China y EE UU: un conflicto geopolítico, no económico
Si no hallan una solución, ambas potencias podrían avanzar hacia la desglobalización
La cumbre del G20 del 28-29 de junio de 2019 en Osaka (Japón) reunirá a los líderes de 19 países (entre ellos, China y EE UU) y de la Unión Europea. Formalmente conocida como Cumbre sobre Mercados Financieros y la Economía Mundial, la agenda de la próxima cumbre recoge ocho temas principales, entre ellos, economía global (tema 1) y comercio e inversión (tema 2). La guerra comercial entre China y EE UU estará muy presente en las reuniones.
El presidente Xi Jinping y el presidente Donald Trump se verán en la cumbre del G20. En un tuit del 18 de junio, el presidente Trump escribía: “Tuve una buena conversación telefónica con el presidente Xi de China. Tendremos una reunión larga la próxima semana en el G20 en Japón. Nuestros equipos respectivos hablarán antes de nuestra reunión”.
En 2018 el crecimiento económico de China –segunda mayor economía del mundo– se situó en 6,6%, el dato más bajo desde 1990. El último informe del FMI (World Economic Outlook, abril 2019) estima que China crecerá un 6,3% este año. Su crecimiento se desacelera a causa de la guerra comercial y el debilitamiento de la demanda doméstica.
Desde 2017 existe una creciente escalada de tensiones entre China y EE UU, con acciones y represalias por ambas partes. En 2017, la Oficina del Representante Comercial de EE UU (USTR) recibió autorización para investigar si las importaciones de acero y aluminio podían suponer una amenaza para la seguridad nacional (28 de abril). En 2018, el presidente Trump firmó un memorándum para restringir las inversiones chinas (empresas, fondos) en sectores tecnológicos clave e imponer aranceles sobre productos chinos (22 de marzo). Se fijaron aranceles del 25% y 10%, respectivamente, sobre las importaciones de acero y aluminio, con algunas excepciones (23 de marzo). La respuesta china fue establecer aranceles sobre 128 productos estadounidenses (valor 3.000 millones de dólares). En septiembre ambos países iniciaron una tercera ronda de aranceles.
En 2019, la guerra comercial ha entrado en una fase compleja. Recientemente, el 16 de mayo, EE UU coloca a Huawei en la lista de entidades –Bureau of Industry and Security’s Entity List– y ahora Huawei necesitará la aprobación del Gobierno estadounidense para comprar piezas y componentes en su mercado. El 31 de mayo, China respondió con la creación de su propia lista de “entidades de poca confianza”, incluyendo a aquellas que no cumplan las reglas del mercado o que puedan dañar los intereses legítimos de empresas chinas. El 1 de junio China aplica las tarifas anunciadas en mayo sobre productos americanos exportados a China (con subidas en productos en las listas 1, 2 y 3), por valor de 60.000 millones de dólares.
China amenaza con utilizar las tierras raras como arma en esta guerra comercial. Las tierras raras son un conjunto de 17 elementos químicos (cerio, escandio, itrio, terbio, iterbio, etc.) esenciales para las industrias centradas en tecnología y defensa, que permiten la fabricación de superconductores, aerogeneradores, láseres, satélites, smartphones y vehículos eléctricos, ente otros. Según la encuesta geológica de EE UU (febrero de 2019), China representa el 80% de las tierras raras importadas por EE UU durante el periodo 2014-2017. La extracción de estos materiales precisa una tecnología compleja y cara, y pocos países pueden competir con el monopolio chino sobre este mercado.
No resulta extraño que las tierras raras sean de los pocos productos de China no afectados por la subida de aranceles en mayo de 2019. Si China decide usar las tierras raras en la guerra comercial, la industria estadounidense podría sufrir una disrupción importante. El desarrollo de fuentes alternativas no puede lograrse en un corto periodo de tiempo. Y el presidente Trump lo sabe.
En 2018, en el suelo marino que rodea la pequeña isla de Minamitori (Japón), se descubrió un importante depósito de tierras raras que podría abastecer el mercado durante cientos de años. Este descubrimiento podría impactar en la posición de poder de China en el mercado de las tierras raras. Pero nuevamente el factor tiempo hace que las ventajas potenciales de este depósito no puedan explotarse rápidamente.
Además de esta guerra comercial, China tiene otros frentes abiertos como las disputas territoriales en el mar del Sur de China; la independencia de Taiwán y el posicionamiento del presidente Xi manifestando que “la reunificación es la tendencia histórica y el camino correcto. La independencia de Taiwán es… un callejón sin salida” (2 enero de 2019); en Hong Kong, la polémica ley de extradición y las declaraciones de la jefe del Ejecutivo de Hong Kong, la señora Carrie Lam Cheng Yuet-ngo, han generado gran controversia en las últimas semanas, con las calles llenas de manifestantes, preocupados por su posible efecto sobre la independencia del sistema judicial hongkonés y el acercamiento a Pekín; las minorías musulmanas uigures de Xinjiang –en el oeste del país– en campos de detención o, en palabras del Gobierno chino, en centros de formación ocupacional.
La próxima reunión del G20 podría ser la oportunidad para retomar un diálogo constructivo entre China y EE UU hacia un escenario de no guerra. Como señala el libro blanco Posicionamiento de China sobre las reuniones económicas y comerciales China-EE UU (Oficina de Información del Consejo de Estado Chino, 2 de junio de 2019), “la cooperación es la única elección correcta para China y EE UU, y una situación donde ganan ambas partes es la única senda para un futuro mejor” (p. 19).
La relación entre estas dos grandes potencias económicas será indudablemente el principal asunto geopolítico en las próximas décadas. Los dos rivales estratégicos saben que tendrán que competir y cooperar en diversos temas durante muchos años, pues China va a continuar creciendo y expandiendo su influencia a nivel internacional. Porque el problema no es tanto económico sino geopolítico, pugnan por ejercer el liderazgo mundial en el siglo XXI. Si no buscan una solución, quizás se podría iniciar un proceso de desglobalización de China y EE UU.
Patricia Ordóñez de Pablos es Profesora de la Universidad de Oviedo