Por un feliz 75 cumpleaños, FMI
El organismo ha cometido errores, pero también ha jugado un papel económico clave
En la nueva era de internet pocas instituciones son resilentes. El Fondo Monetario Internacional FMI cumple 75 años y goza de buena salud. Es una institución odiada, pero cuando un país sufre intensas fugas de capitales y se queda sin acceso a la financiación en los mercados de capitales, es el prestador de último recurso para pagar los sueldos de los funcionarios y las pensiones y ayuda a suavizar los efectos devastadores de las crisis financieras. Les recomiendo el libro de reciente publicación de mi colega en la Universidad de Alcalá, Pablo Martín Aceña, titulado Historia del Fondo Monetario Internacional.
Tras el ataque de Japón a Pearl Harbour en 1941, el secretario del Tesoro de EEUU Henry Morgenthau encarga al director del departamento de estudios Harry Dexter White el diseño de un Fondo de Estabilización para cuando acabe la guerra. Por parte Británica, John Maynard Keynes también recibió el encargo del Tesoro del diseño de una Unión de Compensación de Pagos para evitar los errores que él denunció en el Tratado de Paz de Versalles en 1919.
Los objetivos originales se mantienen: i) fomentar la cooperación monetaria internacional, ii) facilitar el crecimiento económico y el comercio internacional, iii) velar por la estabilidad cambiaria y iv) coadyuvar a establecer un sistema multilateral de pagos. En 1945 se estableció un sistema de tipos de cambio fijos ajustables supervisado por el FMI. En 1973, tras la crisis del petróleo y el abultado déficit exterior de EE UU, el sistema saltó por los aires pasando a un no sistema de tipos de cambio flexibles global. El FMI tuvo problemas de identidad, pero supo adaptarse la nueva realidad.
El Fondo ha cometido graves errores, reconocidos por la propia institución. Seguramente el mayor fue dejarse llevar por la revolución neocon y el Consenso de Washington. Obligaron a países con escasa tradición de estabilidad macroeconómica a liberalizar sus movimientos de capital y provocaron burbujas financieras y posteriormente graves crisis financieras sistemáticas en países emergentes. En 2008, cuando la crisis financiera arrasó las economías de los países desarrollados, fue el mismo Fondo el que recomendó intervenir en la economía con políticas monetarias y fiscales expansivas y poner controles a los flujos de capitales, en contra de los principales postulados del Consenso de Washington.
Como me dijo recientemente un gran economista argentino que ha negociado en numerosas ocasiones con el FMI en Washington en los años ochenta y en los años noventa, “el Fondo ya no es lo que era” tras aprobarse las condiciones del reciente rescate argentino. En Ecuador, recientemente, el organismo ha concedido un préstamo al Gobierno y ha permitido aumentar el bono social para los pobres de 800 a 1.200 millones de dólares.
El FMI tiene 2.700 empleados procedentes de 150 países. Sus economistas Michael Mussa, Kenneth Rogoff, Olivier Blanchard, Maurice Obstfeld, etcétera, han escrito los manuales con los que hemos estudiado economía la mayor parte de la profesión. Blanchard fue determinante para aprobar los planes de estímulo en el G20 tras la quiebra de Lehman Brothers y el colapso del sistema monetario y financiero internacional. Defendió la retirada gradual de esos estímulos para no provocar una recaída en la recesión como sucedió en 1937. Criticó duramente el austericidio europeo y advirtió que la deuda griega era insostenible y necesitaba una quita. Los líderes europeos no le hicieron caso y el euro estuvo a punto de saltar por los aires.
He tenido el placer de conocer a tres directores gerentes del FMI: Jacques Larosière, Michel Camdessus y Rodrigo Rato. En un Foro Global Sur que organicé en Lanzarote le pregunté a Camdessus si era partidario de programas de reformas graduales o de un big bang. Me miró con candidez y me dijo “hijo de mi vida, un big bang no lo aprueba ningún Parlamento”. El Fondo, a pesar de ser prestador de última instancia, elabora estándares de contabilidad para estimar el PIB y los déficit públicos de la misma forma en todos los países miembros y facilitar el análisis comparado entre países. Esto también permite agregar y elaborar la contabilidad nacional de la economía mundial. También supervisa cada año las cuentas y la estabilidad macroeconómica de los países asociados.
Pedir un préstamo al FMI sigue provocando un estigma y un elevado coste político, algo que es susceptible de mejorar. Esto explica que los gobiernos de todos los países y de todas las ideologías se resistan a pedir ayuda a Washington hasta que han agotado las reservas de dólares y el incendio está descontrolado. Hugo Chávez culpó al Fondo de todos los males de los venezolanos y durante más de una década el organismo no ha auditado sus cuentas públicas y el Gobierno se ha negado a pedir un rescate financiero. Es evidente que el FMI no es el culpable de la crisis venezolana, la más devastadora de las que se conocen en tiempos de paz.
En España, el FMI asesoró al Gobierno franquista en 1959 a abandonar sus ideas autárquicas en el Plan de Estabilización. El programa económico que más progreso ha provocado en la economía española junto a nuestra adhesión a la Unión Europea en 1986 de toda nuestra historia desde Isabel la Católica y que ha permitido a los españoles pasar a formar parte del selectivo club de los países más desarrollados.
Versionando a San Agustín, cuando analizo el FMI me deprimo, pero cuando imagino un mundo sin él lo ensalzo. Por eso aprovecho para felicitarle y desearle que cumpla muchos más.
José Carlos Díez es profesor de Economía de la Universidad de Alcalá