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Metales preciosos
Tribuna
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El colapso del oro, el dólar y lo que no aprenden los bancos centrales

Las medidas tomadas recientemente, como los suicidas controles de precios, la emisión ilimitada de deuda y el dinero de Monopoly, se asemejan al Bálsamo de Fierabrás

Lingotes de oro apilados en una cámara acorazada del U.S. West Point.
Lingotes de oro apilados en una cámara acorazada del U.S. West Point.AP

“He dado instrucciones al Secretario Connally de suspender temporalmente la convertibilidad del dólar en oro”. Con estas palabras Richard Nixon hizo un default del dólar en 1971 tras 179 años de convertibilidad. El dólar pasó de ser una unidad de peso convertible en una cantidad fija de plata y, posteriormente, de oro a ser una unidad de nada convertible en nada.

Roosevelt ya había hecho otro default en 1933 confiscando el oro en manos de ciudadanos americanos con la Orden Ejecutiva 6102 tras la que el dólar se devaluó de USD21 a USD35 por onza de oro. La tenencia de oro por parte de particulares quedó prohibida durante los 41 años siguientes. De la noche a la mañana el país paradigma de la democracia y el libre mercado confiscó el 43% del dinero de sus ciudadanos.

En España sabemos algo de eso. Tenemos el récord mundial de defaults: 13 desde 1500 a 1900 (y alguno más posteriormente). Felipe II hizo defaults en 1557, 1560, 1575 y 1596. Menos mal que su apodo fue El Prudente. A saber qué hubiese pasado si le hubiesen llamado El Manirroto o El Banquero Central.

Las palabras finales de Nixon fueron: “El efecto de esta acción será estabilizar el dólar”. Han pasado 53 años, un período de tiempo suficientemente largo como para considerar la “temporalidad” de la medida (acuérdense de eso cada vez que oigan a un banquero central mencionar que la inflación es “transitoria”). La “estabilización” del dólar ha implicado que se ha pasado de USD35 a USD2.335 por onza de oro (perdiendo un 98,5% de su valor).

En este mismo período de tiempo la deuda americana ha pasado, oh casualidad, de USD398 billones a USD34 trillones (multiplicándose por 85) y del 36% al 125% del PIB (x3,5). Esa deuda sigue aumentando a razón de USD1 trillón cada cien días. Estamos hablando de que se están quemando 200 toneladas de billetes de 50 USD al día. Esa fogata hace que las hogueras de San Juan o Las Fallas parezcan un mechero.

Como dijo el banquero JP Morgan “el oro es dinero, todo lo demás es deuda”. No se olviden ustedes que la palabra inglesa para billete, note, es la misma que se usa para decir “deuda a corto plazo”. Porque eso es exactamente lo que es un billete. No es un activo. Es un pasivo, deuda emitida por el gobierno. Me vienen a la cabeza las palabras de David Hume “o el estado acaba con la deuda o la deuda acaba con el estado”.

Nixon no le hizo caso a su antecesor en el cargo, Thomas Jefferson, quien 200 años antes ya había avisado del peligro: “Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestra libertad que los ejércitos… si se permite a los bancos controlar la emisión de moneda, a través de la inflación, privarán a los ciudadanos de su propiedad… el poder de emitir moneda debe ser tomado de los bancos y devuelto a los ciudadanos privados, que es a quien pertenece legítimamente”.

El colapso del USD frente al oro desde la orden de Nixon implica una pérdida de valor metálica (inflación) del 8,3% al año (ni el 2% ni nada que se le parezca) durante más de 5 décadas. ¡Una caída del 50% en el poder adquisitivo metálico comparable cada 8 años!. La progresión es geométrica y pone de manifiesto por qué el interés compuesto es, en palabras de Einstein, “la octava maravilla del mundo”. Un inversor lo suficientemente hábil como para invertir tan sólo €1 al 2,5% anual el día del nacimiento de Cristo acumularía una cantidad de dinero suficiente como para repartir, a día de hoy, €634 millones… a cada uno de los 8 billones de habitantes del planeta Tierra. Este es el orden de magnitud del que estamos hablando.

Lo anteriormente mencionado es mucho más importante para determinar el atractivo (o falta de él) de una inversión bancaria a largo plazo que el hecho de que los tipos de interés se mantengan a un cierto nivel o que se den más o menos hipotecas. El pasado no es una indicación de lo que va a pasar (de ser así los historiadores serían los mejores inversores del mundo) pero es importante tener una idea de hacia dónde parece más probable que vayamos.

Es una certeza, sin ningún género de duda, que cualquier papel moneda, eventualmente, converge a su valor intrínseco; cero. Y no hay que olvidarse que ese es el producto que los bancos venden. También es una fantasía pensar que los niveles de deuda e impresión de confeti monetario vayan a disminuir. Un ejemplo de lo que estoy hablando; en los 11 años anteriores a su quiebra las acciones del Banco Popular se doblaron en valor tres veces y subieron un 80% del tiempo. Una acción que acabó siendo un cero como un donut subió la mayor parte del tiempo durante su colapso. Pero como dice Warren Buffett; “si una acción no es buena para que la tengas durante diez años no la tengas ni diez minutos”.

Hay que tener en cuenta que la cotización media del S&P500 desde 1871 (153 años) ha sido de 17x beneficios (según la medida estándar de valoración, el ratio de Precio / Beneficio o CAPE de Schiller), En 1929 el índice alcanzó un nivel de locura valorativa sin precedentes de 32,6x beneficios, un nivel de valoración que no volvió a alcanzarse hasta 70 años más tarde. Hoy día cotiza a 34,4x beneficios. Quien sabe dónde (y cuándo) llegaremos. Igual se superan las 44,2x beneficios del año 2000 y comprar empresas apalancadas es una buena idea.

Lo que sí parece cierto es que las medidas tomadas recientemente, entre las que se encuentran los suicidas controles de precios, emisión ilimitada de deuda y dinero de Monopoly se asemejan al Bálsamo de Fierabrás (el imaginario caballero sarraceno que robó dos barriles con el bálsamo usado en Cristo que curaba cualquier mal de aquel que lo bebiese). Cervantes lo popularizó en El Quijote, aunque para elaborarlo (con aceite, vino, sal y romero) había que “rezar 80 Padrenuestros y otros tantos Avemarías”. Desafortunadamente el Ingenioso Hidalgo sufría de alucinaciones (quizá como algún banquero central) y el bálsamo curalotodo no sólo no funcionó (como era de esperar) sino que tuvo un fuerte efecto laxante en el pobre Sancho que prácticamente lo llevó a la muerte. Esperemos que las medidas de los bancos centrales no tengan el mismo efecto.

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