La política de riesgo de la guerra comercial revela la vulnerabilidad de EE UU
Tomar como rehenes a sus industrias favoritas, la automoción y la alimentación, es un peligro
Otro fin de semana, otra guerra comercial potencialmente abortada. Después de amenazar con aranceles inmediatos del 25% sobre los productos colombianos, para cambiar de rumbo después, el presidente de EE UU, Donald Trump, podría estar dando marcha atrás en la aplicación de gravámenes similares a sus vecinos norteamericanos. Las hostilidades comerciales ojo por ojo que se disparan deprisa pueden causar estragos en los sectores expuestos. En ningún lugar es esto más cierto que en el caso de los fabricantes de automóviles y los productores de alimentos, a los que la Casa Blanca hace todo lo posible por proteger. Tomar como rehenes a sus propias industrias favoritas ofrece una mala ventaja en la negociación.
Canadá y México son los dos mayores socios comerciales de EE UU. Muchos efectos de la reducción del comercio con ellos surgirían despacio, a través de aumentos constantes de precios o pérdidas de eficiencia. Pero la agroindustria y la automoción afrontan un daño inmediato. En torno a la mitad de las importaciones de productos frescos de EE UU proceden de México. Los cultivos de aquel tampoco se librarán: Canadá es uno de los principales proveedores de fertilizantes y, en concreto, el mayor exportador mundial de potasa, el 46% de la cual va a su vecino del sur. El senador Chuck Grassley, un republicano veterano del agrícola Iowa, pidió públicamente a Trump que eximiera a la sustancia de los gravámenes.
El nodo de producción de automóviles a lo largo de la frontera norte es otro punto de estrangulamiento. Las acciones de General Motors y Ford caían un 6% y un 4%, respectivamente, el lunes antes de que el anuncio de una marcha atrás con México despertara esperanzas de un acercamiento similar con Canadá. Las piezas y los ensamblajes cruzan repetidamente entre los países, lo que agrava los problemas. Incluso el miedo a no estar preparados asusta a los inversores: las acciones de GM se desplomaron un 10%, a pesar de que reportaron buenos resultados, después de que los ejecutivos ofrecieran escasas respuestas sobre las contingencias de la guerra comercial.
Son vacas sagradas políticas. Desde el rescate de las marcas de Detroit en 2009 por parte de Barack Obama hasta el de los agricultores de soja por parte de Trump, atrapado en sus disputas con China durante su primer mandato, la Casa Blanca no está dispuesta a dejar atrás estas industrias. Pero el problema con esta ronda de políticas arriesgadas es que, más allá de los gestos sobre las drogas y la inmigración, hay muy pocos objetivos claros. Aliviar el daño con más limosnas es una solución imposible para un problema innecesario.
En cambio, estas industrias políticamente favorecidas pueden simplemente usar su influencia para tratar de que Trump retroceda, como implica la intervención de Grassley. De lo contrario, los socios comerciales de EE UU podrían descubrir el farol de Trump, sabiendo que, incluso si el perjuicio económico bruto amenaza con ser mayor para ellos, se infligirá un daño descomunal. Ya sea con ladridos o con mordiscos, las tácticas de Trump tienen una debilidad capital.
Una rampa de salida
Las batallas de desgaste son asuntos complicados para todas las partes, y tienden a ocurrir solo cuando otras opciones han fallado. Trump parece querer convertirlas en su política económica preferida. Es difícil ver cómo sale ganando él.
Claro, ha citado la inmigración ilegal y el comercio ilícito de fentanilo como motivos. Pero ninguno de los dos asuntos tiene una solución fácil y unilateral, y son relativamente pequeños en la frontera canadiense. Su uso de poderes de emergencia que imponen los costes de inmediato, en vez de usar herramientas de política comercial, sugiere que está más interesado en infligir daño que en llegar a una solución.
Está apostando a que la mayor economía puede capear las consecuencias mejor que sus vecinos. Sobre el papel, es cierto. Los aranceles de Trump por sí solos podrían reducir el PIB de EE UU en 200.000 millones de dólares al año, según el Instituto Peterson de Economía Internacional. Eso supone un impacto inferior al 1%. Pero el think tank estima que los daños a Canadá ascienden a 100.000 millones, casi el 5% de su PIB. Pero imponer aranceles a más del 40% de las importaciones de EE UU también afectará a sus ciudadanos.
Puede haber habrá efectos colaterales no deseados. Se está animando a los canadienses a dejar de comprar productos de EE UU por completo. Y la asfixia de la economía mexicana puede hacer que más personas intenten cruzar ilegalmente la frontera. Trump advierte a sus ciudadanos de que habrá dificultades, pero su tolerancia a una gran corrección bursátil no está clara.
Tales inconvenientes abogan por una rápida resolución de la guerra de trincheras. Es posible que Trump intente convertir en una victoria cualquier pequeña concesión. Incluso entonces, el pobre trato de Washington a sus aliados tendrá efectos duraderos que pueden remodelar los mercados y el comercio de formas más profundas.
China
Trump planteó el martes la opción de suspender los aranceles a China. Ese día entró en vigor una subida de 10 puntos porcentuales de los gravámenes existentes sobre las exportaciones del país asiático, pero el republicano advierte de que se trata de una “salva inicial”. Pekín contraatacó anunciando una investigación antimonopolio sobre Google, así como gravámenes de hasta el 15% sobre el carbón, el gas natural licuado, los equipos agrícolas y el petróleo procedentes de EE UU, entre otras medidas. La represalia parece blanda, lo que demuestra un buen sentido estratégico. Si las negociaciones no logran un aplazamiento, el golpe a la tambaleante economía china debería de ser manejable. En UBS estiman que el arancel de EE UU del 10% podría reducir el crecimiento del PIB chino en medio punto porcentual.
La primera táctica de Pekín podría centrarse en “restablecer un acuerdo comercial” firmado en 2020, que puso fin a las subidas de aranceles recíprocas, comprometía a China a comprar 200.000 millones de dólares adicionales en bienes y servicios de EE UU, algo que no hizo. Es poco probable que una Casa Blanca de línea dura conceda a los negociadores chinos un crédito adicional por cumplir tardíamente un antiguo acuerdo.
El equipo de Trump puede buscar concesiones más sustanciales, que podrían ir más allá del comercio para, por ejemplo, ayudar a poner fin a la guerra de Ucrania. Y con eso Pekín eliminaría un obstáculo a las inversiones de las empresas chinas en Europa.
Pero, si China se resiste, debería estar preparada para una escalada de amenazas: Trump ha advertido de gravámenes de hasta el 100%. El principal canal de respuesta volverá a ser el tipo de cambio del renminbi: en Capital Economics calculan que una depreciación del 1,4% en términos ponderados por el comercio bastaría para compensar un alza de los aranceles del 10%. Pero una gran caída de la moneda limitará la capacidad del banco central para una mayor flexibilización, lo que ejercerá más presión sobre el Gobierno para que eleve rápido el estímulo fiscal.
Esto requerirá una agilidad inusual por parte de los planificadores chinos. Los analistas esperan más claridad sobre las medidas cuando se convoque una cumbre política en Pekín en marzo, aunque la investigación de EE UU sobre prácticas comerciales desleales debe concluir en abril. La guerra de aranceles puede forzar la mano de Xi, pero el juego de la espera no hará más que perjudicar a China.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías