Condiciones para la regeneración
Según la Real Academia Española, regenerar es “dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo”. Escribo este artículo antes de que se conozcan los resultados de las elecciones generales, a sabiendas de que hay mucho margen para las sorpresas, pero convencido de la importancia de estos comicios y de las tareas pendientes y desafíos que afronta España, buena parte de ellos de naturaleza económica. Muchos son los estudios –y la mera observación de largo plazo– que sugieren que unas elecciones tienen efectos mucho más allá de cuatro años. Pueden crear tanto beneficios como vicios que se extiendan durante 10 o 15 años porque, en gran medida, afianzan a generaciones políticas. Esto hace que las elecciones que se han celebrado sean particularmente interesantes porque presentan una pluralidad política que, necesariamente, tiene que traer aire nuevo. Por supuesto, todos los partidos se han atribuido la bandera de la regeneración, cual ave fénix que remontará el vuelo del país para alejarlo de una crisis tan dura y de efectos tan persistentes. Con nuevas ideas, proyectos renovados. Se ha venido hablando de regeneración democrática, política, económica, social y hasta constitucional.
Lo cierto es que, tomando el término en sentido estricto, se trataría más de generar que de regenerar, porque no solo hay tierra quemada que volver a hacer fértil –con el desempleo como principal problema–, sino también mucho nuevo por hacer, nuevas fronteras que alcanzar para que la economía española pueda considerarse, verdaderamente, madura y dinámica.
Con el alto nivel de paro en España, todas las acciones parecen pocas para mejorar esta situación. Hay que reconocer que estamos en una coyuntura favorable al empleo. Ya hemos pasado antes por estos momentos de creación de puestos de trabajo sin darnos cuenta del castillo de naipes que construíamos. Bastó un único soplo para que la crisis se llevara millones de empleos por delante. Ahora diremos que los modelos de Reino Unido, Estados Unidos o la propia Alemania no nos parecen aceptables, pero quién no compraría esas tasas de desempleo.
La última reforma laboral solucionó algunas deficiencias cuasiendémicas del mercado de trabajo en España, pero no se completó para evitar que se deteriorara en demasía la calidad del empleo generado. Puedo afirmar por lo que he escuchado estos días que muchos de los que han criticado propuestas como el contrato único (u otras parecidas con oportunos matices) no conocían en realidad lo que proponen esos modelos o deliberadamente lo han rechazado por motivos electoralistas. Será una prioridad para el nuevo Gobierno hacer que el empleo generado sea de mayor calidad, con una simplificación de los contratos y, desde luego, con una gestión mucho más eficiente y decidida de políticas activas de formación y reciclaje.
Si generar empleo de calidad es una prioridad en el terreno de la regeneración, una segunda gran tarea para el nuevo Ejecutivo sería ofrecer señales de voluntad de cambio a largo plazo. Esta tarea es algo más dudosa porque impone sacrificios políticos al inicio de una legislatura, pero tal vez la nueva pluralidad de fuerzas pueda favorecerlo. En este terreno entran cuestiones como una verdadera reforma de las Administraciones públicas, de las condiciones para ocupar un cargo público, de la duración de estos cargos y de su compatibilidad durante y después de los mismos con otros puestos en el sector privado. Esta sería una señal para los ciudadanos de que el cambio puede venir por arriba, con el ejemplo de una España que apuesta por incentivos, mérito y capacidad. Algo muy necesario para los próximos cuatro años pero, hoy por hoy, ciencia ficción.
A medio camino entre la regeneración y las señales están reformas cruciales cuyo retraso tiene efectos muy dolorosos para dos y hasta tres generaciones. Aquí entra la reforma educativa, donde un pacto de Estado o un consenso amplio no puede confundirse con un traje hecho a retales. Se impone altura política. Y también en este campo entran las pensiones. Se ha avanzado hacia su sostenibilidad, pero aún es lejana. Los ciudadanos siguen sin conocer cuánto aportan y cuánto recibirán porque el resultado puede no ser agradable. Menos agradable para el que aporta más esfuerzo, probablemente. Con el desempleo actual, la estructura de subvenciones, las promesas de rentas mínimas y otras medidas garantistas sin sostenibilidad aparente en el largo plazo, nos encontraremos a la vuelta de 20 años con menos españoles cobrando pensiones contributivas y con otros muchos sin mochila de derechos propios acumulados, exigiendo prestaciones no contributivas simplemente para poder sobrevivir, porque esa generación, además, vivirá más años. Sin responsabilidad política, estamos haciendo un cambio generacional en falso y los españoles dentro de 20 años no vivirán mejor que ahora. En una España que precisa de transparencia y rendición de cuentas políticas, los ciudadanos también tenemos que rendir cuentas conociendo mejor lo que nos aporta el Estado y lo que aportamos nosotros. Esto, evidentemente, no está en los programas políticos porque es impopular. Entre otras cosas porque muchos ciudadanos de diferente nivel económico reciben bastante menos de lo que aportan, y no solo por lo contrario.
Como en cualquier programa con unos objetivos de mejora y optimización, no pueden olvidarse tampoco las restricciones. Sonroja ver a aquellos que proponen repartir lo que no hay. España sigue acumulando déficit y deuda y avanzar en la consolidación fiscal es innegable, es una línea roja. Desandar lo andado es absurdo.
Esperaremos estos días una reacción, una señal de cambio, propuestas que nos abran los ojos ante algo nuevo. Tal vez, de momento, tengamos que conformarnos con creer en los Reyes Magos.
Santiago Carbó Valverde. Bangour University, Cunef y Funcas.