Los políticos obstaculizarán el plan de relajación de los bancos centrales
Los dirigentes de las mayores economías han adoptado un estado casi permanente de expansión fiscal
En 2025, la economía mundial estará en una situación mucho mejor que en cualquier otro momento desde el estallido del covid. El crecimiento será sólido y la inflación por fin remitirá. Son condiciones ideales para que los bancos centrales bajen los tipos de interés. Pero el círculo virtuoso de una política monetaria más fácil que alimente una expansión más rápida se topará con un gran obstáculo: la incapacidad, o falta de voluntad, de los Gobiernos para reducir sus enormes deudas.
Salvo que se produzca una gran perturbación externa –y no faltan candidatos para ello–, 2025 podría ser un año plácido para la economía mundial. Según el Fondo Monetario Internacional, el PIB mundial crecerá un 3,2%, al mismo ritmo que en 2024 y por encima del 2,9% registrado en 2019. Las economías avanzadas van camino de crecer un 1,8% en 2025, no muy lejos de la velocidad de crucero del 1,9% que habían alcanzado en los nueve años anteriores a la pandemia.
Es cierto que el crecimiento seguirá estando por debajo de su media a largo plazo, en gran medida porque los días de China como locomotora económica han quedado atrás. Y los resultados de las economías desarrolladas serán muy dispares, con otro buen comportamiento de Estados Unidos que compensará la debilidad de Europa y Japón. Con todo, estas perspectivas relativamente favorables deberían ir acompañadas de un crecimiento moderado de los precios. Según el FMI, en 2025 la inflación se situará en torno al 2%, objetivo de los principales bancos centrales de todas las economías avanzadas.
Este entorno económico suele ser feliz para los banqueros centrales. Después de hacer el papel de Grinch durante un par de años, exprimiendo los niveles de vida con fuertes subidas de los tipos de interés, figuras como el presidente de la Reserva Federal de EE UU, Jerome Powell, y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, deberían estar en condiciones de repartir regalos a los ciudadanos y las empresas reduciendo los costes de los préstamos. De hecho, la Fed, el BCE y el Banco de Inglaterra han empezado a recortar los tipos y los mercados esperan que sigan haciéndolo en los próximos 12 meses.
En tiempos normales, un crecimiento constante, una inflación baja y unos tipos a la baja tendrían otro resultado positivo: animar a los Gobiernos a recortar la deuda pública. Pero los políticos, especialmente en los países desarrollados, desaprovecharán la oportunidad de apretarse el cinturón.
Eso no se debe a que la casa fiscal del mundo esté en orden. De hecho, parece una casa familiar después de que los hijos adolescentes montaran una fiesta mientras sus padres estaban fuera el fin de semana. El FMI calcula que la deuda pública mundial va camino de alcanzar el 100% del PIB –10 puntos por encima del nivel de 2019– a finales de la década. Los países que representan el 75% del PIB mundial, incluidos EE UU, Japón, Francia, Italia, China y Brasil, van a registrar grandes déficits presupuestarios de más del 3% del PIB al menos hasta 2026. Y sus planes para reducir sus déficits presupuestarios de aquí a 2029 son cuatro veces inferiores a lo que recomienda el FMI.
En otras palabras, los dirigentes políticos de las mayores economías han adoptado un estado casi permanente de expansión fiscal. Y no van a dar marcha atrás a corto plazo, ya que la austeridad es un seguro perdedor de votos. Alberto Alesina y otros economistas han constatado que un paquete de subidas de impuestos por valor del 1% del PIB reduce el porcentaje de votos del partido gobernante en un 7% de media en las siguientes elecciones.
Los cinturones ya empiezan a aflojarse. En EE UU, las políticas prometidas por el presidente electo Donald Trump añadirían hasta 15 billones de dólares a un déficit presupuestario ya enorme para 2035, según el Comité para un Presupuesto Federal Responsable. En Gran Bretaña, el Gobierno laborista presentó planes para aumentar el gasto público en casi 70.000 millones de libras al año hasta 2029, y dijo que financiaría la mitad de esa cantidad con más préstamos. Es posible que Alemania siga el ejemplo y que las elecciones de febrero den paso a un Ejecutivo con más libertad de gasto. En Europa, siete países, entre ellos Francia e Italia, incumplen las normas presupuestarias.
La inclinación de los políticos por la expansión fiscal, y sus efectos inflacionistas, deja a los banqueros centrales con dos opciones desagradables. La primera es simplemente cerrar un ojo a los déficits y la deuda, seguir bajando los tipos y vivir con una inflación superior a su objetivo del 2%. Ese es un camino que pocos responsables de la fijación de tipos seguirán porque temen que tolerar unos precios elevados llevaría a una inflación persistentemente alta, con consecuencias nefastas tanto para su credibilidad como para su nivel de vida. Powell, Lagarde y sus homólogos ya fueron criticados por dejar que los precios se descontrolaran.
Otra opción es dejar de recortar los tipos mucho antes de lo que esperan los mercados y subirlos al primer atisbo de aumento de la inflación. El Reino Unido ya está mostrando el camino: los inversores reaccionaron a los planes de gasto del Gobierno apostando a que el Banco de Inglaterra abandonaría una de sus esperadas bajadas de tipos. Sin embargo, a medida que la expansión fiscal mundial cobre impulso en 2025, los inversores tendrán que rebajar aún más sus esperanzas de políticas más laxas. Eso mantendrá la volatilidad, y los rendimientos de la deuda pública seguirán elevados, lo que subirá los costes de financiación. Mientras los políticos insistan en caminar hacia el abismo fiscal, los compradores de viviendas, los inversores en bonos y las empresas pagarán un alto precio.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Pierre Lomba Leblanc, es responsabilidad de CincoDías.