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La punta del iceberg
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El peligro de comparar el PIB de un país con otros y cómo evitar errores

La polémica en torno a las revisiones del INE de las cifras de España esconde confusiones habituales a la hora de analizar la información

Un obrero de la construcción trabaja en una vivienda.
Un obrero de la construcción trabaja en una vivienda.NACHO GALLEGO (EFE)

Como bien sabemos, en las últimas semanas se ha generado un intenso debate en torno a la validez de los datos del PIB publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Este debate ha girado en torno a la fiabilidad de las estimaciones de crecimiento y a la posibilidad de una subestimación en los niveles de este agregado. Más allá de si el INE lo hace mejor o peor, lo que se desprende de esta discusión es que elaborar mediciones tan complejas como el PIB no es una tarea sencilla ni una ciencia exacta.

Sin embargo, también es cierto que, a veces, la interpretación que damos a estos indicadores no es el más apropiado. El PIB es un indicador que se utiliza para medir el nivel de actividad, gasto o renta de un país. La metodología empleada en su elaboración nos indica qué lecturas son adecuadas y cuáles no lo son. Es crucial saber qué se puede afirmar, por ejemplo, al comparar datos a nivel internacional. En la columna de hoy quiero resaltar dos análisis basados en el uso del PIB que llevan a la confusión.

En primer lugar, en estas semanas se ha vuelto a analizar la marcada diferencia que muestra la evolución a largo plazo del PIB de la Unión Monetaria (también de la Unión Europea) y de los Estados Unidos. Esta comparación alimenta un debate sobre aspectos críticos que son fundamentales si queremos que Europa mantengan su relevancia a nivel internacional. Sin embargo, el uso directo de los PIBs no es lo más adecuado para ello. Es necesario realizar algunos ajustes antes de extraer conclusiones precisas.

PIB USA UE ppa
Belén Trincado Aznar

Durante la última semana, varios medios españoles se ha hecho eco de un análisis realizado en octubre por Zsolt Darvas para Bruegel. Este economista aborda un error común relacionado con la comparación de cifras no completamente similares, como es el caso que he mencionado anteriormente. ¿Qué plantea Darvas y qué tan relevante es?

En primer lugar, no es correcto comparar el PIB de un país con otro sin considerar el tamaño poblacional de ambas naciones. La medida de riqueza y bienestar que debemos emplear siempre es el PIB per capita, lo que resulta obvio. Si un país registra un crecimiento únicamente debido a un aumento de la población, el bienestar de sus habitantes no experimentaría mejora, ya que la ganancia por persona se mantendría constante. Así, de momento, el enfoque comparativo debe partir del uso del PIB per capita.

Si descansamos la comparación en términos per capita, sigue siendo cierto que la economía europea experimentó un menor crecimiento. Los países que componen la Unión Monetaria aumentaron su PIB nominal en 1,9 veces desde 1995 hasta 2019 (excluyo la pandemia por no distorsionar la figura, pero el argumento es el mismo), mientras que Estados Unidos lo hizo en 2,3 veces. Esta diferencia, que implica tanto precios como crecimiento, reflejaría un mejor desempeño de los sectores productivos de EE.UU. frente a uno menos favorable en la Unión Monetaria.

Sin embargo, sabemos que los precios distorsionan el análisis, y entre dos países con dos monedas, por partida triple (incluimos el tipo de cambio). Del mismo modo que hay que extirpar los precios para comparar el PIB de un país en el tiempo (precios constantes), hay que hacer lo propio para comparar en términos exactos el PIB de dos países, aunque el ajuste es algo más sofisticado.

Para comparar países hay que usar el PIB per capita en paridad de poder adquisitivo (PPA). ¿Qué significa esto? En pocas palabras, comparar la capacidad de compra de los ingresos obtenidos (PIB) en términos de bienes reales. Es decir, si nuestros euros pueden comprar más o menos bienes en comparación con una cantidad específica de dólares (recuerden el índice BigMac). Este ajuste pretende brindarnos una medida en una moneda común que neutralice la divergencia en la evolución de los precios y del tipo de cambio en ambas economías.

Cuando se realiza este cálculo, la comparación se vuelve sorprendentemente diferente. La Unión Monetaria habría multiplicado por 2,5 sus ingresos en dólares comparables a los utilizados para medir la evolución del PIB per cápita de Estados Unidos. En términos relativos, para el conjunto de la Unión, habríamos pasado del 67,3 % de la renta media norteamericana en 1995 al 71,8 % en 2019. Como pueden observar, llevar a cabo este ejercicio puede cambiar por completo el argumento planteado y con ello, los análisis derivados.

Un segundo ejemplo de mal uso de datos correctamente medidos ha llenado debates sobre políticas óptimas para el crecimiento. Hablo del caso de Irlanda. Si se fijan, el PIB mide las actividades generadas en un país (“I” de interior). Sin embargo, este agregado no mide, necesariamente, los ingresos obtenidos por los factores con “DNI” de un país. Si una actividad ha sido generada por trabajadores o empresas extranjeras, los ingresos obtenidos de dicha actividad no se traducen en rentas para la población local. En ese caso, para obtener una medida más precisa de la renta por habitante, hay que restar los ingresos generados por factores extranjeros así como sumar los obtenidos por nacionales en otros países. Obtenemos el Producto Nacional Bruto.

Sin embargo, para alcanzar lo que habitualmente llamamos renta disponible, verdadera medición de nuestra capacidad de compra y con ello bienestar, debemos eliminar el coste del mantenimiento del capital (“B” de bruto en PIB), es decir, la amortización del capital, el cual no se utiliza para retribuir a los factores de producción, sino a mantener el sistema funcionando.

El dilema en Irlanda radica en su configuración productiva, influenciada por la presencia de sedes europeas de grandes multinacionales en un territorio relativamente pequeño. Esto lleva a que se contabilicen como internos grandes flujos de ingresos derivados de actividades ejecutadas por factores extranjeros de filiales de otros países. Además, debido a la configuración de su tejido productivo, se contabilizan como propias amortizaciones de capital fijo muy elevadas (por ejemplo, piensen en los aviones de Ryanair o de patentes), lo que infla el PIB más allá de su valor neto. Hechas estas apreciaciones y computados los efectos, Irlanda sigue siendo un país con un reciente desempeño envidiable pero lejos de los datos estrambóticos conocidos en estos años.

Así pues, la lectura de datos económicos comporta la responsabilidad de saber leerlos. Si no es así, en ocasiones, nos pueden generar apreciaciones erróneas de la realidad y, con ello, análisis fallidos.

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