La Administración Trump abre una nueva etapa en la guerra de los chips
El estilo, menos dialogante, del republicano puede poner en riesgo la acción conjunta con sus aliados
Tras una intensa campaña electoral, EE UU ha votado. Se han abierto las urnas y el resultado ha sido el comienzo de una segunda Administración Trump, acompañada de un poder absoluto en el legislativo para los republicanos, que han recuperado la mayoría en el Senado y la retienen en el Congreso. Se inicia la hora de una profunda revisión de las políticas públicas vigentes bajo la presidencia de Joe Biden y la definición de las nuevas líneas maestras de actuación estadounidenses, tanto en aquellos ámbitos responsabilidad del Ejecutivo como en los que tienen mayor peso las opiniones de las Cámaras de representación popular. Consecuentemente, se definirá en Washington una nueva estrategia de semiconductores, una materia cada vez más imbricada con la seguridad nacional del país y palanca de su desarrollo económico, que tendrá un inevitable impacto global.
Desde la finalización de la primera oleada de la covid, el ecosistema de semiconductores está en el centro de la política mundial. La pandemia mostró las debilidades de la cadena de suministro de chips en forma de escasez de estos componentes para todo tipo de industrias. La Casa Blanca fue pionera en promover medidas para atajar los cuellos de botella detectados y eliminar dependencias críticas de terceros no confiables en el ecosistema de la microelectrónica. Hay un trabajo realizado, pero son tres puntos clave sobre los que el nuevo inquilino del despacho oval y los miembros del poder legislativo habrán de definir posiciones en un corto plazo.
En primer lugar, establecer cuál será el marco de las relaciones con el ecosistema de semiconductores de China. No es de esperar una marcha atrás en las restricciones comerciales impuestas sucesivamente en los últimos cuatro años, que gozan de apoyo bipartisano y arrancan de la primera presidencia de Donald Trump. Las medidas adoptadas se han mostrado efectivas para alcanzar el objetivo de frenar el avance del desarrollo de la inteligencia artificial (IA) en el gigante asiático. China no dispone hoy de los chips más avanzados para el aprendizaje de las máquinas ni los medios para producirlos masivamente, si bien ello se debe en parte a que la Casa Blanca ha sabido articular una coalición con sus aliados. De repetirse las estrategias de su anterior mandato, el estilo menos dialogante de Trump con sus aliados puede poner en riesgo la acción conjunta y dificultar el apoyo a nuevas acciones sobre China.
No obstante, parece garantizado que el Ejecutivo de Estados Unidos ampliará el catálogo de restricciones comerciales en semiconductores con nuevas medidas, impulsadas por demandas de los comités del Congreso y el Senado. Preocupa en la clase política la infiltración de China en el desarrollo de chips basados en la arquitectura abierta RISC V –ampliamente usada en el internet de las cosas– y el uso de las tecnologías fotónicas como pilar para desarrollar semiconductores para IA –escapando de las restricciones actuales. No es descartable tampoco la introducción de aranceles sobre productos que incorporan chips fabricados en China. Esa medida podría ser muy lesiva para aliados como Taiwán, Corea del Sur o Malasia, que los incorporan en los productos de consumo que exportan a EE UU.
En segundo lugar, el nuevo Ejecutivo habrá de completar el desarrollo y ejecución de la Ley de Chips, aprobada en agosto de 2022. El Departamento de Comercio ha alcanzado acuerdos preliminares de subvención con diversas empresas hasta prácticamente agotar el presupuesto, pero tan solo ha sido confirmada la financiación con una de ellas. Los grandes proyectos de nuevas fábricas, liderados por TSMC, Intel y Samsung, aún están pendientes de la validación final. La elección de Trump introduce dudas sobre la confirmación inmediata de estas ayudas, en particular la otorgada a TSMC, con la que ha sido crítico el presidente electo. El estado financiero de Intel y Samsung también genera incógnitas sobre el éxito del programa.
Por todo ello, la reforma de la Ley de Chips parece cierta. Congresistas republicanos se manifestaron en ese sentido en campaña electoral. Los aspectos más progresistas de los requisitos para obtener las ayudas (apoyo al empleo femenino, condicionantes medioambientales, restricciones sobre beneficios empresariales) entrarán probablemente en el foco de la revisión de la norma. En su ámbito de aplicación, es posible que se dé cabida a segmentos del ecosistema hasta ahora no beneficiados (diseño, máquinas de fabricación). En definitiva, una reforma para mantener el apoyo de la industria del país a la política de restricciones comerciales sobre China, pero con el riesgo de la apertura de una carrera global de subvenciones que enturbie también la relación con los aliados.
En tercer lugar, aunque la clase política estadounidense no es muy proclive a intervenir en el mundo empresarial, la situación de Intel demandará la atención de la Casa Blanca. La empresa californiana es clave en el ecosistema estadounidense y en el éxito de la Ley de Chips, y se ha convertido en una entidad demasiado grande para dejarla caer sin más. Solo hay dos caminos posibles. Washington puede optar por otorgar un paquete de ayudas a Intel similar al concedido a General Motors o Chrysler en 2008, que coadyuve a resolver la situación financiera de la compañía. La alternativa es promover la adquisición de Intel, bien completa o partida, por una o varias empresas del sector. Rumores de distinta credibilidad hablan de que AMD, Qualcomm, Arm, Samsung y Apple pueden entrar en una ecuación para resolver este asunto. Es difícil prever el camino que tome Trump, más bajo la influencia de una parte eventualmente interesada como Elon Musk.
Los caminos que tome la Administración Trump en estos tres asuntos auguran un refuerzo extremo del proteccionismo en la política de chips estadounidense, con una coalición internacional posiblemente debilitada como consecuencia de él. Habrá también menos consenso de los aliados en la relación con el ecosistema de China, que puede facilitar al gigante asiático el avance hacia su objetivo de autosuficiencia, y quizás recupere terreno en el desarrollo de chips de IA. La guerra de los chips entra en una nueva fase.
Emilio García García es exdirector de gabinete de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales y miembro del consejo asesor de Aesemi