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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La economía, entre sobresaltos fallidos y deuda creciente

Cuando me preguntan cómo veo a España, siempre respondo lo mismo: dopada. Aunque es verdad que no es la única, casi toda la economía global lo está

Juan Ignacio Crespo
Iranian worshippers chant slogans during an anti-Israeli gathering after Friday prayers in Tehran, Iran, April 19, 2024
Vahid Salemi (AP)

En el ataque reciente de Irán a Israel y la represalia casi simbólica de este último ha quedado claro que los mercados en general y el mercado de la energía en particular no están alarmados en exceso: apenas unas horas de desconcierto y fuga hacia activos refugio, a la vez que una subida del precio del gas y el petróleo, volviendo todo a su cauce poco después.

Las existencias comerciales de petróleo descenderán a lo largo del verano, partiendo ahora de una situación ligeramente peor de lo que suelen tener en estas fechas del año (están en 95 millones de barriles, algo por debajo de la media de los últimos 10 años (US Energy Information Administration).

Pero no por eso la tranquilidad estará asegurada, puesto que la actividad bélica por figurantes interpuestos va a continuar en Oriente Medio. De ahí que es probable que se cumpla el pronóstico hecho aquí y en la newsletter de mercados de que el precio del barril de Brent llegue hasta los 112 e, incluso, 120 dólares por barril. De hecho, el precio ya ha hecho la mitad del recorrido: ha subido desde los 72 dólares/barril del mes de noviembre a los 92 dólares más recientes. Y ¡ojo al precio del gas natural!: en el mercado europeo y en solo dos meses ha subido un 44%.

La inestabilidad en Oriente Próximo junto con la velocidad que está adquiriendo la economía global hará que los precios se tensionen, al menos transitoriamente.

Entretanto, nadie se muestra muy preocupado por un problema persistente de las diferentes economías del globo: el mantenimiento del gasto público elevado y los consiguientes déficits y aumento de la deuda pública para financiarlos. Las admoniciones de quienes los observan alarmados caen en saco roto, con los Gobiernos reforzados por el hecho de que las advertencias no atendidas no tienen consecuencias desagradables.

¡Qué más le dan al Gobierno español los avisos de Bruselas sobre el coste de las pensiones si la prima de riesgo de la deuda pública del Reino de España está en 77 puntos básicos y si el Banco Central Europeo estará dispuesto a acudir al rescate cuando la ocasión lo requiera!

No es difícil imaginarse, sin embargo, lo que podría suceder si los cálculos fallaran, a la vista de lo que les pasó a los griegos en 2010 y en 2015, y lo que estuvo a punto de pasarle a los españoles en el mismo 2010, y les pasó, algo más tarde, con la necesidad de rescatar Bankia en 2012.

La quiebra de los países suele olvidarse en cuanto la situación apurada pasa, y en España ya no se recuerdan los terrores de aquellas noches de 2010 en que parecía que el cielo iba a derrumbarse sobre nuestras cabezas y la gran mayoría de los observadores (no yo) daba por hecho que seríamos expulsados del euro.

Pero siempre termina por llegar el cobrador del frac, aunque nadie sepa en qué momento ni por qué azares caprichosos lo hará.

De ahí que, cuando me preguntan como veo la economía española, siempre respondo lo mismo: dopada. Es verdad que no es la única, pues casi toda la economía global también lo está, gracias a aquellos 16 billones (trillion) de dólares (entre expansión de los balances de los bancos centrales y los avales proporcionados por los gobiernos) que la mantuvieron a flote durante el primer año y medio de la pandemia e hicieron que la recesión súbita de abril de 2020 fuera la más breve de la historia. Pero, salvo que los avances de productividad prometidos por la inteligencia artificial se materialicen pronto, el factor que terminará cuadrándolo todo será el surgimiento de nuevo de la inflación.

La preocupación internacional, por ahora, se refiere al dopaje de la economía de EEUU, un organismo fuerte que resistirá mejor que ninguno, a pesar de que los intereses de su deuda se duplicarán muy pronto: pasarán de 800.000 millones en 2022 a 1,6 billones (trillion) en 2025.

En circunstancias cómodas como la actuales no estaría de más que revisáramos cómo el desenlace suele ser siempre muy parecido.

Para ello conviene leer el estupendo libro El banquero real: Bartolomé de Spínola y Felipe IV del profesor Carlos Álvarez Nogal, donde se relatan muy bien las tribulaciones que afectaron a la Hacienda Real en el siglo XVII, así como los aciertos y los errores del momento, tan parecidos a los de ahora.

Una frase me ha hecho recordar lo malamente que negoció Varoufakis con los acreedores la deuda griega: “la negociación crediticia siempre exigía paciencia y suavidad”.

Hay párrafos que resumen el manual del buen gestor: “cuando Felipe IV llegó al trono, en 1626, los intereses anuales de la deuda de la monarquía, acumulada después de varios reinados, consumían casi íntegramente todos sus ingresos ordinarios, precisamente los más estables” (en EEUU ya consumen el 36%).

Los ministros de Felipe IV, dice, “eran conscientes de que no bastaba con incrementar los ingresos, sino que había que administrarlos mejor” ¿Son los ministros de Felipe VI igual de conscientes en la actualidad? ¡Ay!...

Carlos Álvarez recuerda en su libro las quiebras del Estado español en el pasado y, a la vez que muestra lo dramático de esas quiebras, les quita paradójicamente dramatismo.

Un libro para leer ahora que no parece acuciarnos ninguna crisis ya desencadenada. Porque, el día que llegue, todo serán prisas y lamentaciones. Y preguntarnos por enésima vez por el modelo de crecimiento…

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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