La soledad no deseada, un mal social que daña mente y cuerpo
Tristeza, ansiedad y depresión son los primeros síntomas de una problemática que causa obesidad y cardiopatías. Solo el coste sanitario asciende a unos 6.000 millones al año, según un estudio de la Fundación ONCE
Distimia (largos periodos de tristeza), anomia –trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre– o demencia. Son los síntomas más frecuentes que presentan las personas mayores que viven solas y que acuden a la consulta de la doctora Aída García, médica de familia en Castilla-La Mancha. Las enfermedades crónicas que ya padecen también empeoran por la falta de atención continua, apunta.
La carencia involuntaria de compañía afecta a uno de cada cinco españoles, según el Barómetro de la soledad no deseada en España 2024, realizado por la Fundación Once y la Fundación Axa. Una cifra que incluye no solo al colectivo de más de 65 años, sino también a jóvenes –los que más la sufren en la actualidad– y adultos. Además, persiste en el tiempo, ya que el 59% lleva más de tres años en esta situación, resalta el estudio.
Tristeza, enfado, frustración, ansiedad, estrés y depresión son las primeras manifestaciones que emergen, detalla la investigadora Josefa Ros, miembro del foro de expertos del Instituto Santalucía. Una dolencia en principio psíquica, del alma, que puede afectar después a la salud física si no se atiende con antelación. “Los hábitos de sueño y alimenticios pueden verse alterados; nos convertimos en personas más sedentarias y puede dar lugar a problemas cardíacos, cerebrovasculares, diabetes, obesidad, pensamientos suicidas...; es tremendo”, advierte.
Miguel Ángel Acosta Benito, médico de familia y miembro del grupo de trabajo de Atención al Mayor de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC), apostilla que las patologías relacionadas son múltiples. “La depresión y la ansiedad. Hay una mayor tendencia a padecer hipertensión, enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares; los problemas de sueño son también bastante relevantes, el deterioro cognitivo y la demencia. Conlleva a que el paciente esté más aislado y, por lo tanto, no va a favorecer el uso de sus redes cerebrales, de la cognición, que la puede ir perdiendo, y eso va a terminar en un deterioro de la capacidad funcional. El paciente se va a volver dependiente”.
Matilde Fernández, presidenta del Observatorio Estatal SoledadES, explica que es un fenómeno que “transita por todas las edades, las condiciones socioeconómicas y todo tipo de territorios; es muy poliédrica y tiene forma de U: aparece en edades tempranas, desaparece al integrarse en el proceso productivo, aunque resurge de forma momentánea por vacíos o muertes, y reaparece tras los 75 años”.
En los hombres se manifiesta tras la jubilación –“verbalizan qué hago ahora, para qué sirvo”, cuenta– y en las mujeres a partir de los 80 años –“dicen: ‘He cuidado a mucha gente de mi familia y ahora es mucho más pequeña, menos extensa y no la tengo cerca”–. Pero ellas la padecen más. Sus causas son multifactoriales: lejanía o ausencia familiar, viudez u otras pérdidas, cuidados de larga duración o carencia de redes sociales que generen sensación de pertenencia a la comunidad, recoge otro estudio reciente del Instituto Santalucía.
Impacto económico
De hecho, el Observatorio SoledadES puso cifras a esta problemática en un informe publicado el año pasado y en el que colaboró también la plataforma Nextdoor, entre otras entidades. Su coste ronda los 14.000 millones de euros anuales, el 1,17% del PIB. Un monto que incluye los gastos sanitarios (6.000 millones) y las pérdidas por productividad (8.000 millones). El texto elaborado por investigadores de la Universidad de A Coruña y Vigo destaca que los individuos en esta situación utilizan con mayor frecuencia los servicios sanitarios (urgencias, especialistas) y consumen más tranquilizantes, relajantes, antidepresivos, estimulantes y cardiofármacos.
Celia Castillo, de 75 años y vecina de El Escorial, vive sola desde los 60, cuando se prejubiló. ¿Su receta? “Moverse bastante, no estar quieta”. Castillo participa en talleres de psicología, para la memoria y hace yoga gracias a los programas de Cruz Roja y del ayuntamiento de este municipio madrileño. También sale con sus amigas y visita a sus familiares. Precisamente, Cruz Roja lanzó en abril con Milka, la marca de chocolate de Mondelez Internacional, la campaña Ternura contra la soledad para concienciar y apoyar el programa Te acompaña de esta ONG, con una donación de 120.000 euros. “La soledad es una mala compañera; que no se normalice”, opina Marcos Calvo Tiemblo, responsable de este servicio multicanal y del proyecto Enrédate, enfocado en este colectivo. Belén Rifé, brand manager de Milka Spain, apunta que el objetivo es visibilizar e inspirar a la acción con pequeños gestos, ya que afecta a cinco millones de personas.
El Ayuntamiento de Madrid impulsa desde finales de 2020 un programa de salud comunitaria para toda la población y la de riesgo, que promueve actividades de prevención e integración social en los barrios de 21 distritos, al no tener competencias en tratamiento. “Es un problema estructural de las grandes ciudades: aunque tengamos relaciones significativas es imposible verse con cierta frecuencia por el estilo de vida”, comenta María Luisa Palomino, jefa del departamento de coordinación de la estrategia de promoción de la salud del consistorio.
Entre 2021 y 2023 atendieron a 30.790 personas mayores. Se accede a través de los centros municipales de salud comunitaria (16), del teléfono 010, la web Soledadnodeseada.es o la red de agentes colaboradores (445: comercios, farmacias, asociaciones). Es gratuito y no se requiere la presentación de la tarjeta sanitaria o el certificado de empadronamiento para participar. La prevención del duelo complicado, la salud mental o las caminatas en grupo son algunas de las nueve líneas de actuación.
Más recursos y personal
Ros y Fernández coinciden en que las políticas tienen que ser transversales, con una estrategia marco desde la Administración y otras municipales, compartidas en las comunidades autónomas. Se requiere, sobre todo, más financiación, un pacto de Estado, la inclusión de todos los actores y mucha sensibilización.
Desde el punto de vista sanitario, Acosta Benito recomienda fortalecer el sistema de atención primaria con más personal. “Muchas veces están las consultas tan saturadas, hay tan poco tiempo, que es difícil conocer a la población y detectar estos casos”, admite. Además, que no haya tanta rotación de profesionales. “Se ha comprobado que tener el mismo médico de familia reduce la mortalidad y la morbilidad si lo mantienes durante 15 años; es muy importante que conozcamos a los pacientes”.
También el uso de la telemedicina y el incremento de las visitas domiciliarias para los pacientes que no pueden moverse, tanto médicas, de enfermería como de trabajadoras sociales. Formar al personal sanitario, capacitar a los profesionales para su identificación y abordaje; realizar intervenciones comunitarias que promuevan la participación social de los mayores, como grupos de apoyo, actividades recreativas y establecer métodos de voluntariado. “Esto puede partir del centro de salud, pero excede al centro, ya que intervienen otros agentes comunitarios y sociales que tienen que estar en coordinación”, considera. Es, en definitiva, promover la salud o medicina comunitaria.
Cambio del modelo
El impulso de la medicina comunitaria, la preveción y detección temprana de la soledad no deseada en el propio entorno del paciente, es clave para mitigar esta problemática al alza. Sin embargo, el médico de familia Miguel Ángel Acosta Benito avisa de que es complicada su implantación porque implica la coordinación de muchos recursos tanto sanitarios, sociales como a las propias personas que componen a la comunidad, aduce.
"No vale de nada que establezcamos una oferta de servicios desde atención primaria, servicios sociales o polideportivos si la propia comunidad no los cuida, los acepta y no se implica. Supone además un enfoque integral y preventivo que permite su identificación y abordarje antes de que esta sea un problema grave", agrega Acosta Benito, también miembro del grupo de trabajo de Atención al Mayor de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC). Pero defiende que este abordaje favorece la creación de redes de apoyo social desentralizadas, es decir, en el lugar donde los pacientes desarrollan su acitividad y evita el hospitalocentrismo y fomenta la colaboración entre los diferentes sectores para abordar los determinantes sociales de salud.
En junio pasado, el Gobierno aprobó una nueva estrategia estatal de cuidados a 2030, dotada en principio con más de 1.300 millones de euros y financiada con fondos europeos, para fomentar la atención a domicilio y en entornos comunitarios de las personas mayores y discapacitadas dependientes, frente al modelo de las residencias. Sin embargo, Josefa Ros, miembro del Foro de Expertos del Instituto Santalucía, alerta de que, si bien "es una declaración de buenas intenciones para cambiar el modelo de uno biomédico, centrado en las dolencias del cuerpo, a otro enfocado en las personas, no tiene claro cómo llegará a materializarse a tan corto plazo. "Hay que ser conscientes de que no es posible llevarlo a cabo con los recursos del modelo anterior. Las personas mayores viven más y con más dolencias y patologías. Los recursos no pueden ser los de hace 40 años", recalca.
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