Los grandes retornos se construyen en el largo plazo
Los inversores deberían plantear un escenario más realista para 2024: lo que marcará la diferencia es la flexibilidad y la capacidad de adaptación
La tradición dicta que al comenzar el nuevo año, gestores y analistas emitan sus previsiones para el ejercicio entrante. Sin embargo, año tras año, estas previsiones suelen quedarse cortas en precisión. Esto no quiere decir que sean innecesarias o inútiles. Las carteras, especialmente las que no son de pura renta variable, demandan una estrategia y la definición de un punto de partida, donde lo que realmente va a marcar la diferencia es la flexibilidad y la capacidad de adaptarse a un entorno cambiante.
El pasado año puede ser un buen ejemplo de esto. Empezamos 2023 con un consenso casi unánime sobre una inminente recesión en las economías mundiales. Los argumentos de esta estimación eran sólidos; la madurez del ciclo, los efectos negativos de la inflación, la subida de los tipos de interés, los niveles de gasto a crédito, la caída de la tasa de ahorro…con todos estos datos en la mano y con lo que nos anticipaban indicadores tradicionalmente infalibles (como la inversión de la curva de tipos de interés), todo parecía apuntar a ese escenario de contracción económica que llevó a posicionarse a los gestores fuera de los activos de riesgo.
Con lo que no contábamos era con algunos imponderables que iban a cambiar totalmente el panorama. El primero de ellos fue una suerte de experimento llevado a cabo por la administración estadounidense, que no fue otra cosa que incrementar el gasto público en la parte más madura del ciclo. Así, mientras que, por un lado, se cerraba el grifo a los consumidores mediante agresivas subidas de tipos, por otro se aplicaba una política fiscal expansiva que llevaba el déficit hasta el 6,46%, un nivel insostenible para una economía que aspira a mantener su rating. Esta es una de las razones que ha facilitado que la economía estadounidense haya podido esquivar la recesión y aumentar gradualmente la previsión de crecimiento para 2024.
El otro imponderable fue que, en cuestión de unos meses, millones de personas empezaron a tener conversaciones, más o menos inteligentes, con su ordenador. La aparición de ChatGPT puso la inteligencia artificial encima de la mesa, y los inversores nos dimos cuenta de que estábamos ante una tecnología mucho más importante de lo que parecía en un principio. Todo esto desató un nuevo rally en el sector tecnológico y, dado su peso en los índices, en el conjunto de la renta variable.
El último acelerón al mercado se lo proporcionaron unos tipos de interés que, por fin, empezaron a bajar cuando se desinflaron las expectativas de inflación, permitiendo a los bancos centrales tocar la campana del final de la subida de tipos y abrir la puerta a rebajar las tasas en 2024.
Ahora, el consenso para el presente año se centra precisamente en los tipos de interés, donde todo el mercado parece estar de acuerdo en que veremos niveles más bajos. La discusión gira no tanto sobre la dirección de los tipos como sobre la cuantía de la bajada de los mismos, y ahí los inversores pueden haberse mostrado demasiado optimistas. El mercado ha preferido posicionarse de una manera mucho más agresiva de lo que la propia Fed marcaba en su última reunión, en una muestra de sentimiento extremo que contradice la máxima de no llevarle la contraria al máximo organismo de la política monetaria norteamericana.
Ante un consenso tan unánime y un sentimiento tan extremo no se puede imponer nada que no sea la prudencia. Todo apunta a que veremos un año de caídas de tipos. El crecimiento será débil, la política fiscal no será la herramienta principal de estímulo para la economía, y el ciclo debería seguir su curso, demandando esas bajadas de tipos que tanto espera el mercado. Pero, quizás, los inversores deberían recalibrar sus expectativas y plantear un escenario más realista para este 2024. De hecho, esto es algo que ya hemos visto en las pocas semanas que llevamos de año, donde las curvas de tipos están deshaciendo parte del camino andado entre noviembre y diciembre. Esto, lejos de ser un problema, constituye una oportunidad para volver a incrementar la presencia de los activos de calidad y añadir una cierta duración a las carteras.
Tampoco podemos obviar los riesgos, especialmente los relacionados con la inflación. A lo largo de los últimos meses, la previsión de crecimiento estadounidense para 2024 se ha visto revisada desde el 0.6% hasta el 1.3%. Hasta ahora son solo datos menos malos de lo esperado, pero hay que ser conscientes del riesgo que supone, en términos de inflación, bajar los tipos de interés demasiado en una economía reacelerando.
Por último, hay que recordar que los grandes retornos se construyen en el largo plazo. Sería iluso, por nuestra parte, despreciar el corto plazo. Todo el mundo, en cualquier área o actividad, valora los resultados a corto plazo. Son importantes, sin duda, pero los verdaderos retornos y el crecimiento se fundamentan en las oportunidades que nos ofrece el momento actual. ¿Si el crecimiento y la inflación tienden al 2% en el largo plazo, tiene sentido comprar un bono del tesoro americano al 4.5% para los próximos diez años, si soy un inversor conservador? ¿Si soy un inversor de renta variable, puedo obviar un sector como el de energía que, a pesar de no vivir el mejor año de resultados, está cotizando a diez veces beneficios en Estados Unidos y siete veces en Europa?
Responder este tipo de preguntas puede reportarnos, a largo plazo, mucha más rentabilidad que intentar adivinar algo que, por definición, no se puede anticipar con exactitud.
David Ardura es director de Inversiones de Finaccess Value
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