Razones para agotar la legislatura
El desempeño económico y sus perspectivas merecen la máxima atención desde el parlamento, como la están mereciendo desde medios internacionales
El reconocimiento internacional de la buena marcha de nuestra economía, que la sitúa entre la que mejor desempeño ha tenido en 2024 (The Economist), siendo la economía avanzada que más crece (FMI), avala el triunfalismo del Gobierno, a la vez que arrincona en la irrelevancia el catastrofismo de la oposición. Un titular español de prensa recogía estas Navidades que España estaba a la cabeza de Europa en crecimiento y a la cola en productividad. Y es cierto. La cuestión es que mientras lo primero es raro que suceda, lo segundo viene siendo así desde hace 20 años.
Parece que un clima político polarizado al máximo, enturbiado por presuntas corrupciones y crispado con insultos constantes, no debilita la confianza de las familias a la hora de consumir, no aleja la inversión extranjera ni a los turistas, como tampoco impide a las empresas presentar récords de beneficios compatibles con tener “el Gobierno más progresista de la historia”. Entonces, ambas visiones partidistas excluyentes se retroalimentan, creando un gran agujero negro en el debate público sobre las muchas carencias y mejoras que todavía siguen pendientes en nuestra economía. Unos por exceso y otros por defecto, el necesario debate económico queda arrumbado, más allá de algunas cuestiones menores y muchas de las reformas necesarias siguen pendientes porque su solución requiere grandes pactos sociales y acuerdos políticos transversales que, como señaló el Rey, ayuden a recuperar un espacio común y compartido.
Y, sin embargo, nuestro desempeño económico y sus perspectivas merecen la máxima atención desde el parlamento, como la están mereciendo desde medios internacionales. Porque se están produciendo cambios estructurales importantes en nuestro modelo económico y, a la vez, seguimos arrastrando frenos estructurales que limitan ir, incluso, más allá. Empecemos por el mercado laboral: sí, seguimos manteniendo la mayor tasa de paro de Europa (aunque ha caído 12 puntos porcentuales en los últimos años), pero también hemos creado, casi cinco millones de puestos de trabajo en la última década, más empleo que en la zona euro, destacando: dos millones más de mujeres, millón y medio de inmigrantes y, sobre todo, un fuerte despegue del sector servicios que en diez años ha incrementado sus ocupados en más de tres millones, con aumentos muy menores en industria y construcción. Esta tendencia se está incrementando a lo largo de 2024, donde la contribución de los inmigrantes al crecimiento y al empleo ha sido, incluso, mayor.
El aporte del sector público al despegue del PIB desde la pandemia ha sido determinante: un 60% del impulso ha procedido del sector público (consumo e inversión) como sería esperable con dos crisis como la pandemia y la inflación inducida por la subida del precio del gas tras la guerra de Ucrania. Ahora, con los datos conocidos de 2024, el consumo privado está tomando el relevo como impulsor del crecimiento gracias al aumento del empleo y a la paulatina recuperación del poder adquisitivo de las familias y así será a lo largo de 2025. Otra cosa es la inversión privada, que sigue rezagada, aunque dos elementos auguran un mayor crecimiento de la misma este año: la caída en los tipos de interés y la presumible recuperación de la actividad en construcción de vivienda.
El avance experimentado en la internacionalización de la economía española ha sido espectacular en la última década: el nivel de apertura ha subido 16 puntos porcentuales, con superávit externo y reducción de la deuda exterior. Nuestra competitividad exterior se ha mantenido y las exportaciones han contribuido al crecimiento de forma sostenida. Además, los ingresos por servicios no turísticos superan, ya a los procedentes del turismo, en un síntoma más del cambio de nuestro tejido económico.
Entre los asuntos de fondo pendientes para 2025, destacaré cuatro: abandonar las políticas defensivas frente a las crisis (el mal llamado escudo social) e impulsar políticas activas de redistribución del crecimiento; implementar una estrategia de mejora de la productividad, desarrollar un plan integral de agilización en todas las administraciones públicas y acordar una posición de país respecto al desarrollo de las propuestas de Draghi y Letta en la UE, en un mundo liderado por Trump.
La predistribución está dando unos beneficios que crecen más que los salarios y la redistribución hace aguas por las crecientes deficiencias en sanidad (listas de espera…), educación y, sobre todo, lucha contra la pobreza infantil y acceso a la vivienda. Por su parte, mejorar la productividad exige atacar tres vectores: la I+D+i (duplicar la inversión en la legislatura), la formación y el crecimiento del tamaño de las empresas. Utilizar la tecnología para dinamitar los viejos métodos y procedimientos administrativos que son hoy un freno al desarrollo es esencial para conseguir unas administraciones del siglo XXI que actúen, con eficacia, simplicidad y rapidez, como estado emprendedor (revisar también esa contratación pública que premia las bajas, a veces, temeraria en precios). Por último, posicionarse ante un año decisivo donde la UE tendrá que definir cómo reformarse para actuar en el nuevo marco internacional, con Trump a un lado y China/Putin al otro.
Las cuatro son tareas, aunque no las únicas, que justifican una legislatura. Y que requieren acuerdos entre los diferentes niveles del Estado compuesto que tenemos. Acuerdos que, a su vez, exigen abandonar el enquistamiento partidista actual. La política no puede reducirse a un circo mediático judicial. El foco parlamentario debe volver a la solución de problemas reales de los ciudadanos, dejando trabajar a los tribunales con discreción y avanzando en líneas de pactos entre Gobierno y oposición. Eso sería recuperar el valor de la democracia como el mejor sistema para convivir y resolver problemas en sociedades plurales y complejas, dando un portazo al populismo de la única posible: quitando a los ciudadanos las razones de desencanto que les llevan, hoy, a votarles.
Ya, ya sé que suena a deseo de año nuevo. Pero es absolutamente imprescindible hacerlo si no queremos acabar como colonia china y marionetas de un Putin interesado en debilitar a las democracias europeas.
Jordi Sevilla es economista.