Oro, euros y bonos verdes en lugar del dólar: cómo blindar las reservas en el mundo de Trump 2.0
Una encuesta de UBS entre los responsables de reservas de 40 bancos centrales refleja la tendencia a salir de EE UU como respuesta a las dudas sobre la fiabilidad de la Casa Blanca


El dólar sigue siendo el rey, pero su corona ha perdido algunas joyas. Esa es la lectura que se desprende de la última encuesta de UBS a 40 bancos centrales, una muestra representativa de los principales custodios de reservas del planeta. La conclusión es de alto impacto, sobre todo porque los bancos centrales no son inversores al uso, pues no buscan batir al mercado ni asumir riesgos innecesarios. Su función es otra, más estructural y menos especulativa: custodiar valor, garantizar liquidez y preservar soberanía. Por eso, cuando ajustan sus carteras, no lo hacen por moda ni por impulso, sino porque algo profundo ha cambiado. Y lo que ha cambiado, según sus propias declaraciones al banco suizo, es la confianza en el dólar como piedra angular del sistema financiero global.
Así, aunque la mayoría de los bancos centrales considera que el dólar conservará su estatus como moneda de reserva, el 77% anticipa que su demanda se estancará. La erosión es lenta, pero deliberada, y en ese proceso el euro se consolida como el principal beneficiario. De hecho, es la divisa que más instituciones han incorporado netamente a sus reservas en el último año y también la que más gestores planean seguir reforzando. El 74% de los encuestados la señala como la gran ganadora del nuevo entorno geopolítico, por delante incluso del renminbi chino.
La geopolítica se ha convertido en la principal fuente de preocupación. El riesgo más citado por los gestores de reservas es la escalada de guerras comerciales, mencionado por el 74% de los encuestados; le siguen la intensificación de los conflictos militares y la volatilidad económica. En paralelo, hay inquietud por la inestabilidad de precios de los activos, el endurecimiento de las condiciones financieras y la caída de la liquidez en los mercados de renta fija. Aquí es donde el oro entra en acción: más de la mitad de los bancos centrales planea aumentar su exposición a este activo. Allende la rentabilidad, el 88% lo considera un escudo frente a la inestabilidad geopolítica y se entiende así por qué cuatro de cada 10 de las instituciones encuestadas planea aumentar la proporción de oro custodiado en su propio territorio, profundizando el apetito de los reguladores monetarios por el metal dorado.
El 77% de los bancos centrales anticipa que la demanda del dólar se estancará, mientras que un 74% de los encuestados señala al euro como el gran ganador del nuevo entorno geopolítico.
Los cambios se dan en diversos frentes y lo que antes era impensable —como considerar a las criptomonedas como parte del universo de reserva— ahora forma parte de las conversaciones de las autoridades monetarias. De hecho, el 44% de los bancos centrales cree que los criptoactivos se beneficiarán del nuevo entorno geopolítico y los sitúan como el tercer activo con mayor potencial de ganancia estratégica. Ahora bien, solo uno de los 40 encuestados ha dicho estar considerando invertir directamente en Bitcoin. El orden monetario que ha regido desde Bretton Woods tambalea, pero no por un colapso abrupto, sino por una pérdida progresiva de confianza en los pilares institucionales que lo sostienen, a los que Trump les hace zancadilla.
Los bancos centrales han dejado entrever en esta encuesta una inquietud profunda sobre el rumbo de Estados Unidos bajo la presidencia del magnate republicano. El 65% de los encuestados teme por la independencia de la Reserva Federal, y casi la mitad anticipa un deterioro del Estado de derecho en suelo estadounidense. A ello se suma la preocupación por la calidad de los datos económicos oficiales —una base crítica para cualquier decisión de política monetaria— y por la posible pérdida de apertura de los mercados de capitales estadounidenses, históricamente considerados los más seguros y líquidos del mundo.
Cuatro de cada 10 instituciones planea aumentar la proporción de oro custodiado en su propio territorio.
Solo un 14% cree que la agenda económica del presidente logrará impulsar el crecimiento a largo plazo, y nueve de cada 10 consideran que Trump “fracasará en su intento de rediseñar unilateralmente el sistema financiero global”. Para los bancos centrales, que gestionan reservas con horizontes de décadas, la previsibilidad jurídica y la estabilidad normativa son tan importantes como la rentabilidad. Y cuando esas certezas vacilan, la reacción es buscar refugios más allá del dólar. Así, otros activos que ganan protagonismo son los bonos verdes. El 72% de los bancos centrales ya invierte en ellos, y casi la mitad quiere aumentar su peso en cartera. Lo que durante años fue un objetivo secundario —la sostenibilidad— se ha convertido en un criterio estructural en la gestión de reservas. UBS destaca que estos instrumentos han sido los más incorporados en el último año, por delante incluso del oro.
La estanflación —ese escenario tóxico de bajo crecimiento y precios elevados— es ahora tan probable como el aterrizaje suave, según los encuestados. El diagnóstico viene con receta y el 29% de las instituciones encuestadas ya ha reducido —o planea reducir— su exposición a activos estadounidenses. Más llamativo es que casi la mitad de los encuestados considera plausible algún tipo de reestructuración de la deuda de EE UU, un escenario inédito en la historia de los mercados financieros. Los bancos centrales no apuestan ni buscan titulares, pero sus movimientos hablan. Y lo que están diciendo ahora es que el mundo está entrando en una nueva fase, más incierta y fragmentada. No es una revolución, pero sí una degradación progresiva del orden económico instaurado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero en esta ocasión el aviso no viene de los analistas: llega desde los propios guardianes del sistema.
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