Trump, más Trump que nunca
Los peores augurios no tienen que llegar a producirse y el escenario central para este 2025 no es, en absoluto, negativo
![Donald Trump](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/NAI6O6G7E2WTABZTYMOK4QRJ5Y.jpg?auth=7ded8817dea22d9a8aa30e6186b914004e1cfacc57337909de22a2e450bbeab7&width=414)
Recuerdo que, en mi juventud, me encantaba escuchar los partidos de fútbol en Radio Intercontinental. El locutor al efecto era el gran Héctor del Mar. Tenía una forma muy característica de cantar los goles, que incluía siempre una coletilla final, marca de la casa. Por ejemplo, si metía un gol Míchel, la frase era “gol de Míchel, más Míchel que nunca”. Y así con todos, con independencia de si ese día estaban más o menos finos en el juego.
Siento algo de nostalgia por el hecho de que Héctor del Mar ya no esté con nosotros y que no radie información económica y política porque, la verdad, uno lee los periódicos —salmón o no salmón— estos días y no puede por menos que traer a valor presente su gran frase, pero con Trump de protagonista: “más Trump que nunca”. Y es que si había quien pudiera pensar que la llegada a la Casa Blanca del nuevo/viejo presidente iba a limar las aristas más complicadas de su discurso electoral en materia económica, han bastado unas semanas para sacarle de su error: Trump 2.0 es más Trump que nunca. Al menos, de palabra.
Bajando a la arena de lo posible, desde el punto de vista económico, conviene tener presente que la nueva presidencia de EE UU se abre con una gran ventaja y un serio inconveniente. Vamos por partes.
La gran ventaja de Donald Trump es que durante casi dos años va a tener un poder casi omnímodo para llevar a cabo las políticas que estime oportunas, de la mano del control republicano de Congreso, Senado y —con matices— Tribunal Supremo. Eso significa que tiene hasta las elecciones de mitad de mandato en diciembre de 2026, no ya para implementar sus acciones sino, muy importante, para que el ciudadano estadounidense las valore. No le sobra el tiempo, lo cuál significa que debe empezar rápido, si quiere que una rebaja impositiva y una subida arancelaria tenga efectos —positivos e inmediatos— en los bolsillos del contribuyente. Pero la realidad es que puede tomar estas medidas con poca o ninguna oposición política. Es más, en el muy corto plazo, es posible que los efectos beneficiosos de estas acciones primen sobre los negativos, si prescindimos de cómo se lo tome mercado, que ya es prescindir. No digamos si van acompañados de ciertos éxitos internacionales, como ha sido el caso de Colombia.
La gran desventaja de Trump es doble: el mercado y la Reserva Federal que, en este caso, pueden ir muy de la mano. Todo parte del hecho de que la economía estadounidense tiene muy poco que ver con el país que recibió Trump en su primer mandato. Los tipos están mucho más altos y la inflación, aunque moderándose, dista de estar embridada. Ello significa que las curvas de deuda estadounidenses están más tensas, esencialmente planas y cotizando en unas rentabilidades muy en el límite del nivel en el que pueden dar sustos a las Bolsas. Adicionalmente, al frente de la Reserva Federal, Jerome Powell no parece ser del gusto del inquilino de la Casa Blanca, quien ya le ha criticado por no bajar los tipos de interés en la última reunión de la Fed. Y si bien es cierto que el mandato de Powell expirará a mediados del año que viene, resulta harto complicado cuadrar en estos meses esenciales una política fiscal expansiva y unas medidas arancelarias duras en un contexto de tipos altos, precios no contenidos y un banco central decidido a que la economía estadounidense no se despeñe por el camino de la inflación. Mucho más cuando el crecimiento y el empleo van bien… al menos, de momento.
Naturalmente, el mercado está en un estado de nerviosismo, bastante palpable. No es que el VIX, el famoso indicador del miedo, se haya descontrolado —aunque ha subido—, sino que la acción o sobrerreacción inversora está siendo muy notable, ante las noticias que emanan de temas que tienen más que ver con política económica que con los datos macro que se van publicando. Porque el temor que subyace es que estas políticas de máximos se lleven a efecto, a pesar del efecto macroeconómico que puedan originar.
En líneas generales, el principal problema económico y de mercados vendría de la mano de una aceleración de la inflación en EE UU, resultado del mayor consumo personal (bajada de impuestos) y de los efectos arancelarios. La subida de tipos (o como mínimo, la no normalización monetaria, según programa) chocaría frontalmente con una Europa cuyo crecimiento dista de ser positivo y, por tanto, con mayor margen —aunque no ilimitado, tal y como quedó claro en el último discurso de Lagarde— a bajar el precio del dinero. Ello tendría efectos sobre el tipo de cambio —apreciación del dólar— que también incidiría sobre un comercio, sacudido por los aranceles. Todo esto repercutiría, grosso modo, de manera positiva (en valoración) sobre la deuda pública europea, negativa sobre la estadounidense y con altísimo riesgo sobre la renta variable, especialmente si las rentabilidades del bono a 10 años americano se acerca peligrosamente al 5%. En cuanto al crédito, los diferenciales actuales son tan estrechos que el efecto final va a depender, en bastante medida, del movimiento bursátil.
Antes de terminar, un mensaje positivo: los peores augurios no tienen por qué darse. Es más, el escenario central para la economía global y los mercados en 2025 no es, en absoluto, negativo. Podríamos decir que la incertidumbre no proviene tanto de movimiento de fondo, como de las actuaciones en superficie. En ese sentido, la mejor defensa consiste en esperar que las medidas que finalmente tome la administración estadounidense no sean nocivas para su propia economía. En todo caso, nos esperan unos años, económica y políticamente hablando, de lo más movidos, con un Trump decidido a ser, si no más Trump que nunca, como mínimo, el de siempre.
Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de la Mutualidad de la Abogacía