La otra cara de la moneda: razones para el optimismo
Los argumentos positivos para la economía y el mercado son tan abundantes como los negativos a pesar de los nubarrones que amenazan
En el mundo siempre hubo optimistas irreductibles. En Cándido, la novela de Voltaire, el siempre positivo Pangloss se alegraba de que América hubiera sido descubierta porque, aunque de allí llegó la terrible sífilis que le consumía, ese viaje también trajo el chocolate. Estos meses, los optimistas también parecen abundar en el mundo de las finanzas. La Bolsa mundial volvió a cerrar con ganancias –un 2%– el mes pasado, acumulando subidas del 10% en los tres últimos meses.
Estos inversores han optado por ignorar los nubarrones con los que los expertos ven amenazar la Bolsa en 2024. En la última encuesta de Bloomberg, la estimación media de subidas para las acciones americanas y europeas era de tan solo el 1,5%, una triste sombra del casi 20% que se vivió en 2023. El motivo para la apatía es más o menos el mismo que hizo que el año pasado, por primera vez en 25 años, esos mismos analistas recomendaran no invertir en Bolsa: el impacto de las subidas de tipos aún no se he materializado. La recesión acabará llegando y se llevará por delante muchos empleos y gran parte de los beneficios empresariales.
¿Por qué no ocurrió entonces en 2023? Principalmente, argumentan, porque los ahorros de la pandemia duraron más de lo esperado. Sin embargo, se agotarán pronto y entonces llegará la recesión. Aunque hoy ya no genera muchos titulares, una recesión era el escenario central más común hasta hace pocos meses. Ya no, pero no se puede descartar. En la inmensa mayoría de casos en los que se invirtió la curva de tipos o en los que la Fed subió los tipos con rapidez –ambas cosas han sucedido recientemente– la recesión acabó llegando. Además, aún estamos en plazo, las recesiones llegaron, de media, dos años después de la primera subida de tipos, y en alguna ocasión hasta tres años y medio más tarde. El ciclo actual empezó tan solo en marzo de 2022. Algunos analistas ni siquiera necesitan una recesión para mirar con desconfianza el año que empieza. Consideran que, incluso si la economía aguanta y los beneficios empresariales suben, los precios de las acciones ya incorporaron esas buenas noticias en sus subidas del último trimestre, con lo que ahora solo hay potencial a la baja.
En resumen, a los expertos de las grandes casas de inversión no les faltan argumentos para justificar su falta de entusiasmo. JP Morgan tituló su documento de previsiones para este año No estoy enamorado, pero estoy abierto a que me convenzan, un título que, aunque deja esperanza, no es precisamente una declaración de amor por la Bolsa.
Sin embargo, la ubicuidad de estos análisis que saturan medios de comunicación y terminales de inversión oculta el hecho de que, en un entorno tan ambiguo como el actual, abundan los argumentos para tomar la posición contraria. Repasemos algunas de ellas:
1. Las previsiones macroeconómicas no son malas. Si se materializa la visión de consenso, tras unos meses de desaceleración nos encontraremos con una segunda parte del año en la que la inflación y los tipos de interés caen mientras la actividad acelera y el empleo se mantiene en máximos históricos, tanto en Europa como en Estados Unidos. Ese repunte se transformaría en beneficios empresariales.
2. Las valoraciones se van a normalizar. Uno de los indicadores que más atractivo quita a la Bolsa norteamericana es su precio. En el S&P500 el precio de las acciones es igual a 20 veces su beneficio esperado, muy por encima de su media histórica de 16 múltiplos. De hecho, es el motivo por el que muchos analistas prefieren invertir en Europa, donde las acciones se compran por menos de 15 veces su beneficio. De cumplirse las previsiones –aumentan los beneficios (10% en EE UU y 5% en Europa) mientras los precios de las acciones se estancan– nos encontraríamos con valoraciones mucho más razonables.
3. Los tipos de interés vuelven a la normalidad. Además de la reducción de los costes financieros, los tipos más bajos implican aumentos en el valor actual de los futuros beneficios de una compañía. Mil euros de beneficio dentro de tres años son equivalentes a 751 euros hoy si el tipo de interés es del 10%, o 864 euros si el tipo es del 5%. Ese incremento del valor actual afecta a todas las empresas por el simple hecho de que caigan los tipos.
4. A los consumidores aún les quedan ahorros. En EE UU se estima que aún quedan 400.000 millones de ahorro extra en los bolsillos de los consumidores. Eso es tan solo un 20% del total que se llegó a acumular, pero suficiente para tirar del carro durante gran parte de 2024 sobre todo si empiezan a estirarlos algo más.
5. El efecto riqueza apoyará el consumo. Las familias americanas y europeas tienen muchos billones en fondos de Bolsa. La subida de las acciones en casi un 20% en un año genera una sensación de riqueza en los consumidores que les induce a gastar más, estimulando así la economía.
6. La demanda de empleo sigue fuerte. Tanto Europa como EE UU se encuentran en niveles récord de empleo, y en EE UU aún hay 8,6 millones de empleos sin cubrir, muy por encima de la media de siete millones de la última década.
7. La desglobalización genera inversión. Las cadenas de suministro están volviendo a casa porque nadie se fía de nadie. Todo el mundo quiere tener, por ejemplo, su propia industria de semiconductores. Y aunque en el largo plazo esto generará ineficiencias y nos hará a todos un poco más pobres, en el corto supone un impulso al crecimiento.
Pero hay más: la inteligencia artificial podría impulsar la productividad, o el sector inmobiliario recuperarse, o la guerra de Ucrania podría terminar impulsando el crecimiento global, etc.
En realidad, nadie sabe qué ocurrirá este año, o ningún otro. Pero en contra de lo que uno podría imaginar leyendo las previsiones de los expertos para 2024, los argumentos positivos para la economía y los mercados son tan abundantes como los negativos. Si el año termina siendo –de nuevo, inesperadamente– positivo para la Bolsa, nadie honesto podrá argumentar “¿cómo se podría haber sabido?”.
Francisco Quintana es director de Estrategia de Inversión de ING España
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