¿Es hora de reconsiderar la agricultura?
La ganadería y actividades asociadas producen el 50% de los gases de efecto invernadero
Hay cierta ironía en el hecho de que la postura contraria al cambio climático que tiene Donald Trump ha hecho más para elevar la concienciación sobre este asunto que casi ninguna otra cosa. No obstante, a uno podría perdonársele pensar que la mayor amenaza para nuestra capacidad de abordar el cambio climático procede de la Casa Blanca, aunque, de hecho, procede de los millones de vacas que pastan en nuestro planeta.
La amenaza vinculada a las emisiones de carbono ya ha provocado considerables cambios en la regulación y los mercados financieros. El Acuerdo de París, que persigue limitar el calentamiento global a menos de 2 ºC, ha sido un hito en la travesía hacia la reducción de los gases de efecto invernadero (GEI) y ha provocado una amplia reconsideración de cómo utilizamos la energía.
Los efectos también se han notado en las carteras de inversión. Por ejemplo, la amenaza de activos bloqueados –tales como las reservas de petróleo actualmente incluidas en los balances de las empresas que podrían volverse inviables cuando se ratifique el Acuerdo de París – ha provocado una reconsideración de cómo se valoran los extractores de combustibles fósiles.
Sin embargo, aún si no volviéramos a consumir ninguna unidad de energía basada en combustibles fósiles en ningún lugar del mundo, seguiríamos excediendo los límites de emisiones establecidos en el Acuerdo de París para 2030. ¿Y quién es uno de los mayores infractores? Las humildes vacas.
El sector ganadero produce el 18% de las emisiones de GEI medidas en equivalentes del CO2, según la FAO. Otras estimaciones son mucho menos optimistas. Un informe de World Watch de 2009 estimaba que, cuando se tienen en cuenta el ciclo vital y la cadena de suministro del sector ganadero y sus derivados, los mismos son responsables del 51% de las emisiones anuales de GEI en todo el mundo .
La deforestación, que ya ha supuesto la pérdida del 50% de los bosques del planeta, supone en torno al 11% de las emisiones causadas por los seres humanos, lo cual la hace comparable con las emisiones totales combinadas de todos los coches y camiones del mundo . El ritmo al que los bosques se eliminan continúa aumentando cada año para obtener tierras para pasto y cosechas, a fin de afrontar la creciente demanda de alimentos. Además, la agricultura animal también exige muchos otros recursos vitales, como el agua.
De este modo, si, como se ha predicho, la población mundial crece otro 32% para 2050 , el volumen de ganado y sus emisiones de GEI asociadas probablemente se dupliquen.
La reducción de las emisiones en la agricultura presentan importantes oportunidades cuando se trata de inversión privada. El Foro Económico Mundial estima que limitar el aumento de la temperatura global a 2ºC requerirá una inversión adicional de hasta 700.000 millones de dólares al año en la economía de bajas emisiones de carbono. Una agroindustria que reduzca dichas emisiones será una parte esencial de esa oportunidad.
A medida que avanzamos hacia este nuevo orden, surgirá un conjunto de empresas innovadoras que ganarán con el cambio, sobre todo si son capaces de ofrecer productos o servicios que reduzcan los riesgos relacionados con el clima e incrementen la eficiencia en el uso del carbono, lo cual puede ayudar a recortar los costes operativos de negocio y aumentar los ingresos. Esto, a su vez, impulsa las rentabilidades de las inversiones y reduce los riesgos asociados con la solvencia. Este hecho es aplicable tanto para la agricultura como para la energía o cualquier otro sector.
Dados los beneficios económicos que estas nuevas empresas crean, el impacto de la postura contraria al cambio climático del presidente Trump será más reducido. La dinámica global ya está cobrando impulso en la dirección opuesta.
Tómense los bonos climáticos. Estos títulos exhiben el perfil de rentabilidad histórica y calidad crediticia de los bonos convencionales con grado de inversión, pero reservan dinero para inversiones en proyectos favorables al medioambiente. El volumen global de emisiones de bonos verdes se situó en 80.000 millones de dólares en 2016. La demanda de China de financiación verde es especialmente interesante, dado que es el país más poblado de la Tierra y el mayor emisor de gases. Utilizar bonos verdes como una forma de financiar mejoras en irrigación, control de plagas integrado y sistemas de cultivo no contaminantes, por ejemplo, fomentaría la seguridad de los alimentos en áreas donde los acontecimientos y el clima extremos ya están amenazando las cosechas a medida que la población continúa creciendo.
No obstante, invertir en bonos climáticos requiere una gestión experimentada y en profundidad si se desea ofrecer unas rentabilidades más altas con relación a su calidad crediticia frente a los bonos convencionales con grado de inversión. Para añadir más valor, la inversión tendrá que centrarse en oportunidades tanto dentro del mercado de bonos verdes marcados como tales por los emisores como del mercado de títulos equivalentes no marcados como verdes. Esto pone un gran énfasis en la calidad crediticia del emisor y en la verificación del impacto medioambiental.
Si deseamos tener éxito y reducir el calentamiento global a 2ºC o menos, el impacto tiene que realizarse en las inversiones más generales. Tenemos que cambiar fundamentalmente nuestro enfoque hacia la forma en que muchos sectores de la economía operan para garantizar su sostenibilidad. La agricultura es un buen ejemplo específico y, dada su naturaleza de alto consumo de recursos, la contribución a las emisiones de GEI y a la deforestación asociadas con la creciente demanda de alimentos probablemente sea objeto de importantes reformas regulatorias y comerciales en los próximos años. Esto, a su vez, ofrece a los inversores privados una sólida oportunidad sectorial para reconsiderar su enfoque hacia el cambio climático.
Bertrand Gacon es jefe de la Oficina de Impacto de Lombard Odier.
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