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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Sustituirá el euro la hegemonía del patrón dólar? Imposible e inconveniente

Es difícil si Europa pierde peso económico y carece de un tesoro único, y muy costoso por la sobreapreciación de la divisa

Christine Lagarde y Emmanuel Macron, en enero en Davos (Suiza).

En los últimos meses se están malbaratando horas de inteligencia y ríos de tinta sobre la posibilidad de que el euro alcance a sustituir al dólar como moneda hegemónica global y divisa mayoritaria de reserva. Un derroche baldío porque tal cosa no puede ser, y además, es imposible e inconveniente. Las políticas de Trump han erosionado el papel de la divisa americana, y podrían hacerlo más en los años que le quedan de mandato; pero su heterodoxa manera de ordenar y mandar también pasará, el patrón dólar perdurará y su declive no lo veremos ninguno de los vivos.

Las histriónicas y espasmódicas decisiones de la Casa Blanca para conseguir liberar a Estados Unidos del supuesto robo sindicado que practica el planeta sobre su economía, desde el lejano Oriente al cercano Occidente, han endilgado un correctivo serio al billete verde por el riesgo serio de pérdida de calidad de la deuda del Tesoro, aunque la posibilidad de impago no ha sido una opción ni en los test de estrés más extremos.

El toque de atención de los mercados de bonos ha sido suficiente para bajar la temperatura a las propuestas ideológicas del presidente, que técnicamente no tienen opciones de ejecutarse con la intensidad que las anunció, y ni siquiera con la que las corrigió. Ni las comerciales ni las fiscales: porque las primeras contraerían la economía americana, dispararían la inflación y mantendrían elevado el precio del dinero, y las segundas descuadrarían las cuentas públicas y presionarían con fuerza desconocida sobre los tipos de la deuda, los que, a fin de cuentas, marcan el precio de la financiación de la economía. Una recesión por partida doble.

Pero el dólar ha cedido terreno en los mercados de divisas (un mecanismo alternativo e indoloro para evitar los aranceles) y los bonos americanos han encajado un serio aviso para su navegación en los mercados. Esta circunstancia, coyuntural, a fin de cuentas, ha reverdecido en Europa los deseos de fortalecer el papel del euro en los mercados internacionales, tanto con las transacciones comerciales y financieras, como en su posición internacional como moneda de reserva.

Es una idea muy francesa, divulgada por Emmanuel Macron y la propia Christine Lagarde, que enlaza con planeamientos pretéritos de Charles De Gaulle cuando el franco era el patrón en Europa y no había encajado la pérdida de valor y posición que ulteriormente registró contra el marco hasta la absorción por el euro. La presidenta del Banco Central Europeo la ha expuesto verbal y documentalmente, considerando la debilidad del dólar una oportunidad que debe aprovechar Europa, cuya divisa mantiene una posición muy secundaria y estancada durante los últimos lustros.

Como siempre, los números ilustran el paisaje. El euro protagoniza un poco más del 30% del volumen de transacciones financieras y comerciales en el mundo, el doble que el yen o la libra esterlina; pero muy lejos de la supremacía del dólar. Como moneda de reserva internacional copa el 20% de las reservas, frente a casi el 60% del billete americano, y notablemente por encima de terceras divisas como libra, yen, yuan o franco suizo. Pero su posición está estancada, y no ha aprovechado la pérdida de posiciones del dólar en las últimas décadas, en las que ha cedido terreno desde el 72% en 2000 al 58% actual por motivos diferentes. El fundamental, además de la búsqueda de diversificación a la que se han acogido más de 40 países según un informe del FMI, es el riesgo de que la política de sanciones impuestas a países agresores, como Rusia desde 2014, pueda bloquear su uso.

El hueco dejado lo han acaparado monedas de economías emergentes y bien gestionadas, como el dólar canadiense, el australiano, el yuan chino o divisas europeas nórdicas; pero el verdadero objeto del deseo de los Gobiernos y los bancos centrales como activo de reserva en los últimos años, especialmente desde que los riesgos geopolíticos han vuelto a la primera plana, ha sido el oro, que no puede bloquearse financieramente. Las reservas globales en el metal amarillo llegan a las 36.000 toneladas, con un avance de más de mil el último año, el doble del experimentado de media en el último decenio. Las reservas de oro, que superan ya al euro, se acercan a los máximos de 1965, cuando las reglas financieras y el mundo eran bien diferentes, y han disparado su precio a niveles récord.

Pero volviendo al euro y sus ambiciones: ¿Puede convertirse en divisa hegemónica de reserva cuando el peso de su economía en el globo, el verdadero subyacente del poder de la moneda, ha descendido desde el 18% en 2000 al 14% actual, y su diferencia con USA y Asia se agranda cada día? ¿Puede desplazar al dólar, con el mercado financiero más profundo, líquido y abierto del planeta, una moneda que carece de integración financiera plena y un mercado de deuda fragmentado en unos cuantos tesoros emisores, con bonos mancomunados testimoniales y dudas sobre la capacidad y voluntad de auxilio de los emisores y Estados más solventes a los más vulnerables, como quedó meridianamente claro en la crisis de 2012?

Tener más relevancia que el yuan chino, hasta donde alcanza la vista, parece posible, dado que la divisa china tiene en su naturaleza el cepo político que le impide crecer: es víctima de la opacidad financiera y del control político de capitales, y por ello su posición como moneda de reserva está estancada desde hace años en el 3%, mientras Pekín, que ostenta la primera posición en el ranking de reservas internacionales, las acumula en dólares.

Por tanto, la arquitectura de la gobernanza europea, que vira con extrema lentitud y crecientes recelos nacionalistas, hace difícil competir de tú a tú con el dólar. Un defecto que se suma a la pérdida de pujanza de la economía europea, muy abierta y muy dinámica, pero cada vez comparativamente más pequeña, y de complicada superación pese a que el informe Draghi ha marcado el camino. Además, carece de un atributo no económico ni financiero, pero de importancia económica y financiera capital, que sí tiene el dólar americano, y del que los políticos europeos prefieren callar, como es un ejército poderoso detrás para resolver los conflictos, si es necesario imponiendo el criterio.

Y falta por considerar qué inconvenientes tiene ser la moneda hegemónica del planeta, y que se concretan en dos inabarcables para Europa. Primero, disponer de un banco central que tenga capacidad para ser el verdadero garante de último recurso financiero global en caso de crisis, algo que ha practicado la Reserva Federal sin estrés en los últimos episodios prestando dólares a todo el mundo, y que el BCE, con unos cuantos Gobiernos de ideologías e intereses distintos detrás, no podría ejercer. Y segundo, tener la economía dispuesta a encajar la sobreapreciación de la divisa que supone que todo el mundo acapare euros, y que, en el caso de Europa, exportador por antonomasia, acarrearía más inconveniente que ventaja.

José Antonio Vega es periodista

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