Un viaje largo se lleva mejor si no insistes en preguntar cuánto falta
Los bancos centrales siguen siendo actores principales en esta coyuntura inflacionaria, pero también unos Gobiernos que en ocasiones van por libre
Y tanto que no era transitoria. La inflación, digo. Seguimos en la lucha: todo lo que sigue pasando en los mercados, o mucho de ello, sigue teniendo a la inflación como parte central, o común, o acompañando a otras variables. Y lo que deriva de ello es lo que acaba por provocar los efectos en el mercado de renta fija, con el agresivo ajuste en tipos al alza; en otros mercados como el de la renta variable, que se protege ante el menor valor actual de los flujos descontados a esas mayores rentabilidades; o el de las divisas, con la fortaleza del dólar americano como principal aspecto en las últimas fechas, más allá de los movimientos en la libra, que vienen afectados por algunas otras variables añadidas.
El caso es que no nos despegamos de esta inflación, a pesar de que llevemos tiempo pensando que puede estar cerca el punto a partir del cual los precios empezarán a relajar e incluso a crecer de manera importante, pero a menores tasas. Y esto es un panorama casi estructural que va conviviendo con otros eventos de riesgo que aparecen y desaparecen, que se estancan más o menos, pero con los que también hay que seguir lidiando.
Los banqueros centrales siguen siendo los actores protagonistas, pero también lo son los Gobiernos. Vaya que sí lo son cuando quieren merecer la atención. Más allá de seguir viendo cómo los primeros perpetúan su posición hawkish en torno a la política monetaria a aplicar en las fechas venideras, por lo menos desde ahora hasta bien entrado el 2023, los segundos aparecen con diferentes mensajes o medidas que no siempre han ayudado en demasía a calmar la situación. En algunos países, políticas monetarias y fiscales van, más o menos, de la mano. En este sentido, Estados Unidos creo que lo hace bien, de manera organizada. El mensaje no ofrece fisuras y la política monetaria sigue endureciéndose a la vez que dejamos atrás los episodios de gasto fiscal más expansivo que vivimos hace unos meses. Aquellos que podían alimentar algunos de los sucesos de riesgo moral asociados a unos beneficios que siempre son bienvenidos y deben de activarse cuando es necesario dentro de la economía del bienestar que rige en la mayoría de países desarrollados, pero que, en ocasiones, hay que gestionar para que el remedio pueda ser incluso peor que la enfermedad.
En otros países tenemos restricción monetaria convencida, como es el caso casi generalizado, pero sin ajuste fiscal en paralelo, con lo que podemos encontrarnos con avances que están lejos de ser los perseguidos en esta lucha contra los precios. Y en otros países directamente la política fiscal, de gasto, impositiva o de Gobierno en general, quizás por razones populistas o de centrar la atención, piensa poco en el resto de parámetros y se centra, de manera casi independiente, en mensajes que no acompasan a las situaciones actuales que requieren de otro proceder. La situación de confrontación entre el Gobierno inglés y el banco central es meridiana para entender cómo ahora casi todo tiene que ir de la mano. Las estrategias a seguir son, menos que nunca, independientes al buen estudio de los resultados derivados, sobre todo cuando todo está tan entrelazado.
Aparte de esto, nos encontramos también con otras actitudes o casuísticas que tienen que ver con la forma de actuar de diferentes Gobiernos y que también acaban por tener unos efectos en la economía y los mercados que no pueden ser desdeñables. Se pueden recuperar ejemplos como el alargamiento del proceso bélico; los sucesos de riesgo geopolítico que se recrudecen entre Estados Unidos y China a raíz de las sanciones relacionadas con el comercio tecnológico; la posibilidad para Europa de afrontar la crisis energética con financiación común europea, como parece contemplar incluso Alemania; otras decisiones en el ámbito energético, como las tomadas para el mayor recorte de producción por parte de los países de la OPEP; o el siempre difícil entendimiento entre las partes dentro del (des)Gobierno en Italia, por nombrar solo algunos de los casos. Vamos, que mucho tiene que ver con las decisiones monetarias, que solo parecen tener un camino últimamente, pero también con un protagonismo creciente de organismos superiores a los propios monetarios, como son los diferentes Gobiernos. Y todo ello acaba por configurar un escenario actual que sigue sin ser sencillo de monitorizar.
En esas seguimos, con los mercados que no quieren perder la esperanza de tener algo de esperanza, valga la redundancia, pero parece que solo les vale el seguir el viaje sin preguntar cuándo llegamos, porque no hay respuesta clara. Quizás este es uno de los momentos en que más difícil es prever hasta cuándo. Lo vimos hace unas sesiones tras la corrección de tipos a la baja derivada de la intervención del Banco de Inglaterra con medidas extraordinarias de liquidez para proteger la parte larga de la curva tras el comentado mensaje de proclamación de Truss de rebaja impositiva que tanto iba a costar a su Gobierno. A ello lo acompañaba algún mal dato macro en Estados Unidos, y una decisión del banco central australiano de subir solo 25 puntos básicos.
Suficiente como para que, inútilmente, muchos trajeran a colación ese término del Fed pivot que tanto hemos leído últimamente, lo que viene a ser que la Fed se pase a la acera de enfrente y empiece a relajar su mensaje monetario. Es algo altamente improbable, más aún después del reciente dato de inflación que no ha corregido lo esperado. En el otro extremo, el de la pérdida de esperanza, está la capitulación, otro término muy en liza, el abandono de muchos ante la esperanza de recuperar lo perdido.
Pues ni una cosa ni la otra. Ya sabemos que es una de las últimas cosas que se pierde, la esperanza, aunque tampoco esté del todo bien alimentarla en exceso. Seguiremos en este viaje en el que mucho sigue dependiendo de los datos, otra habitual expresión entre los banqueros. Dejando atrás una semana de datos de precios que aún no corroboran la relajación, tendremos que seguir el viaje, pero con la convicción de que queda menos que antes para llegar. Eso tiene que ser un hecho incontestable a pesar de todos los episodios que animan poco a muchos. A ver si los resultados empresariales que ya mismo empiezan a salir, de los que se puede exigir cada vez menos sorpresas tan positivas como las de pasados trimestres, van dando algo más de racionalidad fundamental al análisis de las cosas. ¿Cuánto queda?… ¡queda menos!
Jesús Sáez es Responsable de Mercados de Capitales para Iberia de Natixis