Por qué a los bancos centrales les toca sacarnos las castañas del fuego
El creciente vacío e ineficacia de las instituciones internacionales ha convertido la política monetaria en la única herramienta contra la crisis geoeconómica
El final de la Guerra Fría y el mayor papel que adoptaron las potencias emergentes justificó el impulso de la gobernanza global con la creación o reforma de instituciones internacionales. Se fundó el G20 en 1999. El G7 se convirtió en el G8 al incorporar a Rusia. El FMI, Banco Mundial y bancos regionales de desarrollo otorgaron a los emergentes mayor poder. En 2001, China accedió a la Organización Mundial del Comercio. Pero la gobernanza internacional también respondía a la esperanza de que el mayor protagonismo de las potencias emergentes en la integración económica y acuerdos de libre comercio internacionales y regionales fomentarían su evolución hacia sociedades abiertas y democráticas. EEUU y Canadá acordaron el Tlcan con México. Washington negoció otros acuerdos comerciales (Cafta con cinco países de América Central) e impulsó el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC). La UE reformó su inaceptablemente proteccionista política agrícola común y en 1995 entraron en vigor históricos acuerdos de liberalización y regulación del comercio, los servicios y la propiedad intelectual cuya protección y futuro progreso asumió la OMC.
Pero las instituciones internacionales son incapaces de fraguar consensos para hacer frente al cambio climático, el aumento de las desigualdades dentro y entre los países, los perjuicios causados por el avance tecnológico, las migraciones masivas y las pandemias. Las divergencias sobre la respuesta a la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin han certificado la defunción de la gobernanza global. La OMC desisitió de concluir la ronda de Doha, lanzada en 2001. El G20 es incapaz de alcanzar acuerdos porque a la enemistad geopolítica de las potencias occidentales con China y Rusia se suman los intereses contrapuestos de las economías desarrolladas y los países emergentes. Rusia fue expulsada del G8 a raíz de su invasión del Donbás en 2014. La OCDE ha conseguido acuerdos eficaces para eliminar y controlar los paraísos fiscales, pero tampoco logra unanimidad en otros ámbitos. La UE ha avanzado en el cumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Pero EEUU no está dispuesta a cumplirlos sin un sacrificio comparable de China.
Ante dicho peligroso vacío institucional, los bancos centrales de las economías desarrolladas deben incrementar de manera más acelerada y coordinada los tipos de interés. El primer motivo es que las altísimas tasas de inflación interanuales han ascendido en octubre en la UE (11,5%), Eurozona (10,6%) y Reino Unido (11,1%) y solamente se atenúan en EEUU (7,7%). Los muy elevados precios de la energía y los alimentos no disminuirán mientras uno de los mayores productores mundiales de hidrocarburos y cereales (Rusia) esté enzarzado en una guerra con otro destacado exportador de cereales (Ucrania). La inflación subyacente, que excluye energía y alimentos sin elaborar, aún fue del 6,3% en EEUU en octubre, a pesar de que la Reserva Federal ha subido los tipos de interés seis veces por un total de 350 puntos básicos este año. No se superarán las obstrucciones a las cadenas de producción y distribución de bienes y servicios a corto plazo. El Covid-19 y el progreso tecnológico han propiciado el trabajo remoto y el abandono del mercado laboral de demasiados profesionales. Los inversores en Bolsa y especialmente las empresas tecnológicas deben entender que demasiados años de intereses demasiado reducidos se han acabado. La Fed y el BCE no deben temer provocar una leve recesión para detener la afluencia de capital especulativo hacia los mercados bursátiles. Los índices de desempleo aún son históricamente bajos en EEUU (3,5%), UE (6%), Eurozona (6,6 %), Reino Unido (3,5%) y Japón (2,6%).
El Nasdaq aún está en 11.018 puntos, muy superior a los 3.755 de enero del año 2000 previos al hinchamiento de la burbuja de las .com. La obsesión por algo tan artificial como el metaverso impide que empresas tecnológicas serias puedan competir con los grandes titanes. Apple (2,3 billones de dólares), Microsoft (1,8 billones), Alphabet (1,23 billones), Amazon (0,9 billones) y Meta (0,29 billones) tienen conjuntamente una capitalización bursátil de 6,5 billones. Dicha cifra supera el PIB de todas las economías del mundo, menos la de EEUU (20,4 billones) y la de China (13,4 billones). Los gigantes tecnológicos han eliminado la competencia en sectores como los sistemas operativos (Microsoft) y la búsqueda en internet (Google), a pesar de multas masivas e intentos de regulación en ambos lados del Atlántico.
Los políticos no se atreven a pedir ahorro a una población que vuelve a gastar y viajar por encima de sus posibilidades. El consumo excesivo alienta la inflación y no añade demasiado valor a nuestras vidas si consiste en adquirir (mediante endeudamiento) un móvil o automóvil nuevo. La elevación de los tipos tiene efectos negativos, como el encarecimiento de las exportaciones. Pero ninguno de los miembros del G7 (EEUU, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá) es un exportador esencial de hidrocarburos.
Los tipos de interés aún están en niveles bajos. Su alza promovería el ahorro. En 1985 el acuerdo de Plaza pactó una depreciación del entonces sobrevalorado dólar. Putin ha utilizado la energía y los alimentos (cereales) para intentar doblegar sin éxito a Ucrania. El Programa de Alimentos de la ONU calcula que la guerra ha añadido 47 millones de personas a un total de 323 millones que padecen desnutrición aguda. Tipos más altos encarecerían la deuda en divisas occidentales (dólar, euro, libra esterlina) de gobiernos y empresas de China, India, Brasil y Turquía y otras potencias emergentes. Las empresas de los emergentes no se han retirado de Rusia. Sus líderes siguen financiando la guerra de Putin ,comprándole hidrocarburos y otros productos a precios descontados. Parece la mejor apuesta no militar para forzar a sus gobernantes a aislar económicamente al presidente ruso y obligarle a negociar.
Alexandre Muns es Profesor de EAE Business School