Tres preguntas para una exitosa inversión bancaria
En lo que llevamos de siglo XXI, el retorno total generado por el índice bancario europeo (SX7P), incluyendo dividendos, ha sido del -13%
“Se buscan hombres para viaje peligroso. Bajos salarios, frío terrible, largas horas de oscuridad total. Es dudoso retornar sano y salvo. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Así versaba el anuncio más famoso de la historia (publicado por Ernest Shackleton en 1914 para buscar tripulación para la expedición Antártica del Endurance). Sorprendentemente, se presentaron numerosos candidatos de los que 28 fueron seleccionados. El Endurance fue atrapado (y tragado) por el hielo, así que Shackleton decidió navegar 1.300 km en un bote de seis metros por mar abierto en busca de ayuda. Regresó y rescató a los miembros de su tripulación que habían quedado atrás. Todos sobrevivieron en una historia realmente épica.
En lo que llevamos de siglo XXI el retorno total generado por el índice bancario europeo (SX7P), incluyendo dividendos, ha sido, según los datos de Bloomberg, del -13%. Sí, lo han leído correctamente. Un cuarto de siglo y no se ha ganado dinero invirtiendo en bancos en Europa. La realidad es muchísimo peor que el número anteriormente mencionado, ya que del índice van desapareciendo aquellos bancos que quiebran y cuyas acciones se van a cero. Y la lista de ceros es muuuuuuy larga.
En el espíritu de Shackleton se debería poner un anuncio para buscar inversores bancarios: “Se buscan inversores para perder dinero. Riesgo altísimo, sustos diarios, ampliaciones de capital semanales, largas horas de pánico. Muy dudoso salir con la honra y la hacienda intactas. El éxito no se contempla. Como mucho, el Gobierno usará el dinero de los contribuyentes para pagar la fiesta”. Sorprendentemente muchos candidatos se presentan diariamente. Lo que ya no sabemos es si todos saldrán indemnes como la tripulación del Endurance.
Existen numerosos motivos por los que la industria es tan arriesgada a nivel de inversión (un apalancamiento brutal) y a nivel social (un sistema bancario de reserva fraccional con dinero fiduciario). Y todo ello mezclado con una época dorada de los bancos centrales que se perciben como omnipotentes a pesar de que sus habilidades predictivas hacen buena la famosa frase de John Kenneth Galbraith “la única función de las estimaciones económicas es hacer que la astrología parezca respetable”. El Oráculo de Delfos también se tuvo en gran estima durante más de 1000 años por la conexión de las sacerdotisas con lo divino. Aunque lo más probable es que la Pitia entrase en trance y viese el futuro por una combinación de inhalación de gases tóxicos de los manantiales subterráneos y el consumo de plantas alucinógenas. Habría que preguntarse si hay algún manantial por debajo de la sede el ECB en Frankfurt o si los coffee shops de Ámsterdam se han expandido por Alemania.
El futuro es impredecible. Lo más que podemos hacer es estimar cuáles son los escenarios que parecen tener una mayor probabilidad de ocurrencia. En cualquier caso, no es posible entender cuál es el potencial escenario venidero tanto en la parte económica, como monetaria, como bancaria sin tener en cuenta una serie de puntos.
El primero son los elevadísimos niveles de deuda acumulados a lo largo de los años. A EE UU le llevó 206 años acumular su primer trillón de dólares de deuda. Durante el año 2022 se añadió un nuevo trillón en menos de cinco meses. Adam Smith ya nos explicó que en estos casos la historia demuestra que solo hay dos formas de pagar esa deuda. Una es declarando la bancarrota. Y la otra es devaluando la moneda y destruyendo la prosperidad del ciudadano. Como dijo el Senador Dirksen en los años 60 “un billón aquí y allí y ya estamos hablando de dinero de verdad”.
El segundo es que los booms generados por la impresión masiva de dinero enmascaran innumerables pecados financieros. Unas economías planificadas de forma centralizada en las que los tipos de interés no son descubiertos libremente en el mercado, sino que son determinados por el politburó destruyen el proceso de cálculo económico. Ludwig von Mises enseña que no hay forma posible de evitar el colapso de un boom generado por la expansión del crédito: “La alternativa es solo si la crisis llegará antes tras un abandono voluntario de la expansión o posteriormente en la forma de un total colapso del sistema monetario”.
El tercer punto es que más pronto que tarde los bancos centrales tendrán que decidir si protegen la moneda o a los Gobiernos. Aquí no parece arriesgado estimar que, prácticamente con un 100% de certeza, la moneda será la víctima. Henry Hazlitt ya nos indicó hace más de 50 años que no hay ni un solo caso histórico de gestión responsable del papel moneda. La historia es siempre de hiperinflación, devaluación y caos monetario. No sería de extrañar que las palabras de Voltaire se hiciesen realidad: “El papel moneda eventualmente llega a su valor intrínseco; cero”.
No hay que olvidar que hace solo unos días se produjo el 90 aniversario de la Executive Order 6102 con la que Franklin D. Roosevelt confiscó el oro en manos de los estadounidenses para permitir a la reserva federal endeudarse más. Una vez confiscado, depreció el dólar cerca del 40% (la tenencia de oro en manos de los ciudadanos estuvo prohibida durante casi 40 años).
Asimismo, el año 2023 marca el centenario de la hiperinflación de la República de Weimar en la que una carretilla llena de billetes no era suficiente para comprar el periódico y que, como colofón, aupó a Hitler al poder. Así que, basados en la historia y en lo que parece el escenario más probable, cualquier potencial inversor bancario deber responder a tres preguntas. ¿Los Gobiernos actuarán de ahora en adelante de forma fiscalmente responsable? ¿Los tipos de interés los establecerá el mercado y no el apparátchik?¿Los bancos centrales protegerán a los ahorradores y no a los Gobiernos? Si la respuesta a esas tres preguntas es sí, quizá no sea mala idea invertir en bancos. Pero si la respuesta es no, quizá George Best nos diera una idea de en qué gastar el dinero: “la mayoría de mi dinero lo he gastado en cosas importantes; alcohol, mujeres y coches…el resto lo malgasté”. Aunque nunca es malo ver el futuro medio lleno como la última frase de El Conde de Montecristo: “La sabiduría humana se encierra por entero en estas dos palabras: ¡Confiar y esperar!”.
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