doble de deuda pública que hace 15 años, y ha rebasado con holgura los umbrales financiables, compitiendo con los márgenes de retorno de las apuestas privadas de inversión (crowding out). Pasivos del 114% del PIB solo son llevaderos con tipos de interés en el cero por ciento, pero un demoledor lastre si están, como están, por encima del 4%.

Con este panorama, y un gasto en pensiones desbocado, España no está ni para menos impuestos ni para más gasto. Está para lo contrario. Decisiones que supongan pérdida de ingresos deben estar comedidamente compensadas por más actividad o reemplazadas con otra fuente fiscal. El gran margen está en los gastos, con cuantías muy voluminosas prescindibles entre la miríada de gastos fiscales obsoletos que solo generan clientelismo. El gasto en pensiones tendrá que someterse de nuevo a revisión, porque quien diga que están garantizadas si se perpetúa la actual marcha cansina de la economía, miente y lo sabe. Para garantizar la sostenibilidad de las pensiones: o aportar más, o cobrar menos, o ambas cosas.

Pero el principal dilema de la política económica es proporcionar un futuro luminoso a los jóvenes. Y para ello debe de­sentrañar tres concepciones entrelazadas como cerezas de verano: la educación, el empleo y la vivienda. Sin buena educación no hay buen empleo y menos una buena vivienda. La educación es bastante más deficiente de lo que el discurso común dice, con incomparecencia absoluta del mérito en secundaria, regionalización a la baja de la exigencia, pobre desempeño de idiomas y escasa empleabilidad.

El mercado de trabajo, que empezó a funcionar como tal tras la reforma de 2012, debe diferenciar la remuneración en función de la preparación y del desempeño personal. Que los camareros cobren como tales, y que como tales cobren los ingenieros para que la productividad determine el precio real del factor trabajo. En resumidas cuentas, el nuevo Gobierno, que podría ser una réplica del actual, tiene trabajo si quiere decir dentro de cuatro años que deja las cosas mejor que las encontró.

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