La última milla es la más dura
La volatilidad puede ser nuestra aliada a la hora de construir la cartera de cara a la segunda mitad de año
Suele ser un lugar común aseverar que, para que un individuo, una empresa o una economía mejoren su situación, la vía del éxito es estar dispuestos y habituados a dar una milla extra de esfuerzo. La explicación es muy simple: si se entrena una milla más de lo requerido en cada sesión, se terminará destacando sobre la mayoría de los corredores.
Esta teoría está muy bien, salvo por el hecho de que entra en conflicto con otro dicho clásico: la última milla es la más dura. Podemos querer hacerla, entrenarla y desearla. Pero existe un límite físico o distintos imponderables que la conviertan en una acción muy difícil. O accidentada.
Precisamente, esta palabra, accidentada, ha sido la que ha utilizado Isabel Schnabel, miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo, para definir a la última milla del proceso de desinflación europeo. No cabe duda de que el camino que hemos recorrido, desde las inflaciones de doble dígito de 2022 ha sido notable, como notable -y probablemente, tardía- fue la subida de tipos asociada a esa escalada de precios. Pero no es menos cierto que, en el caso de Europa, el IPC general de junio marcó un 2,5%, lo que constituye tan solo cuatro décimas menos que el registrado un mayo de 2023. Y esto, como decimos, en un contexto de tipos elevados durante todo este año.
Con todo ello, en un ejercicio de realismo, el BCE ha demorado la consecución de su objetivo de rentabilidad -el famoso 2%- para comienzos de 2026. En esencia, se viene a reconocer la dureza de esta última milla, especialmente en el ámbito de la inflación subyacente y, particularmente, de los precios de los servicios. Todo ello en un entorno de crecimiento muy moderado en el Viejo Continente -con España como excepción, a la luz de los buenos datos de actividad publicados recientemente-, que se prevé mejore paulatinamente…pero sin grandes alegrías.
En el caso de EE UU, aunque más habituados a las millas que al sistema métrico decimal, la resistencia está siendo incluso algo mayor. Desde luego, mucho mayor de lo que esperábamos a comienzos de año, con varias bajadas de tipos en la mente de los analistas, la primera de ellas…en el ya lejano marzo. Su crecimiento, aunque moderándose, es abiertamente superior al previsto -un aterrizaje muy, muy suave de la economía- y su inflación (3,3% en mayo) apenas mejora una décima frente a mayo de 2023.
Con estos mimbres no es de extrañar que el BCE haya bajado una vez tipos -iba su reputación en ello, tras haber telegrafiado la medida durante meses- y ahora adopte una política de esperar y ver. Algo más alineada, por cierto, con el discurso -data dependent- de la Reserva Federal. También la señora Schnabel ha manifestado su creencia de que no habrá desacoplamiento monetario entre EE UU y la eurozona, algo relevante para mantener estable el tipo de cambio. En todo caso, de todos los riesgos posibles, dar nueva vida a la inflación mediante una bajada precipitada de tipos se antoja el más peligroso de ellos. Por tanto, debemos ir haciéndonos a la idea de que una o, como mucho, dos bajadas de tipos es lo que resta a este año en términos de normalización monetaria. Y eso, si los precios responden -a la baja, a ambos lados del Atlántico- y los crecimientos no se desmandan -al alza, en este caso, en EE UU-.
Como no podía ser de otra forma, los mercados se han tomado estas nuevas con bastante realismo, algo que se aprecia en la distensión del bono americano a diez años, no tanto en el dos años. En cuanto a Europa, el comienzo del relajamiento se puede observar en el euríbor y en los plazos más cortos de la curva. Ojo, hablamos de menos tensión, ni mucho menos de rally, que es lo que debería producirse en el caso de que los mercados descontaran un escenario claro y evidente de bajadas continuadas, tal y como sucedió a finales del pasado año. Por tanto, en el caso de la renta fija, esta milla final más dura supone incrementar el margen temporal para poder seguir construyendo una cartera de bonos, de buena calidad y rentabilidad.
En el caso de la renta variable, las Bolsas estadounidenses siguen en zona de máximos, apoyados en gran parte por el excelente comportamiento de las grandes tecnológicas (los Apple y Amazon de turno) y alentadas por un buen crecimiento y una inflación que, aunque más pegajosa y menos sensible a los tipos de lo previsto, mantiene un rumbo descendente. Por el contrario, Europa ha moderado algo desde las zonas más altas, influenciada por la toma de conciencia de una política monetaria menos laxa de lo previsto y por el resultado complejo, singularmente en Francia, de las últimas elecciones europeas: la posibilidad de un gobierno euroescéptico en la segunda economía de la Unión ha castigado no solo a la valoración de la deuda pública francesa -y también, en menor medida, a la deuda periférica- sino que ha imprimido un aire menos optimista a las Bolsas. En todo caso, dado el cuadro macro general, un posible recorte en las valoraciones de las acciones europeas o estadounidenses, provocadas por esta difícil milla final, debería constituir una oportunidad también de entrada en unas bolsas que, no lo olvidemos, han venido reflejando la versión más positiva de la realidad macro actual. Si éste es el escenario base hacia el que nos dirigimos -y quién puede decir en un entorno macro tendente a limar desequilibrios que no lo sea-, la volatilidad puede ser nuestra aliada a la hora de construir cartera. Algo muy interesante, a la hora de encarar el ciclo de un verano, en ciernes, con sus previsibles menores volúmenes de contratación.
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