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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa, pactar desde la debilidad

La UE no tiene hoy capacidad para romper con China sin poner demasiadas cosas importantes en riesgo y China necesita a la UE para seguir creciendo

El presidente de China, Xi Jinping (centro), con el presidente francés Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en abril de 2023.
El presidente de China, Xi Jinping (centro), con el presidente francés Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en abril de 2023.POOL (REUTERS)

La hora de Europa hace años que ha pasado, aunque haya europeos que siguen sin ver más allá de sus ombligos y ensoñaciones y votan por una Europa de naciones, más débil todavía. Como si ello fuera deseable, en plena lucha por la hegemonía mundial entre Estados y Unidos y China, con Rusia jugando a ser el tercero en discordia, un eje antioccidental en activo y, en medio, un desnortado sur global.

Si una Europa unida, con moneda propia y siendo el primer mercado mundial por capacidad de compra está perdiendo la batalla tecnológica y de competitividad con China, la militar con Rusia (en Ucrania y en África) y EE UU apunta, además, con dejarla sin la necesaria defensa (sobre todo, si gana Trump), cuando tiene la amenaza de Putin a las puertas. Apostar por debilitar la Unión con un regreso de las naciones, como propone la extrema derecha en alza, solo favorece los intereses de nuestros adversarios, de aquellos que quieren una Europa fuera del área de influencia estadounidense y satélite de los nuevos intereses antioccidentales que suprimen la libertad, los derechos humanos y la democracia. Ese es el marco de juego en el que nos encontramos.

El Parlamento Europeo describió a China en 2021 como “un socio de cooperación y negociación para la UE, pero también, un competidor económico y un rival sistémico” en áreas como los valores democráticos y los derechos humanos, de cuya vulneración sistemática acusa a China. Dos años después, el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, reconoció en un artículo que China tiene la ambición de “construir un nuevo orden mundial con China en el centro y convertirse en 2050 en primera potencia mundial” y esto obligaba a la Los Veintisiete a recalibrar su política hacia Pekín, asegurándonos de que no perjudique a nuestros intereses, no amenace nuestros valores, ni ponga en peligro el orden internacional basado en normas.

Eso se encierra en la nueva política europea de autonomía estratégica abierta que intenta reducir riesgos por excesiva dependencia y aumentar la resiliencia y autonomía en sectores y productos estratégicos. También por razones de seguridad del continente frente a un rival sistémico como China, que no descarta un conflicto armado por Taiwán y que ha declarado querer expulsar a EE UU de Asia y busca romper la tradicional alianza entre Europa y Washington.

La UE tiene hoy un elevado déficit comercial con China, que se ha duplicado entre 2014 y 2022. En este momento dicho déficit alcanza los 300.000 millones de euros. China es el primer país en importación de bienes de la UE y el tercer socio comercial como receptor de nuestras exportaciones. Más del 50% de los coches importados por la Unión ya proceden de China. Por eso, tras la desaparición del tejido tecnológico europeo a manos de empresas chinas y americanas, con la desaparición de innovaciones tecnológicas propias y la deslocalización de los servicios a India, la primera escaramuza del nuevo reequilibrio de fuerzas ha sido el incremento de los aranceles a la importación de coches eléctricos que ha entrado en vigor el 5 de julio.

Aunque se definan como “derechos compensatorios antisubvenciones”, supuestamente recibidas en China, esta amenaza con represalias sobre los coches europeos de gasolina que se venden allí y sobre otros productos como el cerdo. Así se consolida el mundo de la “desglobalización” en que vivimos, donde las medidas proteccionistas se han triplicado en los últimos tres años.

Tomando el automóvil como ejemplo, no todo es cuestión de subvenciones: China es ya el primer fabricante con el 60% de la capacidad de producción mundial y el mercado con mayor tasa de crecimiento. Solo en los eléctricos, en el mercado interno se han vendido 2 millones de vehículos en el primer trimestre de 2024. Ello le permite tener muchos fabricantes internos, con costes y precios a la baja, lo que le convierte en muy competitivo en otros mercados especialmente interesados por los coches eléctricos, como es Europa. Sobre todo, porque gozan de ventajas adicionales en piezas como las baterías y otros componentes esenciales.

Tenemos hasta noviembre para negociar y evitar una guerra comercial con China que ninguna de las dos partes quiere y de la que Alemania sería el máximo perdedor, pero no el único, ya que China busca represalias eligiendo productos que afecten a varios países. Por ello, aunque la UE haga gala de su autonomía estratégica para reducir la actual dependencia, no es fácil que lo consiga en un plazo suficiente para cumplir sus compromisos de lucha contra el cambio climático y seguridad energética, porque ello le obliga a importar de China paneles solares, coches eléctricos, baterías, chips… ya que el gigante asiático copa el 60% del mercado eólico mundial, el 80% del fotovoltaico y controla el 60% de los minerales extraídos de las tierras raras, y está a la cabeza en baterías y patentes relacionadas con las energías limpias.

La UE no tiene hoy capacidad para romper con China sin poner demasiadas cosas importantes en riesgo y China necesita a la UE para seguir creciendo vía exportaciones en los nuevos sectores ante los límites de su mercado interno. Siendo imposible un desacople total, ni a medio plazo, se impondrá un pacto para que China empiece a montar en Europa sus coches eléctricos (se ha anunciado ya una planta en Barcelona y otra de fabricación de componentes en Linares) y sus paneles solares, así como produciendo aquí sus baterías. Imitaremos, así, lo que han sido décadas de política China: acceso al mercado europeo en sectores estratégicos, a cambio de que invierta aquí creando fábricas, conjuntas o no, y empleo, aunque ello incremente nuestra dependencia indirecta de China. Cosas de la complejidad.

Las dos preguntas clave son: ¿aceptará Estados Unidos que la Unión Europea se convierta en socio industrial y tecnológico de China? ¿Cómo afectará a ese escenario de debilidad estratégica, un regreso de Europa al Estado-nación propuesto por la extrema derecha y apoyado por Putin?

Jordi Sevilla es economista.

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