La desigualdad y el turismo, unidos por un fallo de mercado
La llegada masiva de turistas está generando distorsiones de todo tipo
Van a permitir que me ponga la gorra de docente para la columna de hoy. La razón es que considero imprescindible una larga introducción explicando un concepto económico principal fundamental para lo que les quiero contar. Para un lego en la materia, sin estas nociones básicas sería imposible captar la argumentación principal, y que creo fundamental para participar en debates actuales como la turistificación o la desigualdad. Hablemos de externalidades.
Así, una externalidad ocurre cuando los costes generados en una relación mercantil privada no son asumidos internamente por los participantes de dicha relación. Lo mismo cuando son beneficios. Un ejemplo paradigmático de una externalidad negativa (coste) es la contaminación, mientras que la educación (beneficio) representa una externalidad positiva.
Por ejemplo, cuando repostamos un coche, se establece un contrato privado entre el fabricante/comercializador y el dueño del coche. Por este contrato, se paga un precio que cubre los costes de producción y remunera a los factores productivos involucrados en la transformación de la materia prima en el producto que permite viajar. Si el mercado asignara eficientemente los recursos y las retribuciones, la transacción entre el consumidor y la empresa se limitaría a estas dos partes, sin impacto externo. En este escenario ideal, quien reposta satisface una necesidad (obtiene una utilidad), mientras que la empresa remunera a los factores productivos tras cubrir sus costes. La relación se mantendría entre las dos partes privadas que participan voluntariamente y los demás no tendríamos nada que decir al respecto.
Sin embargo, hay un detalle que se escapa en este argumento. Existen terceras personas que soportan un coste sin ser compensadas por ello, lo que asumimos que es injusto. Imagine otras situaciones, como un vecino batería de un grupo de hard-metal o un grupo de turistas maleducados en el apartamento turístico de nuestro vecino.
Es obvio que este coste no compensado se debe a que terceras personas deben soportar una des-utilidad (o incomodidad) generada por la transacción privada en la que no participa. Dado que la economía se centra en cómo los agentes asignan eficientemente los recursos para satisfacer las necesidades humanas (un aspecto crucial que da valor a las cosas y determina qué deseamos que el mercado suministre en mayor o menor medida), los costes que soportan estas terceras personas son relevantes al evaluar la utilidad conjunta, social, aquella que abarca a todos los agentes; la utilidad social derivada de la actividad que observamos.
¿Puede el mercado solucionar por sí solo este problema? A veces. Según el nobel Ronald Coase, y en el caso del apartamento turístico, si el dueño de dicho apartamento y el vecino sufridor tienen bien asignados los derechos de propiedad, es decir, el primero tiene el derecho a alquilar su apartamento a quien quiera y como quiera y la otra persona tiene derecho a disfrutar de su tiempo de descanso en un horario determinado y pueden ejercer (forzar) que se cumplan tales derechos y los costes de ponerse de acuerdo son bajos, la externalidad se resuelve con un acuerdo privado. El dueño del apartamento pagaría un precio por las molestias a sus vecinos o estos últimos pagarían al primero para que no lo alquilara. Si esto es posible, problema resuelto.
Sin embargo, las condiciones para que el mercado pueda internalizar estos costes son bastante difíciles de cumplir. Normalmente, los derechos no están bien asignados o los costes de transacción son elevados. Es por ello que la externalidad debe ser corregida por el Estado. ¿Cómo? Con impuestos si son negativas (u otras acciones posibles como la regulación), o con subvenciones si son positivas.
Pues bien, contado todo lo anterior, vayamos a la turistificación y la desigualdad como ejemplos de externalidades, la última algo más novedosa que la primera. Es evidente que la llegada masiva de turistas está generando distorsiones de todo tipo, entre ellas las quejas de aquellos que tienen que convivir día a día con las molestias que, a veces, estos sufren. Así, este es un caso paradigmático, de manual, de externalidad negativa.
En estos casos la solución no es necesariamente prohibir, como podría plantearse en otros casos. Lo que debe hacerse es tratar de llevar a un óptimo “social” la resolución del mercado. Por ejemplo, dado que no es posible acudir al mercado para que este solucione los costes como son el ruido, la basura o las molestias diversas, la opción va principalmente a cargo de un estado que debe regular/limitar la llegada de turistas o que debe establecer un impuesto a los turistas para que estos “compensen” a los vecinos o habitantes de un municipio que se beneficia, pero también que soporta las consecuencias de esta actividad. Así pues, una justificación a, por ejemplo, una tasa turística, recaería en la idea de la necesidad de compensar a los habitantes del municipio que no participan en el mercado turístico por los costes que deben asumir por ello.
En cuanto a la desigualdad, aquí me refiero a una “innovación” derivada de una nueva visión sobre esta que dos economistas han planteado en una reciente publicación que ha suscitado una gran atención. Así, los economistas Morten Nyborg Støstad y Frank Cowell, en su trabajo, Inequality as an Externality: Consequences for Tax Design, sostienen que la desigualdad económica debe ser vista como una externalidad, y no solo como un simple intercambio entre equidad y eficiencia.
En su argumento, y modelo, los autores postulan que incluso los individuos con intereses estrictamente personales se ven afectados por la desigualdad ya que puede influir en aspectos cotidianos, como la seguridad personal, afectando indirectamente la utilidad de los individuos. Incluso aquellos que creen poder vivir al margen de cualquier preocupación social no están exentos de los efectos de la desigualdad.
En términos de política económica, el enfoque de la desigualdad como una externalidad proporciona una justificación para la redistribución que va más allá de la simple recaudación de ingresos para ayudar a las familias de menores ingresos. Así, el argumento de estos economistas implica que la consideración de la desigualdad como una externalidad negativa simplifica la comprensión de muchos problemas económicos complejos y permite la integración de estas ideas en la teoría económica estándar.
Por lo tanto, la existencia de las externalidades, tradicional fallo del mercado, justifica la intervención del estado para equilibrar la distribución de costes e ingresos entre aquellos que participan en el mercado y aquellos que sufren o se benefician externamente de este. Los impuestos pigouvianos, las subvenciones o la regulación son en estos casos deseables para minimizar los costes o maximizar los beneficios de todos. Una vez esto se entiende, lo demás es sencillo y fácil, como entender la necesidad de una tasa turística o una política redistributiva que minimice los efectos negativos de la desigualdad.
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