_
_
_
_
Opinión
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El control para frenar los precios existe desde hace 4.000 años y solo trajo más problemas

Las medidas de topes y máximos trajeron escasez, desabastecimiento y, eventualmente, subidas aún mayores

Imagen de las inmediaciones del Partenón y la Acrópolis, en Atenas.
Imagen de las inmediaciones del Partenón y la Acrópolis, en Atenas.Getty Images

En 1845, Frédéric Bastiat realizó una petición ante la Cámara de Diputados de Francia en nombre “de los fabricantes de velas, cirios, farolas y extintores y de los productores de sebo, aceite, resina, alcohol y en general de todo lo relacionado con la iluminación”.

“Sufrimos la ruinosa competencia de un rival que trabaja bajo condiciones tan superiores a las nuestras en cuanto a la producción de luz que está inundando el mercado doméstico con precios increíblemente bajos ya que, desde el momento de su aparición, nuestras ventas cesan totalmente, nuestros consumidores acuden a él y una rama completa de la industria francesa se enfrenta al desastre. Dicho rival, el sol, lidia una guerra contra nosotros tan despiadada que sospechamos está siendo alentado por la Pérfida Albión especialmente porque dicho competidor muestra un respeto a esa arrogante isla que no tiene con nosotros. Les pedimos pasen una ley requiriendo el cierre de todas las ventanas, claraboyas, persianas, cortinas y cualquier ranura para que la luz del sol no penetre en las casas en detrimento de nuestra industria. El país no nos puede abandonar ante tan desigual combate”.

Bastiat continuaba su satírica petición (absurda en sí misma para indicar el gravísimo error de las tarifas) indicando que todo el país se beneficiaría, ya que se necesitaría más sebo, que requiere más ganado lo que llevaría a un aumento de la producción de carne, lana, cuero y abono. Y así en un largo etcétera que iría desde la producción agrícola al comercio marítimo.

El problema es que el proteccionismo a una industria o grupo económico bien conectado se produce a costa del consumidor, que es quien paga la factura. Y ese teórico aumento de la actividad económica general obvia dos puntos clave. El primero es que supone un uso erróneo del capital forzando a los consumidores a subsidiar una industria cuando hay alternativas más eficientes. Y el segundo es que ese teórico aumento en la actividad económica (agricultura, ganadería, transporte, etc) es “lo que se ve”, pero obvia “lo que no se ve”; las industrias que se verían beneficiadas con el dinero que los consumidores se ahorrarían y destinarían a otros fines (estos sí, productivos y con un uso eficiente de los recursos basado en la libre elección de los consumidores).

Murray Rothbard lo expresó aún mejor: “Las restricciones impuestas al comercio, como el proteccionismo, paralizan, obstaculizan y destruyen la fuente de vida y prosperidad. El proteccionismo es simplemente una súplica para perjudicar a los consumidores, así como a la prosperidad general, para conferir privilegios especiales permanentes a grupos de productores ineficientes, a expensas de las empresas competentes y de los consumidores. Pero es un tipo de rescate particularmente destructivo, porque pone grilletes al comercio bajo el manto del patriotismo”.

Con los controles de precios tan populares hoy día (alimentos, vivienda, etcétera...) pasa lo mismo ya que han fracasado siempre y en todo lugar y han traído como consecuencia escasez, desabastecimiento y, eventualmente, subidas aún mayores de precios.

El Código de Hammurabi, escrito hace más de 4.000 años, no es sólo un texto legal sino una tablilla de fijación de precios tanto de bienes como de salarios que provocó el declive (y eventual colapso) del imperio babilónico por la escasez de comerciantes. Y no es el primer caso documentado, ya que la ciudad mesopotámica de Eshnunna también estableció controles de precios varios siglos antes del Código de Hammurabi, con unas consecuencias similares.

Los griegos establecieron controles sobre el precio del grano 400 años antes del nacimiento de Cristo (bajo pena de muerte por incumplimiento) ya que el precio se disparó precisamente por las increíblemente complejas regulaciones que incluían un ejército de inspectores, denominados sitophylakes, lo que provocó un desabastecimiento generalizado.

Los romanos copiaron muchas cosas de los griegos y en cuanto a controles de precios no podían ser menos. El Edicto de Precios Máximos del emperador Diocleciano (publicado en el año 301) fijaba, entre otras cosas, el precio de la comida, salarios y vestidos para combatir la inflación desmedida (provocada, precisamente, por la devaluación monetaria generada por los emperadores a lo largo de los años) y provocó los resultados esperados. Según Lactanio, “se derramó mucha sangre por los asuntos más triviales y los comerciantes dejaron de llevar productos a los mercados al no poder obtener un justo precio. Tras muchas muertes la ley fue eliminada”.

En tiempos más recientes es notoria la Hambruna de Bengala de 1770 en la que murieron unos 10 millones de personas y que Adam Smith explicó en La Riqueza de las Naciones: “Los controles de precios transformaron una escasez en una hambruna sin precedentes”.

En 1793 los líderes de la revolución francesa pasaron la Ley del Máximo General, una serie de controles de precios destinados a evitar la especulación, que no fue más que “un intento desesperado de contrarrestar las consecuencias de la temeraria impresión de papel moneda”, según Henry Hazlitt.

Podríamos continuar todo el día explicando los efectos del sitio español a la ciudad de Amberes en el siglo XVI (aunque baste decir que los controles sobre los precios de los alimentos provocaron tal escasez que la ciudad cayó rápidamente en manos de los Tercios) o la casi aniquilación por inanición del ejército de George Washington en Valley Forge en 1777 (debido a los efectos de los controles sobre los precios de los artículos usados por el ejército).

El control de precios del alquiler en Massachussets, implementado en 1970, fue eliminado en un referéndum popular unos años más tarde debido a la falta de inversión y oferta (que dispararon los precios). Y algo similar sucedió con los mismos controles implementados en San Francisco en 1994. Y en los últimos años una abogada explicó la situación de la ciudad de Nueva York con una simpleza espeluznante: “El propietario debe ceder totalmente su inmueble al inquilino por un tiempo determinado por el inquilino bajo unas condiciones dictadas por la alcaldía aunque implique perder dinero durante años”.

Ya lo explicó Milton Friedman hace muchos años: “Si el gobierno estuviera a cargo de gestionar el desierto del Sahara, habría escasez de arena en cinco años”. En cualquier curso básico para principiantes de economía de mercado (no de economía planificada centralizadamente por el politburó de turno) se explica cómo los precios se forman por la oferta y la demanda. Y siempre se termina con una frase; “la solución para los precios altos… es precios altos”



Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_