La batalla por la relocalización industrial tras el giro geopolítico
EE UU, con la mitad de gasto en incentivos, aventaja a Europa, y España mezcla con poco criterio estímulos e impuestos
La relocalización industrial activada tras los excesos de la globalización, la pandemia y la guerra de Ucrania tiene a América como ganador claro, a China transitando hacia su autarquía tecnológica y a Europa en la búsqueda acelerada de oportunidades para recomponer la autonomía estratégica. Cada bloque ha jugado con sus propios recursos en una especie de competición proteccionista con cantidades ingentes de dinero, y con una suerte tan diferente que puede alejar definitivamente a Europa de la posición privilegiada que tenía.
España ha fiado la consolidación de su endeble posición industrial a las ingentes ayudas europeas, que en buena parte y con sorprendente falta de criterio, dificulta con nuevos impuestos en algunos de los sectores a los que más esfuerzo de transformación requiere. La penetración de la industria en el PIB español escasamente ronda el 16%, lo que exige una prima de esfuerzo, imaginación y estímulos para llegar al 20% que la Unión ha marcado como óptimo resultado de su política de gasto.
El Gobierno ha optado, por inclinación ideológica, por incrementar la presión fiscal coyuntural a determinados sectores por considerar que ganan demasiado. Tanto para la banca como la energía, ha convertido en estructural el impuesto especial; y lo hace en paralelo al anuncio de incentivos fiscales a las energéticas por la generación de energía verde, que es tanto como hacerles financiar los incentivos que el Ejecutivo dice conceder. ¿No sería más efectivo renunciar a los 323 millones del impuesto especial que abonó en 2023 Cepsa, o a los 443 que desembolsó Repsol y liberarlos para proyectos de nueva inversión? La política industrial de un país tiene que contar con incentivos para librar la encarnizada batalla por la relocalización.
España ha concentrado los fondos Next Generation en los dos ejes fundamentales marcados por Europa, descarbonización de la economía y digitalización, tendentes ambas a fortalecer la posición frente a EEUU y Asia. En el ecuador del calendario, ha puesto a caminar ya proyectos por 69.000 millones de euros (todos ellos financiados con transferencias no retornables), con 16.000 millones en modernización y digitalización de la industria, y 6.400 millones para potenciar la transición energética, que deben generar un efecto multiplicador de la inversión privada. Pero solo ahora, cuando los fondos europeos enfilan su final, España carga sus propias pilas y prepara una nueva ley de la industria que convierta en estructurales los planes estratégicos para la recuperación y transformación económica, aunque nada ha trascendido de cómo se financiará tal cosa.
Cuesta creer que se pueda llegar a los 295.000 millones que el Gobierno ha identificado como inversión necesaria hasta 2030 solo para descarbonizar la industria. Para lograrlo tendrá que contar con las empresas, de todos los tamaños, pero estimulando los proyectos de las grandes por su capacidad de arrastre en todas las actividades. Y ello se consigue con un clima amable para la inversión, tanto desde el punto de vista normativo como de los costes, de todos los costes.
Pero, ¿cómo se está librando la pugna de bloques por la relocalización industrial? El mundo ha entrado en una era de multilateralismo pasivo en el que cada cual debe buscarse la vida. Europa, un puzzle de sensibilidades e intenciones cosido por el hilo de la Unión Europea, debe recuperar su autonomía industrial, sanitaria, tecnológica y defensiva, y ha activado un vastísimo plan de inversión de más de 800.000 millones de euros para resetear y reforzar su industria en un plazo de ejecución de 2020 a 2026.
Concentró en la digitalización de la economía y su descarbonización sus objetivos, pero dejó que cada país los adaptase como mejor entendiera a su propio modelo. En el ecuador del calendario está en marcha la readaptación de miles de proyectos industriales, pero sigue siendo una incógnita cómo de reforzada saldrá Europa del ensayo. Los Gobiernos han optado por herramientas que permitan consolidar la posición industrial que tenían; pero a las grandes corporaciones les está costando un mundo ahondar la raíz en Europa, por el poder de atracción de los incentivos poderosos de EE UU.
Mientras China ha intensificado con subsidios y legislación la protección de su protegido sistema productivo y ha compensado la caída de las inversiones hacia su geografía, las economías abiertas asiáticas y estadounidense han activados incentivos muy sugestivos con similares objetivos a los europeos (economía verde y digitalización), aunque con menos urgencias, y con montantes menos abultados. Eso sí: con mejores desempeños. Por el momento, América aparece como la principal ganadora de esta competición.
El balance hasta 2023, según un reciente informe del FMI, revela que China es el principal damnificado como receptor de inversión desde que comenzó la guerra comercial con EE UU. Le sigue Europa por la pérdida de pujanza desde que arrancó la guerra de Ucrania. EE UU y Asia (sin China) han incrementado sus posiciones.
En 2022, pese a la contracción de los flujos, EE UU mantuvo una posición de fortaleza y liderazgo en la captación. El origen de los recursos (285.000 millones de dólares) provenía de forma mayoritaria de Japón, Reino Unido, Holanda, Canadá y Alemania, y se volcó en la industria manufacturera y la energía, y en menor medida en la tecnología. Europa invirtió en EE UU más de 140.000 millones, valorando como activos del mercado estadounidense su tamaño y unidad, flexibilidad laboral, estrecha conexión universidad-empresa, energía barata y el fácil acceso a la financiación.
Desde la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense, las grandes empresas industriales han anunciado la construcción de más de una veintena de plantas de energía limpia que darán trabajo a más de 100.000 trabajadores, según los técnicos del ICEX en un informe reciente. Volkswagen, BMW, Enel, o Iberdrola con Avangrid están entre las europeas más activas.
En contrapartida, EE UU sigue invirtiendo mucho en Europa, pero se concentra de forma mayoritaria en Reino Unido, Alemania e Irlanda. España, entre tanto, ocupa solo el lugar vigesimosegundo, con más presencia en los servicios que en la industria, y los esfuerzos deben darse por bien empleados si logra mantener la posición industrial. La nueva ley de la industria, que llegará a las Cortes en septiembre, no admite excusas políticas para no concitar el apoyo de todas las fuerzas políticas.
José Antonio Vega es periodista.
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