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La UE, del revés

Grecia reclama al Eurogrupo un borrón y cuenta nueva

Los ministros de Economía de la zona euro (Eurogrupo) celebran hoy su primera reunión del año en Bruselas con un fichaje (Letonia, socio número 18), un relevo (el nuevo ministro de Austria) y una esperada renovación (Wolfgang Schäuble continúa como ministro del nuevo Gobierno alemán).

Cambios menores en una alineación que volverá a enfrentarse al mismo problema que ensombrece las citas del Eurogrupo desde 2010: la crisis en Grecia. Pero con la novedad de que esta vez los ministros de Economía se enfrentan a un escenario de borrón y cuenta nueva, que podría liberar a Atenas de buena parte de una deuda que asciende a 321.000 millones de euros. Grecia debe casi tanto como Bélgica, un país cuyo PIB casi dobla al heleno.

Los números rojos griegos parecen insostenibles, a pesar de que la madurez media de su deuda se ha doblado desde el comienzo de la crisis (de ocho a 16 años) y de que gracias a la ayuda de la zona euro paga un interés medio del 2,3% (en 2000 era más del 6%).

Pero tanto Atenas, como el resto de capitales de la zona euro parecen agotadas después de cuatro años de rifirrafe, que han dejado a Grecia con una caída del PIB del 25% y un paro del 26% y a sus socios en peligro de perder unos préstamos por valor de 240.000 millones de euros (25.00 millones, en el caso de España).

En medio del hastío mutuo, tanto Bruselas como Atenas se preparan para un desenlace que inevitablemente dejará heridas entre acreedores y deudor. El acuerdo se presenta enrevesado y la ruptura no se puede descartar.

Como mínimo, el Gobierno de Antonis Samaras reclama a sus socios otra rebaja de los tipos de interés en los préstamos bilaterales y multilaterales, una prolongación en los plazos de reembolso (que en algunos tramos llegan a 45 años) y una aligeración en la transferencia de los fondos estructurales de la UE.

Pero ninguna de esas tres medidas, por muy generosas que sean, bastaría para que Grecia vuelva a ser viable. Sobre la mesa aparece ya una reestructuración de la escena, que podría suponer, como mínimo, el aplazamiento sine díe de parte de los préstamos o supeditar su devolución a que Grecia logre ciertos objetivos, como una tasa de crecimiento considerable, un superávit fiscal holgado o una drástica reducción de la tasa de paro.

Algunos analistas tan influyentes como Hans Werner Sinn, presidente del instituto de estudios alemán IFO, incluso quieren ir más lejos. Sinn abogaba la semana pasada por convocar una “conferencia sobre la deuda” en la que los acreedores públicos y privados del sur de Europa, no solo de Grecia, “condonen parte de su deuda”.

De momento, nadie parece aceptar una solución tan drástica. Entre otras cosas, porque los tres principales acreedores internacionales de Grecia –el fondo de rescate de la zona euro, el BCE y el FMI– no están dispuestos a reconocer pérdidas en sus balances. El eslabón débil de la cadena se encuentra en los 52.900 millones de euros en préstamos bilaterales del primer rescate, en los que España se juega 6.650 millones y países en dificultades como Portugal o Chipre, 1.202 millones y 109 millones, respectivamente. En teoría, la negociación de las medidas de alivio y el reparto de la carga entre sus socios debería comenzar en abril, cuando Eurostat certifique que Atenas logró en 2013 un superávit fiscal primario, es decir, que puede financiar por sí misma el gasto corriente del Estado.

Pero ni el calendario político ni el financiero aconsejan retrasar tanto el regateo. Grecia afronta en mayo no solo un vencimiento enorme de deuda, sino también unas elecciones europeas que podrían provocar la debacle de los dos partidos que gobiernan en coalición (los populares de Nueva Democracia y los socialistas del Pasok) si los votantes no perciben alguna señal de benevolencia europea.

Y la impaciencia del Gobierno de Samaras es evidente. “Estamos en un momento crucial, en el que necesitamos que nuestros socios europeos nos ayuden a demostrar a la opinión pública que los esfuerzos han merecido la pena”, imploraba la semana pasada el ministro griego de Finanzas, Yanni Stournaras, ante el Parlamento Europeo. Stournaras pedía afrontar el problema “con apertura de mentes y poniendo sobre la mesa medidas que beneficien a las dos partes, a Grecia y a la zona euro”.

El objetivo de Grecia pasa por librarse del yugo de la troika (CE, BCE y FMI), que trimestre tras trimestre somete a escrutinio los ajustes y reformas acometidas, como paso previo a la liberación de nuevos préstamos.

El Eurogrupo, por su parte, también parece consciente de que la fórmula resulta ya insoportable para la opinión pública griega (la troika no ha podido volver a Atenas desde el 17 de diciembre y no tiene fecha de regreso) y que debe ofrecer a Grecia una vía de escape. Falta por decidir quién se anota las pérdidas de dos rescates fallidos.

La izquierda se perfila como alternativa

Desde hace 40 años, los populares de Nueva Democracia y los socialistas del Pasok se han alternado en el Gobierno de Grecia. Pero la crisis les ha debilitado tanto que tras las últimas elecciones tuvieron que aliarse para mantenerse en el poder. La gran coalición, presidida por el conservador Antonis Samaras, teme ahora que ni siquiera unidos puedan resistir el empuje de Syriza, formación de izquierdas liderada por Alexis Tsipras, de 39 años. Los sondeos para las elecciones al Parlamento Europeo (mayo) colocan a Syriza codo con codo con el partido de Samaras (en torno al 22% para cada uno) y muy por delante de un Pasok que se desplomaría por debajo del 7%.

Un batacazo electoral podría fracturar la coalición y desencadenar unas elecciones generales anticipadas en las que Syriza, hasta hace poco descalificado como un partido antisistema, podría asumir el control. Samaras intenta alimentar el espectro de radicalidad de Syriza (a principios de enero los calificó de antieuropeos por negarse a asistir a los festejos por la presidencia griega de la UE), pero Tsipras ha suavizado ya sus posiciones. El año pasado fue recibido en Berlín (por Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas) y ha sido elegido como candidato de la Izquierda Unitaria Europea para la presidencia de la Comisión Europea. La pasada semana, además, uno de los economistas de Syriza renunció a calificar como “odiosa” o ilegítima la deuda pública griega, gesto que se interpreta como la intención de Syriza de no suspender los pagos, aunque sí exigiría su reestructuración.

Atenas confía en frenar el ascenso de Syriza si la zona euro alivia un servicio de la deuda que el año pasado le costó 6.000 millones de euros y el doble en 2012. El Gobierno griego cree que con un empujón la economía podría remontar y calmar el disgusto de la opinión pública. “Después de seis años de recesión es muy probable que en 2014 haya crecimiento”, decía la semana pasada en Bruselas el ministro de Finanzas, Yannis Stournaras. Y aseguraba que “ya hemos cubierto el 80% del camino para la salvación total”. Si la ayuda de Bruselas no llega, quizá el 20% restante lo cubra Syriza. Al fin y al cabo, el Pasok, antes de llegar al poder hace años, también defendía que Grecia saliera de la OTAN y de la Comunidad Económica Europea.

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