¿Una economía enferma o demasiado gorda? Alemania reinventa su futuro
Las crisis actuales y la fuerte competencia son el mayor aliciente para transformar el país y tratar de recuperar el dinamismo
No hay más que sonámbulos en el Gobierno de Berlín, critica la oposición. Alemania, de nuevo el paciente económico europeo, advierte la prensa internacional por su nulo crecimiento. Alemania no está enferma, está gorda, denuncian los investigadores por su falta de dinamismo. ¿Tan mal está? No, en este momento Alemania se reinventa, y las crisis actuales y la fuerte competencia global son el mayor aliciente. “Que no cunda el pánico”, tranquiliza el investigador económico Marcel Fratzscher, jefe del instituto DIW berlinés. Veronika Grimm, miembro del consejo de sabios que asesora al Gobierno alemán, lo explica así: “Hay un cierto riesgo de que no salgamos de esta crisis con el mismo dinamismo que deseáramos.” Eso es todo, aunque no es poco. En ese sentido va el “pacto Alemania” al que ha apelado en septiembre el canciller Olaf Scholz para reformar y modernizar el país. Solo un dato: su cuota de mercado en el negocio global de la exportación ascendió al 6,65% en 2022 (tras China (14,4%) y EE UU (8,29%)). En 2022 exportó por 1,57 billones de euros (14,3% más que en el ejercicio anterior). De hecho, es una máquina de producir, exportar y ofrecer trabajo cualificado y bien remunerado (otra cosa es la carga impositiva sobre la renta).
En 2022 alcanzó un récord en ventas al mundo. Y en la primera mitad de 2023 exportó un 3,3% más que en el primer semestre de 2022. Es el gran proveedor global de maquinaria, infraestructuras, tecnologías y coches de lujo. Su deuda está por debajo del 60%. Y mantiene su nota AAA de las agencias rating. Ese perfil económico explica su bienestar, la solidez de su economía, y la bonanza de su mercado laboral: uno de cada tres puestos de trabajo depende directa o indirectamente de la exportación y, en la industria, uno de cada dos. La otra cara de la moneda: Alemania depende mucho de la coyuntura económica mundial y de lo que sucede fuera de sus fronteras. Hoy es víctima de su propio éxito.
Dos golpes tremendos, la crisis energética y la pandemia, están en el origen de su debilidad actual. Los elevados precios de la energía están estrangulando a su industria (la producción industrial consume una cuarta parte de la energía total; sobre todo, las empresas químicas) y la pandemia ahogó sus cadenas de suministro. Además, están sus problemas estructurales: malas infraestructuras, burocracia excesiva, altos impuestos, digitalización deficiente, desigualdad creciente y déficit de personal cualificado en un país que envejece. La situación geopolítica y económica actual afecta más a Alemania porque su industria consume mucha energía. Ese sector ha hecho fuerte al país; pero ahora se está redefiniendo ante la transformación verde. También es la economía más abierta, con una ratio de importaciones más exportaciones en relación con el PIB del 89% de los países del G7, según el Banco Santander. La mitad de su economía se basa en la exportación. Todo un éxito, pero también una debilidad en momentos globales críticos. A ello se suma la elevada inflación y la debilidad del consumo.
La coalición en el Gobierno en Berlín ha reaccionado con un paquete de medidas de crecimiento que supondrá menos impuestos, menos burocracia, más inversiones en infraestructuras y en la modernización y digitalización de la Administración. Se cuestiona el modelo de negocio alemán cuando precisamente ese tejido industrial competitivo es su gran fortaleza. Por lo que Berlín llama ahora a la reestructuración de su economía para competir, crecer y ganarse el futuro. Para ello necesitará a personal cualificado para desarrollar las nuevas tecnologías. La nueva ley de emigración va en ese sentido: atraer a cerebros globales y reducir la migración irregular.
Por ahora, la economía alemana se ha parado y, según el FMI, retrocederá un 0,3% en 2023. En el primer trimestre cayó en recesión. Se estancó en el segundo y no se es optimista respecto al tercero. El redactor jefe del diario suizo Neue Zürcher Zeitung, Eric Gujer, opina como muchos colegas e investigadores económicos del IWD que el Gobierno debería implementar una gran reforma como la que introdujo hace 20 años el canciller socialdemócrata Schröder. Su controvertida Agenda 2010 reestructuró el sistema social y el mercado laboral y llevó al pleno empleo. En el mismo sentido, se expresa la revista Manager Magazin, que se pregunta “qué sabe Alemania hacer bien, quién quiere ser y cómo alcanzarlo.” Fratscher opina que en ese golpe de timón Alemania deberá seguir apostando por sus puntos fuertes: la solidez de sus instituciones estatales; la estructura de las empresas (muchas medianas, líderes en tecnología y resilientes por su orientación a largo plazo); y su economía social de mercado.
Para Jörg Krämer, jefe de Economía del Commerzbank, Alemania es el enfermo de Europa y exige subvencionar los precios de la energía a la industria. Pero quién las financia, pregunta Grimm, y cómo se evita que impulsen la demanda de energía y suban los precios. Habrá que aceptar que parte de la producción se tralade afuera. En un futuro se importará, por ejemplo, el amoniaco verde (producido de forma renovable y sin emisiones de carbono, climáticamente neutral a partir de la tecnología del hidrógeno renovable). La producción de acero se reestructurará en Alemania y se producirá con hidrógeno renovable. Lo importante, advierte Grimm, es que se diversifique la procedencia, para no depender de solo uno. “Las empresas que precisan mucha energía se enfrentan a costes superiores en su transformación hacia la neutralidad climática. El gas representa para muchas de ellas la tecnología puente en su camino hacia la producción industrial basada en el hidrógeno. Es el caso de la producción de los sectores del acero, papel, vídrio, y del sector químico. Por otro lado, los elevados costes de las energías fósiles representan un estímulo para acelerar la transformación hacia las energías renovables, cada vez más atractivas (tanto en la electrificación como en la economía del hidrógeno).”
Otra cuestión clave es hasta dónde está la población dispuesta a renunciar a su bienestar para avanzar en la transformación verde. Si la economía no marcha, se pierde la confianza, no solo por las numerosas crisis, sino también por la sensación de que el país actúa solo ante el reto climático. Alemania no registra la polarización social de EE UU, pero existen segmentos de la población en los extremos que se han radicalizado. Los dos grandes conflictos que debaten son la migración y el cambio climático. El dilema es que Alemania no se enfrenta a una crisis, sino a varias paralelamente que además interactúan entre sí. Y no hay soluciones fáciles. Ni migración ni cambio climático se pueden resolver de inmediato. Cae el optimismo porque tampoco se sabe qué va a salir de esa transformación. Steffan Mau, sociólogo en la Humboldt de Berlín y miembro del consejo que asesora a Berlín, argumenta: “ante el reto climático, el Gobierno no puede anunciar que pasados cinco años de apretarse el cinturón entraremos en el paraíso posfósil.”
Lidia Conde es periodista y analista de política y economía alemana
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