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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Reserva Federal debe ser independiente, no intocable

Hace falta más transparencia en torno al papel del banco central en la compra de bonos y la regulación de los bancos

El entonces presidente de EE UU, Donald Trump, con Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, en 2017.
El entonces presidente de EE UU, Donald Trump, con Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, en 2017.REUTERS

Si a quienquiera que gane las elecciones presidenciales de EE UU en noviembre le preocupa la estabilidad y la prosperidad, haría bien en dejar en paz la independencia de la Reserva Federal. Un plan susurrado por los aliados de Donald Trump para meter en cintura al banco central y a su presidente, Jerome Jay Powell, es peligroso y poco práctico. [El expresidente del país defendió la semana pasada que la Casa Blanca tenga voz en el organismo.] No obstante, un debate más amplio sobre el papel de la Fed podría ser útil. El público tiene derecho a pedir un mayor escrutinio de una institución singularmente poderosa.

La relación de la Fed con los políticos ha sufrido altibajos desde su creación en 1913. En palabras del expresidente William McChesney Martin, el banco central es “independiente dentro del Gobierno, no independiente del Gobierno”. Pero eso no es suficiente para algunos. En abril, el Wall Street Journal informó de que funcionarios anónimos de la primera administración de Trump habían redactado un documento destinado a diluir la independencia de la Fed durante un posible segundo mandato del republicano.

Entre sus ideas: obligar al banco central a consultar al presidente las decisiones sobre tipos y permitir a la Casa Blanca despedir a Powell antes de que termine su mandato en 2026. La campaña de Trump restó importancia al plan, pero, de aplicarse, cualquiera de esas propuestas representaría la mayor restricción política a la Fed desde que los secretarios del Tesoro dejaron de formar parte de su consejo de toma de decisiones en 1935.

Hay un obstáculo práctico: la gobernanza de la Fed está consagrada en la Ley de la Reserva Federal, cuyos cambios requieren la aprobación del Congreso. Pero incluso suponiendo que se pudiera obtener, someter la función clave del banco central –fijar el precio del dinero– al control de la Casa Blanca sería desastroso para la economía. Existen numerosas pruebas empíricas a favor de mantener a raya a los políticos y sus caprichos a corto plazo. Un estudio histórico de 16 países industrializados, incluido EE UU, hecho por Alberto Alesina y Lawrence Summers, demostró que entre 1955 y 1988, los países con bancos centrales independientes tuvieron tasas de inflación más bajas y menos volátiles.

La percepción también importa. Socavar la independencia de la autoridad monetaria más poderosa del mundo desestabilizaría los mercados –que utilizan los tipos oficiales de EE UU como referencia clave para fijar el precio de la mayoría de los activos– y amenazaría el papel del dólar como divisa preferida en todo el mundo. Kevin Warsh, exgobernador de la Fed citado a menudo como posible candidato de Trump para dirigir la institución, advirtió en 2010 de que tales costes serían “incalculables”, y añadió que “no existe tal cosa como ser un poco independiente o un poco creíble”. A medida que aumenta la montaña de deuda pública pendiente en EE UU, la confianza en el sistema financiero del país adquiere mayor importancia.

Despedir a Powell, mientras, parece una tarea difícil. El presidente nombra al presidente de la Fed, que luego es confirmado por el Senado; de hecho, fue Trump quien eligió a Powell en 2017. Pero la Ley de la Reserva Federal dice que el presidente solo puede destituir a los miembros del consejo de la Fed “por causa justificada”, o sea, por buenas razones, normalmente relacionadas con la conducta o el rendimiento. Como no hay precedentes, cualquier intento de defenestrar a Powell por una alternativa elegida por Trump acabaría casi con toda seguridad en el Tribunal Supremo.

Por descabellada que sea la propuesta de los socios de Trump, los anti-Fed plantean un debate que merece la pena: cómo mejorar la forma en que los representantes electos y los votantes controlan al banco central. Ese debate no es realmente sobre los tipos, ya que la Fed ya hace mucho para explicar sus acciones. Powell da una rueda de prensa después de cada reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) y comparece ante el Congreso dos veces al año. Los miembros del consejo y los altos funcionarios de las 12 Fed regionales hablan varias veces por semana. Los observadores de la Fed también pueden deleitarse con las actas del FOMC, las proyecciones económicas trimestrales y un banquete de informes semestrales.

La compra de bonos por parte de la Fed es harina de otro costal. Tras la crisis de 2008, el banco central compró bonos del Estado como forma de inyectar efectivo en la economía, en lo que se conoce como flexibilización cuantitativa o QE (por sus siglas en inglés). Su balance se disparó hasta los 9 billones de dólares desde menos de 1 billón y se mantiene en torno a los 7 billones. A medida que la Fed compraba, hacía bajar los tipos a largo plazo.

Aunque las autoridades de la Fed consideran que la compra de bonos es una herramienta de política monetaria, también ayuda a Washington a pagar menos por sus enormes deudas. Como tal, afecta a la política fiscal, que es competencia exclusiva del Gobierno. Por esa razón, tendría sentido dar más voz al Congreso. En Gran Bretaña, donde el Banco de Inglaterra también recurrió a la QE, una comisión parlamentaria concluyó que la práctica había “difuminado las líneas entre las políticas monetaria y fiscal”.

El papel de la Fed en la regulación de los bancos también merece más transparencia. Pensemos en la embarazosa rebaja de las nuevas normas de capital conocidas como Basilea Endgame, propuestas por el jefe de supervisión de la Fed, Michael Barr, en julio de 2023, y que según Powell sufrirán “amplios cambios sustanciales” tras la feroz oposición de grupos de presión, los propios bancos e incluso grupos progresistas. Por otra parte, Barr dijo en mayo que los reguladores podrían pedir a los grandes bancos que mantuvieran más liquidez en sus balances para resistir retiradas inesperadas de depósitos.

Cualquier medida de este tipo podría aumentar los costes para los bancos y sus accionistas. Pero la Fed aún no ha demostrado que pueda aplicar eficazmente las normas que ya tiene. La quiebra de Silicon Valley Bank en 2023 puso de manifiesto una serie de problemas culturales y de procedimiento en el banco central, cuyo trabajo consistía en supervisar y examinar la malograda entidad. Cualquier decisión de la Fed para evitar nuevas quiebras, como hizo creando nuevas facilidades de préstamo a bancos necesitados de liquidez, podría suponer una carga para el erario y el sector privado.

Por supuesto, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno, el organismo de control independiente del Congreso, audita a la Fed con regularidad. Pero podría darse una supervisión más estricta si las decisiones no monetarias de la Fed se sometieran al mismo análisis riguroso de costes y beneficios por parte de la Oficina de Gestión y Presupuesto –una rama de la Casa Blanca– que otros departamentos gubernamentales.

El riesgo es que, en nombre de la preservación de la independencia, la Fed sea tratada como intocable, incluso cuando los cambios serían beneficiosos. Por otra parte, unas reformas específicas podrían hacer menos probable que los políticos rapaces consigan asaltar la ciudadela de la política monetaria. Hubo un tiempo en que un jefe de la Fed como Alan Greenspan podía enorgullecerse de “murmurar con gran incoherencia”. Gane o no Trump, esos días han pasado.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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