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Los vigilantes del cambio climático se instalan en España

La investigación del cambio climático hasta ahora se había concentrado en confirmar que efectivamente la temperatura del planeta está aumentando. En eso los científicos están de acuerdo, aunque sus conclusiones hayan calado poco en la política, a juzgar por los tibios avances en las cumbres internacionales del clima, atascadas en un embrollo de funcionarios y jerga técnica con escasos avances reales para reducir la huella en la economía del temido CO2.

Pero fuera de los despachos de Gobiernos que prestan poca atención, al menos oficialmente, a la transformación de los sectores de actividad más sucios o a la creación de nuevos negocios más atentos a la huella que dejan en el entorno, los científicos han dado un paso más para explicar no solo que la temperatura aumenta sino cómo se está produciendo ese cambio, ofreciendo una foto cada vez más precisa que dará nuevas pistas a sectores como el turismo, la agricultura, las renovables o el de las compañías aseguradoras para adaptarse a una realidad climática cada vez más extrema y cambiante. “Nuestra actividad humana ha descolocado los ciclos naturales, y ahora el cambio climático está forzando esos ciclos. Nuestro objetivo es encontrar los puntos en los que se han desacoplado”, dicen en el Instituto Catalán de las Ciencias del Clima.

Para Josep Anton Morguí, director del Laboratorio de la Atmósfera y los Océanos del Instituto Catalán de Ciencias del Clima (IC3), el proyecto es pionero porque da un paso más a la mera medición de gases de efecto invernadero. “No se trata solo de medir estos gases sino de buscar fenómenos, que a veces se producen en tiempos muy cortos, para reconocer los nuevos patrones climáticos que se están generando a escala global”, explica este científico. El equipo de Morguí está levantando una red de ocho estaciones climáticas repartidas en lugares clave en España por su extrema sensibilidad al cambio climático.

Los lugares escogidosdarán la fotodel cambioque sufriránlos ecosistemas

El delta del Ebro, la isla de El Hierro, el Parque Natural de Valderejo, las sierras de Gredos, Cazorla y Grazalema, el Parque Natural Baixa Lima-Serra do Xurés y del Estrecho, en Cádiz, tienen algo en común: todos son espacios de aire puro y actúan de frontera entre diversas influencias climáticas, por ello son especialmente sensibles a los cambios atmosféricos y pueden dar una pista certera de qué está sucediendo en otras latitudes del planeta. De aquí al verano estos espacios estarán monitorizados por el equipo de Morguí para obtener la foto más actualizada de cómo este fenómeno global afecta a ecosistemas locales.

Por el momento ya están funcionando cuatro. La última se inauguró en la Sierra de Gredos el pasado mes de marzo. Esta cadena montañosa, muy expuesta a fenómenos meteorológicos cruzados procedentes del Atlántico, sufre múltiples variaciones en función de las precipitaciones sobre sus diversas caras, norte y sur. “La suma de estos factores produce variabilidad en los recursos hídricos, lo cual tiene consecuencias importantes en la producción agrícola y forestal, y en los eólicos e hidráulicos disponibles para la producción de energías renovables”, cuentan en la Fundación La Caixa, que ha financiado los 6 millones de euros que ha costado el proyecto de investigación.

Estos científicos observan las variaciones de gases como dióxido de carbono, metano u óxido nitroso que producen los propios ecosistemas. Como la actividad humana ya ha alterado su equilibrio, se trata de observar cómo ese desacoplamiento actúa en los hábitats, cambiando sus patrones. “Si identificamos esos cambios podremos adaptarnos a su funcionamiento”.

Un arrozal en Valencia depende del nacimiento, aguas arriba, de un río en una cuenca hidrográfica a decenas de kilómetros del campo de cultivo. Si el origen de la cadena se altera, la agricultura sufre, de la misma forma que los propietarios de las estaciones de esquí en Cataluña y Aragón están buscando la forma de adaptarse a la ausencia de nieve por debajo de los 1.800 metros de altitud. “No es fácil adaptarnos cuando las cosas cambian tan rápidamente. Se necesitan datos, así que todo conocimiento de las variaciones nos ayudará a hacerlos frente”, matiza Morguí.

Los resultados de esta investigación podrían servir, por ejemplo, para establecer predicciones climáticas a largo plazo, cuando los cambios de temperatura se hagan más caprichosos y evidentes. “Ya se empieza a hablar de servicios climáticos para inversores que quieren levantar un parque eólico y necesitan saber cómo se espera que cambien las condiciones del viento para saber si podrán amortizarlos. Las nuevas convocatorias ya prevén información de este tipo”, cuentan en el IC3.

Además de hacer públicos los datos que obtenga en su investigación, que se compartirán con otros científicos, el proyecto ClimaDat está favoreciendo la creación de nuevas tecnologías de empresas spin-off especializadas.

El IC3 se ha asociado con el Instituto Nacional de Técnicas Energéticas y varias compañías para desarrollar prototipos que se adapten al terreno, fuera del laboratorio. “Hemos tenido una relación muy estrecha con empresas fabricantes para testar sus instrumentos en condiciones extremas y obtener muestras a escala que nos sirvan”. Los sensores de la compañía Modpow se han utilizado para obtener 80 medidas por segundo en zonas de siete kilómetros de longitud.

Ahora, el proyecto está testando los sistemas de medidas de alta frecuencia de la empresa estadounidense Picarro, para adaptarlas a sitios extremos, y está en negociaciones con otras compañías para volar pequeñas avionetas y drones que carguen instrumentos en vuelo y analicen datos en tiempo real.

También el IC3 acuñará tecnología propia, que aún no existe en el mercado, mediante su publicación en revistas científicas cuando obtenga resultados de las ocho estaciones dispersas por el mapa español. Los responsables del proyecto esperan obtener los primeros resultados de las mediciones a lo largo del año próximo.

Enfriar un yogur costará más (dinero)

ongamos que la Tierra ahora se mantiene a una temperatura de 16 grados centígrados. De calentarse hasta los 20 grados, necesitaremos un 25% más de energía para mantener un yogur en la nevera fresco a cuatro grados. Este es uno de los ejemplos a los que recurre Josep Anton Morguí para explicar de forma concreta qué es el cambio climático y cuáles serán sus efectos en el día a día de particulares y empresas.De la misma forma, los ecosistemas tienen que hacer cada vez más esfuerzos para mantener sus procesos a medida que la temperatura aumenta. La clave para adaptarse a un futuro cambiante será disponer de datos suficientes y relevantes para reacoplarse a esas alteraciones, que cada vez son más rápidas y se producen de forma simultánea en todo el planeta.

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