Alemania corre el riesgo de desaprovechar una buena crisis
El Gobierno de Scholz no parece capaz de combatir la falta de inversión y las tensiones del mercado laboral
La locomotora de Europa se está convirtiendo en un lastre. Alemania, la mayor economía de la UE y su tradicional motor de crecimiento, se encamina hacia una contracción este año. Los principales institutos económicos del país prevén una caída de la producción del 0,6% en 2023, antes de un ligero repunte el año próximo, hasta el 1,3%. El desplome tiene causas inmediatas que también afectan al resto de la UE. Pero pone de manifiesto además décadas de falta de inversión nacional, tanto pública como privada. Berlín no puede permitirse no abordar el problema.
La venta de productos al extranjero, que durante tanto tiempo fue el motor del crecimiento, se ha vuelto un punto débil. Las exportaciones representan más de la mitad del PIB alemán, frente a solo un tercio en Francia y el 37% en Italia, según el Banco Mundial. Pero la inesperada ralentización de China, uno de sus principales socios comerciales, y la atonía del crecimiento europeo han reducido la demanda exterior de automóviles, lavadoras y otros productos germanos.
Los últimos datos sobre producción industrial muestran una caída interanual del 1,8% en julio, peor que la caída media del 1,1% en la UE, y que contrasta con los pequeños repuntes de Francia y España. La industria alemana se ha adaptado rápidamente a la subida de los precios de la energía –aunque el golpe ha sido duro en sectores intensivos en energía como el químico y el del aluminio– y, sin embargo, el choque podría acabar contrayendo la producción potencial del país en un 1,25%, según un reciente documento del FMI. Un golpe de tal magnitud anularía la mayor parte del crecimiento estimado para 2024.
Estos son solo los problemas a corto plazo. Los economistas alemanes han advertido de que si no se impulsa la inversión y no se ejecutan profundas reformas de la bizantina burocracia gubernamental, el crecimiento se verá lastrado durante años. Los puentes en ruinas y las autopistas en mal estado han pasado a formar parte de la tradición alemana. La mayor potencia económica de Europa ni siquiera dispone de conexiones a internet adecuadas. Debido a un software gubernamental obsoleto, los constructores de turbinas eólicas tienen que esperar meses antes de obtener las autorizaciones necesarias para transportar sus equipos por las carreteras.
La necesidad de reparar las heridas del pasado se suma a las enormes inversiones necesarias para ayudar a Alemania en la transición ecológica. Hubertus Bardt, del Instituto Económico Alemán, estima entre 450.000 y 500.000 millones –más del 1% del PIB anual– el gasto adicional necesario en la próxima década para compensar lo que denomina el déficit de inversión del país.
En los últimos 10 años, según el FMI, la inversión total en Alemania ha ascendido a una media del 22% del PIB. Es decir, dos puntos porcentuales menos que en la vecina Francia. De esta cifra, la inversión pública se ha situado sistemáticamente por debajo de la media de la UE en los últimos 20 años: se calcula que este año será del 2,7% del PIB, frente al 3,4% de la UE.
La obsesión del país por la disciplina fiscal –herencia de la hiperinflación de la República de Weimar en los años veinte– puede haber influido en la escasez de inversión, señala Carsten Brzeski, economista de ING. Debido a las restricciones políticas y constitucionales, la reticencia a gastar explica por qué el Gobierno no ha proporcionado los bienes públicos necesarios en infraestructuras, educación o economía digital. Las finanzas públicas se mantuvieron en números negros entre 2011 y 2019. Pero constreñido por la norma constitucional conocida como freno de la deuda, que limita los déficits presupuestarios estructurales al 0,35% del PIB, el Gobierno no se atrevió a invertir más.
Como la inversión pública suele actuar como catalizador del gasto privado en bienes de equipo, las empresas siguieron su ejemplo, y pueden haberse visto aún más limitadas por un tenso mercado laboral. Los directivos alemanes llevan tiempo quejándose de que no encuentran los trabajadores cualificados necesarios para fabricar los productos de gama alta que venden en los mercados mundiales. Por eso es posible que prefieran invertir en el extranjero para asegurarse de que al menos podrán contratar, señala Oliver Rakau, de Oxford Economics. La actual tasa de paro, del 2,9% –menos de la mitad de la media de la UE– en un periodo de debilidad económica, es un claro indicio de las deficiencias del mercado laboral, empezando por la baja participación femenina en la población activa.
Mientras, los pesos pesados de la industria intensiva en energía, cuya producción se redujo un 11% el año pasado, empiezan a buscar oportunidades de inversión en el extranjero ante el temor de que la subida de los precios de la energía han llegado para quedarse. Destetarse de la dependencia del gas ruso barato tiene un coste para los gigantes del aluminio, los productos químicos, el amoníaco y el acero. BASF, el grupo químico de 38.000 millones, va a invertir 10.000 millones en una planta en China, construyendo incluso un parque eólico para abastecerse de energía.
La cuestión crucial es si la infrainversión es un estado natural de las cosas, teniendo en cuenta la demografía de un país que envejece y en el que el 30% de la población tiene más de 60 años. Sin la llegada de casi 1,5 millones de refugiados procedentes de Ucrania en 2022, la población alemana habría bajado por segundo año consecutivo.
El Gobierno de coalición de centroizquierda de Olaf Scholz posturea sobre la necesidad de invertir más y reducir la agobiante burocracia, pero no parece capaz de cumplir sus promesas ni de centrarse en las prioridades correctas, como demuestra el impulso del ministro de Economía, Christian Lindner, para volver, ya el año que viene, al freno de la deuda que se suspendió durante la pandemia.
Unas normas de entrada más laxas para los inmigrantes cualificados y unas autorizaciones burocráticas más rápidas para permitirles trabajar contribuirían en gran medida a aliviar las tensiones del mercado laboral y a situar el país en una senda de crecimiento más saludable. La productividad laboral apenas ha crecido desde 2020, porque las empresas prefieren mantener a sus empleados en nómina en los periodos de inactividad, por temor a no poder volver a contratar si la actividad repunta, señala el economista Sebastian Dullien, director de investigación del Instituto de Política Macroeconómica.
Para hacer frente a las tensiones demográficas en el mercado laboral será necesario un impulso más decidido, que favorezca la inmigración de trabajadores cualificados de fuera de la UE. La agencia de rating Scope estima el potencial de crecimiento de Alemania en un 0,7% anual a medio plazo, en torno a la mitad de la media de la zona euro. Esta cifra podría subir hasta el 1% anual si se permitiera la entrada de unos 400.000 inmigrantes. Pero una decisión económica acertada entrañaría riesgos políticos: el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), con un 21% en las encuestas, es el segundo partido más votado, por detrás de los democristianos de la CDU. Ambos mejoraron sus resultados en las elecciones regionales de Baviera y Hesse del domingo.
Scholz tiene mucho trabajo por delante. Eximir a la inversión pública neta de la regla del freno de la deuda ayudaría a revertir años de gasto insuficiente. Y reducir la burocracia a nivel federal, regional y local ayudaría a eliminar frenos innecesarios al crecimiento.
La cuestión es si una coalición gubernamental de tres partidos con prioridades diferentes, y a veces divergentes, puede mirar más allá del corto plazo y tomar las decisiones difíciles necesarias tras décadas de relativa inacción. De lo contrario, la primera economía europea corre el riesgo de desaprovechar una buena crisis.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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