_
_
_
_
Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El riesgo social de una clase media cada vez más amplia, pero más pobre

La incapacidad de satisfacer sus aspiraciones busca respuesta en el populismo, que puede intensificarse de nuevo con Trump

Manifestación en contra los precios de los alquileres, en Madrid.
Manifestación en contra los precios de los alquileres, en Madrid.JUAN BARBOSA

La clase media es el colectivo socioeconómico sobre el que se asientan las democracias liberales, pero con unos fundamentos tan intensamente erosionados por las últimas crisis del capitalismo, que su definición, cuantificación y función han mutado, y para mal, en los 25 primeros años de este siglo. Ceñirse a los criterios doctrinales para identificarla por los ingresos supone ampliar el colectivo en los últimos años, pero hacerlo desde el punto de vista de su capacidad de gasto implica admitir una pérdida económica muy importante. Tanta, que la percepción sobre la pertenencia de clase provoca la autoexclusión de colectivos cada vez más numerosos a los que la teoría económica considera parte de ella.

El trasvase generalizado de rentas de las últimas décadas, que ha empobrecido a capas muy amplias de la población, ha tenido un efecto sociopolítico no menos generalizado en las sociedades abiertas. Si el retorno que la economía capitalista proporciona a las clases medias no satisface sus aspiraciones, crece la censura social como mecanismo de defensa y respuesta. Si los anhelos de progreso solo están al alcance de las franjas elevadas de renta de la clase media, y cada vez más colectivos se suman a quienes no pueden llegar a ellas, engordando las cohortes insatisfechas, los pilares de la democracia liberal encajarán erosiones crecientes en el tiempo.

Ha pasado en EE UU dos veces y de forma corregida y aumentada la segunda, hace una semana; ha pasado en Reino Unido con un rechazo al multilateralismo blando de la UE en el Brexit; ha pasado en los países más ricos de Europa, en cuyas consultas electorales crece la censura a las políticas migratorias y la apertura comercial global; y en parte ha pasado también aquí, con populismos de divergente signo que fuerzan el extravío de las posiciones templadas de los más ortodoxos. Y volverá a pasar si la gestión pública no cierra las grietas por las que se escapan las expectativas de progreso de la gran base social de las democracias liberales.

Veamos la lenta metamorfosis operada en España, donde, como en el resto del planeta, cada cual tiene una muy libérrima percepción de en qué escala social se ubica, en función de qué recursos tiene y qué necesidades puede cubrir con ellos. Históricamente, ha existido un criterio económico tasado para marcar los umbrales de entrada y salida en la clase media, aunque la transformación socioeconómica de las últimas décadas haya puesto en crisis tal regla.

Así, la clase media se ha convertido en concepto tan poliédrico que aconseja mirar con cristales diferentes a cada colectivo, a cada hogar, a cada persona, para identificar si está afiliado a tal clase o conviene darlo de baja. La horma que aplica la OCDE define clase media como la compuesta por quienes disponen de una renta que oscila entre el 75% y el 200% de la mediana de su país, que para empezar a hablar puede valer. Pero tiene más sentido aplicar tal criterio a los hogares en vez de a los perceptores de renta, utilizando el método cualitativo de considerar la renta equivalente por unidad de consumo, también identificado por la OCDE, puesto que tiene en cuenta las economías de escala que se producen en el hogar al compartir los ingresos en función del número de miembros que conviven en él.

Ceñirse a la doctrina OCDE supone que en España conforman la clase media ahora los hogares que disponen de una renta anual que oscila entre 13.737 y 36.632 euros (el 75% y el 200% de la renta mediana nacional por unidad de consumo, que, en 2022, último con información completa disponible, era de 18.316 euros). En estos límites, España, con una renta media de 20.676 euros para los 19,2 millones de hogares, solo puede contabilizar como clase media aquellos con ingresos entre el percentil 31 y el 92, esto es, el 61% de los hogares. Así, solo quedaría un escaso margen para el colectivo que se supone que ingresa más que la clase media (8%), y uno muy vasto (30%) para el colectivo que dispone de recursos insuficientes para considerarse miembro del club.

Este criterio técnico acerca a los perceptores del SMI (14.000 euros anuales en ese ejercicio) o rentas inmediatamente superiores a la categoría de socios de la clase media, siempre que se trate de hogares de un solo miembro. El estancamiento remunerativo desde la salida de la Gran Recesión, con la devaluación salarial como herramienta de recuperación del empleo, ha tirado del salario medio y del mediano hacia abajo, y, junto con la fuerte subida del salario mínimo, ha concentrado cada vez más asalariados en los niveles bajos, de tal modo que el sueldo más común en la Encuesta de Estructura Salarial de 2022 era ya de 14.586. De hecho, más del 20% de los asalariados percibieron de 14.000 a 19.000 euros, lo que indica que, al menos entre los asalariados, existe una gran concentración en las franjas más modestas de la clase media, con la que, con buen criterio, les cuesta identificarse.

Hasta aquí la aplicación de lo que técnicamente debe exhibirse para poder acceder al club de la clase media. La óptica del gasto ofrece un criterio diferente, basado en el ejercicio simple de saber qué se puede adquirir y a qué se puede optar con tales niveles de ingreso. Y ese ejercicio es el que expulsa a una buena cantidad de hogares del club.

Si antes de la Gran Recesión de 2008 era elemento común de las familias de clase media adquirir un catálogo generoso de bienes y servicios (una casa, un automóvil, un seguro médico privado), ahora no parece posible que buena parte de las teóricas clases medias puedan satisfacerlo. La divergencia entre los ingresos de los hogares sin vivienda propia y los precios de las casas se ha disparado en los últimos lustros, sobre todo en grandes ciudades. ¿De qué margen pueden disponer las familias de las franjas modestas de la clase media para satisfacer bienes y servicios ajenos a la compra de una morada si su coste por cien metros llega a 200.000 euros (media nacional), supera diez veces su renta y la hipoteca media para afrontarlo toca ya los 25 años? De poco o de muy poco.

Para recomponerlo, además de aliviar el asunto de la vivienda para los jóvenes, que es su gran inversión y aspiración y, de momento, el gran muro sobre el que se estrella la mayoría, el modelo productivo –que manosean tanto los responsables públicos– debe acelerar su mutación hacia mayores cotas de productividad, que es la única vía para sustentar sueldos y rentas superiores, y superar los niveles que la devaluación post-crisis inyectó en el empleo industrial y de servicios cualificados. Y tiene que hacerlo en condiciones de especial estrés, puesto que la reedición del mandato aislacionista de Trump, que llevará al extremo el proteccionismo y el nacionalismo económico, tendrá un coste adicional para Europa y sus clases medias, que seguirán observando cómo inversión y riqueza migran hacia Asia y Norteamérica.

José Antonio Vega es periodista

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_