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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una oportunidad para reconducir una guerra comercial que perjudica a todos

EE UU y China, y con ellos el conjunto de la economía mundial, tienen mucho que ganar si consiguen solucionar el conflicto

CINCO DÍAS

La tregua temporal pactada este fin de semana en Buenos Aires entre Donald Trump y Xi Jing Ping constituye una bocanada de aire fresco y de cordura en la intensa guerra comercial que Washington y Pekín mantienen desde el pasado julio. La reunión del G20 ha sido el escenario para un acercamiento que hace apenas unos meses parecía lejano y que supondrá a partir del 1 de enero, por parte de China, “retirar y reducir” los aranceles que impone a las importaciones de automóviles estadounidenses, y por la de EE UU, mantener en el 10% –y no elevar hasta el 25%– las tasas que el país aplica a productos chinos por valor de 200.000 millones de euros. Se trata de dos gestos de buena voluntad para abrir una negociación bilateral cuyo éxito y resultado es difícil de predecir. Mientras los negociadores de uno y otro país se disponen a sentarse a la mesa para un tira y afloja que durará, a priori, 90 días, el presidente de EE UU ha anunciado en su cuenta de Twitter que la reunión ha sido “extraordinaria” y que China, y no solo EE UU, tiene “mucho que ganar” en este acercamiento.

Más allá de los extraordinario o no de la reunión, Trump tiene razón al afirmar que ambos países, y con ellos el conjunto de la economía mundial, tienen mucho que ganar si consiguen dar marcha atrás en un conflicto comercial cuyo potencial destructivo, en términos de riqueza, sería un grave error subestimar. Lo que comenzó como una promesa electoral del presidente de Estados Unidos a sus votantes se ha convertido en uno de los grandes ejes de la política exterior estadounidense, articulado en torno a una ofensiva proteccionista de acción-reacción que no solo engloba a Washington y a Pekín, sino que salpica también a la Unión Europea, Canadá y México, entre otros países, así como a las economías emergentes. Ese efecto expansivo y contagioso no es una sorpresa, sino la consecuencia de unas economías profundamente interconectadas entre sí y de forma globalizada, y en las que los flujos comerciales no pueden detenerse con cercas y canales.

La guerra comercial ha causado ya daños reales constatables, que no solo han sido económicos, sino también políticos, como el preocupante debilitamiento de la sólida relación de cooperación que EE UU desarrolló con Europa desde el final de la segunda guerra mundial. La buena reacción que han tenido las Bolsas a la tregua acordada en Buenos Aires da una idea de lo que las economías de mercado se juegan en este nuevo intento, uno más, de poner vallas y salvoconductos al comercio mundial, cuya capacidad de crear riqueza depende de la libertad, no del proteccionismo.

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