La verdad de las mentiras del mercado de trabajo
2022 se salda con más reparto del empleo por los contratos de jornada reducida, con mejora aparente de la estabilidad y con la productividad en cuarentena
Disponemos ya de todos los registros posibles para hacer un atinado balance del mercado de trabajo en 2022, y todos llevan a parecida conclusión: el empleo se ha comportado razonablemente bien, pero ha terminado el año extenuado y preocupantemente mal. Treinta y seis meses después de aparecer el Covid, España está aún con una producción inferior de la que tenía antes, y tardará al menos otros 12 meses, o más, en recuperar aquel nivel. Pero los cambios normativos y la penetración de los nuevos formatos de la ocupación surgidos con intensidad en estos años han practicado un ejercicio de reparto del empleo existente, y se ha superado con creces el número de ocupados de 2019. Un éxito relativo.
Pongamos la lupa en el Registro del Servicio Público de Empleo, en el de cotizantes de la Seguridad Social, lo hagamos en la EPA o en la Contabilidad Nacional, todo indica que la generación de empleo ha entrado en una fase de agotamiento propia del fin del efecto gaseoso del cambio de normativa, pero propia sobre todo de un aplanamiento del crecimiento de la economía, que se ha acercado al cero en el tramo final del año.
Son señales inequívocas de este fenómeno que la ocupación haya caído casi 100.000 personas entre octubre y diciembre respecto de verano; que el avance interanual del empleo haya vuelto a tasas inferiores a la del PIB (tras superarla varios trimestres con un comportamiento anormal de su elasticidad); que el número de horas trabajadas publicado por la Contabilidad haya descendido; o que el avance relativo de cotizantes en la Tesorería de Seguridad Social cierre el ejercicio en sus niveles más bajos, con la mitad de pulso que en la primavera, amén del parón del emprendimiento que revela que en diciembre solo avanzase el número de autónomos en cinco personas, y un saldo anual de ni frío ni calor.
Pero es más preocupante que la EPA salde el colectivo de autónomos por cuenta propia con un fuerte descenso anual, o que el número de hogares con pleno empleo caiga y el del pleno desempleo suba, o el sorpresivo repunte de la tasa de paro del cabeza de familia y del cónyuge, detalles todos que marcan un punto de giro en la evolución hasta ahora satisfactoria del mercado. Más allá del reparto de empleo que ahora veremos, es preocupante la pérdida paulatina de productividad del factor trabajo (casi un millón de ocupados más que en 2019 producen todavía un 2% menos que entonces), que tendrá su peligroso correlato en materia de remuneraciones, de impuestos y de cotizaciones devengados, en un Estado al que no se soban los recursos. Porque detrás de este asunto subyace una pérdida de calidad de los empleos, por muchos esfuerzos que haga la legislación para mejorarla, desde la condición de los contratos hasta los sueldos de entrada en el mercado.
El empeño gubernamental en considerar que se revoluciona el mercado por poner puertas a la contratación temporal y forzar la indefinida produce resultados solo de aparentes mutaciones. Pero cambiar la naturaleza de la economía y su reflejo en el trabajo no es tarea de unos años, y probablemente es tarea imposible. La presencia de actividades eventuales por la intensidad del turismo, la construcción y la agricultura impide una radical evolución de la contratación, aunque el mercado tiene vicios ocultos a corregir tras arrastrar cuatro décadas de formatos temporales desde que echasen a andar con el Gobierno de González.
El primer balance tras la reforma/contrarreforma de Díaz es un intenso trasvase de contratos temporales a fijos de todo tipo, que ofrece una cara más amable de las estadísticas, pero que no ha mejorado mucho la duración media de la relación laboral. A fin de cuentas, la calidad contractual de la ocupación es poca cosa si no hay verdadera estabilidad en el puesto de trabajo, que es el concepto que le proporciona valor real.
Además de una utilización masiva del contrato fijo discontinuo, la estrella ha sido un formato temporal de uso masivo (contrato de obra) que ha mutado en fijo adscrito a obra, aunque su esencia y desempeño es la misma, y, por tanto, su duración, también. Si en los doce meses de 2022 se han realizado más de siete millones de contratos fijos, cuando en absoluto hay tanta gente que cambie de trabajo, porque en España la rotación entre trabajos estables es muy baja, es que la mayoría han decaído con la misma facilidad que decaían cuando eran temporales. El fijo adscrito a obra, muy utilizado en la construcción, ha computado el año pasado 900.000 contratos iniciales, de los que algo más de 505.000 (un 56%) fueron fijos iniciales, frente a los poco más de 71.000 (un 6%) de 2019.
En cuanto al abuso del fijo discontinuo, si en 2019 aportaba el 16% de los fijos iniciales (216.000 de 1,32 millones de contratos), en 2022 ha llegado al 38% (2,16 millones de 5,19). Pero que nadie pierda de vista que el contrato fijo discontinuo tiene una naturaleza de contrato a tiempo parcial, aunque su jornada se compute en términos anuales en la mayoría de los casos. Y como tal debe ser considerado, aunque en la estadística oficial no engorda la ya bien cebada cifra de trabajadores a tiempo parcial (14%) que se acerca a las tasas que tiene la temporalidad (17%) tras los maquillajes normativos del contrato. Hay que recordar también que muchos de los nuevos fijos, se comportan como temporales y mueren con el periodo de prueba.
El uso creciente del tiempo parcial es un paradigma del reparto del nuevo empleo que se ha intensificado con la crisis, muy común en etapas de incertidumbre económica en la que las decisiones empresariales de contratar se toman con mucha precaución, y al que han contribuido los nuevos formatos incorporados por la pandemia, además del teletrabajo. Solo en 2022 el contrato inicial fijo a tiempo parcial se ha disparado hasta el 8% del total, frente al 1,7% de 2021: desde 370.000 a 1,34 millones.
Ha habido en 2022, en definitiva, muchos más empleos, pero no más empleo. Y ello lleva aparejada, lógicamente, una merma de las rentas individuales, que se concentra sobre todo en los jóvenes y en las mujeres. Estadística recuerda que la remuneración media a jornada parcial, la variable más tangible para medir la calidad del empleo, es poco más del 40% que en la completa.
José Antonio Vega es periodista