Europa necesita un impulso político para cerrar el círculo de la Unión
Hace falta un mecanismo de resolución bancaria eficiente, un fondo de garantía de depósitos común y bancos paneuropeos
Europa es el mayor espacio de democracia con elevados niveles de prosperidad del mundo, tras haber arrastrado hasta la primera mitad del siglo XX el estigma de ser el escenario de los más encarnizados conflictos bélicos que se recuerdan. La voluntad firme de los primeros líderes europeos y europeistas (Monet, Schuman, De Gasperi, Adeanuer, ...) convenció a los europeos de la necesidad de crear un espacio económico y social de convivencia para alejar las disputas territoriales, y la palabra que mejor define el resultado en todos los sentidos es éxito. Pese a ello se encamina a una paulatina pérdida de poder relativo en todos los ámbitos, ante el desplazamiento del eje de fuerzas hacia EE UU y Asia, pero que no necesariamente debe redundar en cesiones de prosperidad por parte de los europeos. Eso sí: para ello el proyecto de unidad precisa de un fuerte y renovado impulso político que fortifique todas las instituciones económicas existentes y genere las nuevas que se atisban como imprescindibles en un tiempo relativamente corto.
La inteligencia europea, la política y la económica, tiene perfectamente identificados los pasos a dar, pero carece del liderazgo para ejecutarlos sin riesgo de creciente oposición ciudadana, que debe ser siempre considerada para evitar irreparables descarrilamientos. Aunque originalmente había un propósito político en la creación de la Unión, los pilares sobre los que se ha ido consolidando son económicos, y los que faltan tienen también la misma naturaleza, como ha demostrado la debilidad en la que se encontró la Unión Europea y su unión monetaria ante las embestidas de la prolongada crisis económica y financiera del pasado decenio.
Asegurar la pervivencia del euro y hacerlo antes de que llegue la siguiente crisis precisa de cerrar la Unión Monetaria, con un mecanismo de resolución bancaria eficiente y con respaldo popular y un fondo de garantía de depósitos común y bancos paneuropeos para que no haya diez euros diferentes, sino uno solo, y una unión fiscal real, que supere los planes de estabilidad actuales, y que sirva para disciplinar el gasto y combatir los problemas en un territorio que necesariamente conservará su carácter asimétrico. Para ello, que exige de adicionales cesiones de soberanía política, se precisa un liderazgo político hoy ausente, y que construya un relato que haga ver a las nuevas generaciones que lo conseguido no es nunca definitivo si no se cuida. Y solo con propuestas y gestiones inclusivas puede generarse el consenso suficiente entre norte y sur de Europa, entre este y oeste, para que el respaldo ciudadano no tenga fisuras, más allá de los puntuales episodios populistas y nacionalistas inherentes a toda democracia.